Cartas al director

Bárbaros rodantes

Con la llegada del calor, como las moscas, nos han invadido, al igual que vikingos o romanos, los patinadores callejeros.Al principio, en domingos y festivos, el paseo de Recoletos, su lugar favorito, verlos haciendo sus piruetas y vertiginosos zigzagues era tópico/típico/turístico/folclórico; incluso por las madrugadas/ noches, confundidos entre tanta movida guapa/alta/baja/güai/in/etcétera, resulta gracioso/exhibicionista. Hasta ahí, muy bien.

Pero en día laboral, entre tanta gente que viene/va a trabajar/descansar después de una jornada completa y agotadora, resultan ve...

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Con la llegada del calor, como las moscas, nos han invadido, al igual que vikingos o romanos, los patinadores callejeros.Al principio, en domingos y festivos, el paseo de Recoletos, su lugar favorito, verlos haciendo sus piruetas y vertiginosos zigzagues era tópico/típico/turístico/folclórico; incluso por las madrugadas/ noches, confundidos entre tanta movida guapa/alta/baja/güai/in/etcétera, resulta gracioso/exhibicionista. Hasta ahí, muy bien.

Pero en día laboral, entre tanta gente que viene/va a trabajar/descansar después de una jornada completa y agotadora, resultan verdaderamente salvajes, peligrosos y deliberadamente suicidas. Cuanto más rápido y más saltos y zigzagues, mejor; cuanto más cerca de los paseantes, más emoción. Hace unos días, uno de estos bárbaros rodantes arrolló literalmente a una pareja que, des preven¡ da, paseaba por el ¿tranquilo? Recoletos, y todo a causa de practicar su otro, y no menos salvaje, deporte, el bus-cola (dícese de la acción de engancharse a la parte trasera del autobús, pongamos que hablo del 27, como cantaría J. Sabina).

El día que uno de esos bárbaros deje sus sesos -pocos deben de tener, según actúan- en la trasera de un bus, pediremos a gritos más patinódromos o algo así-

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