Tribuna:

Libertinos y puritanos

Libertinos somos todos los seres vivientes de cualquier especie, porque buscarnos el placer y huimos del dolor; puritanos son muy pocos, sólo los elegidos de Dios o de la diosa razón: quizá por ello William Tyndale había propuesto firmar un pacto con la divinidad vengativa y benevolente. El puritanismo surge de la Biblia de Ginebra, bajo la influencia del calvinismo y de la idea de predestinación, esa selección arbitraría e injusta de los creyentes. Muchos son los llamados y pocos los elegidos, que deben demostrárselo a sí mismos mediante una severa disciplina y autodominio. Para ser el...

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Libertinos somos todos los seres vivientes de cualquier especie, porque buscarnos el placer y huimos del dolor; puritanos son muy pocos, sólo los elegidos de Dios o de la diosa razón: quizá por ello William Tyndale había propuesto firmar un pacto con la divinidad vengativa y benevolente. El puritanismo surge de la Biblia de Ginebra, bajo la influencia del calvinismo y de la idea de predestinación, esa selección arbitraría e injusta de los creyentes. Muchos son los llamados y pocos los elegidos, que deben demostrárselo a sí mismos mediante una severa disciplina y autodominio. Para ser elegido hay que aproximarse al fundamento último de la existencia por religación, es decir, por sumisión total a la voluntad de Dios. El puritanismo concibe la deidad como la esencia abstracta de la existencia humana concreta.Proceden los libertinos del empirismo inglés (Locke), del materialismo francés (Helvetius), de la filosofía de las pasiones de Hutchison, del sensualismo de Condillac y Voltaire, del Rousseau sentimental, del pansexualismo de Sade y del superrealismo. Libertinos y puritanos corresponden al dualismo cuerpo y razón, que ha desgarrado la unidad real del hombre. Puritanos son los que se entregan a una sola idea sublime: primero, a Dios, y luego, como los jacobinos, sus herederos, a una razón abstracta o divinizada. Por el contrario, los libertinos satisfacen todas las pulsiones, deseos y apetitos del cuerpo, encontrando razones que justifican su natural libertad. Ambos representan dos tendencias propias de la burguesía ilustrada. La libertina luchaba por liberarse de la represión que sofoca y reprime los impulsos naturales, frente a una teología para la cual el placer representaba la subversión contra las instituciones establecidas. Los libertinos ilustrados buscaban una armonía entre los deseos naturales y la razón moral, pues un hombre sin pasiones era un ser pasivo, abúlico, sumiso, un vasallo modelo del antiguo régimen.

Esta burguesía ilustrada intentó transformar el mundo mediante una revolución, una liberación del cuerpo. Por el contrario, los puritanos sacrificaban las pasiones corporales a un Dios siempre presente en todos los sucesos de la vida. Cromwell, típico puritano, veía la intervención divina en todos sus éxitos militares. Pero a la vez, los puritanos buscaban crear un nuevo mundo, una nueva Jerusalén que diera felicidad a todos los hombres. Así los niveladores interpretaban la libertad que procedía de Dios como una democracia directa. Igualmente, los diggers defendían la propiedad de la tierra como un bien común a todos, a una sociedad basada en el amor. Tanto la corriente libertina como la puritana buscaron realizar los ideales liberadores de la Revolución Francesa.

¿Eran virtuosos los puritanos y viciosos los libertinos? Para encontrar una respuesta hay que preguntar qué es el vicio y qué es la virtud. "Las virtudes de los paganos son sus vicios espléndidos" (san Agustín). El vicio es la deformación imaginativa del placer que ayuda a realizarlo con mayor perfección, es decir, un virtuosismo. La virtud, en el fondo, es la sublimación o racionafización del placer, pero nunca su supresión, ya que los puritanos, como hemos visto, sueñan con las delicias de un amor compartido y una felicidad para todos los hombres. No es extraño que Ha-

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Libertinos y puritanos

Viene de la página 9rold Laski llamase a Lenin y a los bolcheviques "los últimos puritanos", porque entregaban su vida con consumada perfección a una idea única: la revolución mundial. Ciertamente que el revolucionario profesional sacrifica su individualidad al futuro del hombre. Sin embargo, el libertino, al entregarse a las pasiones, no se disuelve en ellas, pues es un duro e implacable racionalista de sus deseos. Así, Condillac escribió una lógica de los cálculos, Helvetius describe una razón utilitaria que se apoya en el propio interés de cada ciudadano, en el egoísmo del deseo, y hasta Sade, que se extravió en los laberintos del placer, razona en discurso lógico los mecanismos de la sensualidad.

Frente al egoísmo de los libertinos podría oponerse la generosidad y altruismo que revela la otra verdad de la sensibilidad sensual que no sólo busca placer, sino que es conciencia del otro como próximo o prójimo. Sentir es abandonarse a lo que tenemos ahí presente, entregarse. Sin embargo, esta preocupación puritana por el bien de todos se desvirtúa en un sectarismo multiplicador del cultivo de la diferencia. El interés privado del cristianismo, como señaló Marx e interpretó Unamuno, es la resurrección de los cuerpos y la salvación individual, convirtiéndose la religión en la expresión del divorcio entre el hombre y la comunidad hasta llegar a ser, por la pululación de sectas en Estados Unidos, "una chifladura privada" (Marx), la sublimación más disparatada del egoísmo.

El interés privado de los libertinos se manifiesta en la búsqueda de placeres que enriquecen la existencia. Pero es raro que los libertinos sean plenamente felices. Por el contrario, el puritano busca la felicidad universal, que es para él un bienestar material y espiritual. Por esta felicidad abstracta colectiva sacrifica su individualidad al dios de la racionalidad, de la comunidad, del espíritu o del logos. ¿Es el puritano un loco que busca solamente la salvación propia como beneficio o ganancia? Entre su egoísmo personal y la entrega a Dios no hay contradicción, pues la sociedad puritana se basaba en la igualdad y derecho que tienen todos los hombres de enriquecerse y alcanzar la bienaventuranza individual a través de la comunidad. No olvidemos que, según John Fox, el protegido de Dios es el pueblo inglés en su conjunto, no sus individuos.

La elección se plantea: ¿libertinos o puritanos? ¿Nos abandonamos al placer o nos sacrificamos a la idea? ¿Qué hacer? En su obra Malestar en la civilización, Freud afirma que el deseo es agresivo, centro del egoísmo mortal, y que es necesario refrenarlo para llegar a la cultura. En consecuencia, no hay que renunciar al deseo como tal, sino amortiguar su pulsión agresiva para lograr la socialidad humana. Seamos, pues, fundamentalmente libertinos, sin dejar de ser un poco puritanos, para gozar con auténtica libertad esta fiesta que es la vida.

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