Tribuna:

Literatura y transición

Para quienes hemos vivido nuestra historia más reciente, sea cual fuere el grado de consciencia con que cada cual la haya afrontado, ésta no puede reducirse a unas cuantas fechas, por muy significativas que nos parezcan, y menos a unas tablas de estadísticas a las que se añade la glosa que mejor cuadre con nuestras particulares opiniones. Como esta historia constituye para nosotros una experiencia, la reconocemos precisamente en el conjunto de las reacciones que los diversos acontecimientos que la componen nos fueron suscitando. El significado último de esos hechos está en gran parte todavía l...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Para quienes hemos vivido nuestra historia más reciente, sea cual fuere el grado de consciencia con que cada cual la haya afrontado, ésta no puede reducirse a unas cuantas fechas, por muy significativas que nos parezcan, y menos a unas tablas de estadísticas a las que se añade la glosa que mejor cuadre con nuestras particulares opiniones. Como esta historia constituye para nosotros una experiencia, la reconocemos precisamente en el conjunto de las reacciones que los diversos acontecimientos que la componen nos fueron suscitando. El significado último de esos hechos está en gran parte todavía latente, pues son nuestras acciones futuras y la de aquellos que nos sucedan las que determinarán realmente el significado del presente. No es posible, pues, la objetividad ni la neutralidad ante esos hechos, y quienes simulan tal actitud se engañan o pretenden engañarnos. Porque si a la hora de enjuiciar el pasado ni el historiador puede escapar de la propia subjetividad, y casi nunca del consenso previamente establecido por la mayoría de sus colegas acerca del sentido y valoración que se debe atribuir a ese pasado, ¿cómo podrán explicar con objetividad los acontecimientos recientes aquellos que los protagonizaron, participaron en ellos o simplemente se vieron obligados a sufrirlos? Por ello, la primera aproximación a estos hechos ha de ser necesariamente vivencial; es decir, han de encontrar en la literatura su expresión más viva y directa.Y tenemos la impresión de que la literatura actual no está expresando con fidelidad el drama, la tragicomedia o la farsa en las que pueden contemplarse las diversas peripecias de esta importante década. Creo, con Hermann Broch, que la obra literaria que recoge el espíritu de su tiempo, en la medida que supera el estilo de la época -ese manierismo inevitable que confiere a las obras literarias su carácter temporal-, pasa a formar parte de la realidad histórica. Y no parece que se estén escribiendo este tipo de obras. Porque, dando la sen sación de que son incapaces de ahondar en la entraña del tiempo que nos ha tocado vivir, los escri tores más jaleados y favorecidos por la presente situación actúan más como enmascaradores de esa realidad, cuyo espíritu no aciertan a expresar, que como intérpretes lúcidos de la misma. Oficiantes y mistagogos de la confusión palabrera del momento, confunden la convulsa manifestación del propio vacío con el drama de nuestro tiempo. Tratan de identificar no se sabe qué compromiso, contraído con no se sabe qué causa, con la espúria conveniencia del literato que busca, ante todo y por todos los medios, la fama y el reconocimiento. Hegel ya señaló esta característica del plumífero, cuando en su fenomenología dice que éste no tiene otro objetivo, sean cuales sean los expedientes de que se valga, que ver su talento, reconocido.

La literatura de hoy, quizá como lógica reacción al romo y arrasador realismo del pasado, parece ignorar la relación del hombre con el marco social, parece olvidar la temporalidad de la peripecia humana, y córno en esta línea temporal el presente proviene siempre de un pasado. Y este pasado -ya sin mitos- no es otro que el que configuró el régimen franquista.

De este régimen, y en consonancia con el tema que ahora estamos planteando, lo más pertinente que se puede decir es que duró más de lo que hubiera sido deseable, teniendo en cuenta que, aunque hubiera sido perfecto -cosa que no ocurrió-, tenía que tener un término. Sea cual fuere la opinión que cada cual

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Pasa a la página 8

Literatura y transición

es poeta y catedrático de instituto en Málaga.

Archivado En