Tribuna

Sobre defensa y seguridad nacional

"No hay ningún plan que resista el contraste con la realidad". Clausewitz.Uno de los argumentos más utilizados en relación con el problema de España y la OTAN es el de la necesidad de estudios y debates profundos sobre defensa y seguridad nacional. Muchos parecen pensar que esos estudios que echan de menos avalarían la actitud que ellos preconizan respecto a la Alianza, lo que es un error. Porque tales estudios difícilmente pueden resolver ciertos dilemas políticos. Así se lo decía, en 1981, a un hombre público por el que siento amistad, entonces serio objetante de la entrada en la OTAN y hoy ...

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"No hay ningún plan que resista el contraste con la realidad". Clausewitz.Uno de los argumentos más utilizados en relación con el problema de España y la OTAN es el de la necesidad de estudios y debates profundos sobre defensa y seguridad nacional. Muchos parecen pensar que esos estudios que echan de menos avalarían la actitud que ellos preconizan respecto a la Alianza, lo que es un error. Porque tales estudios difícilmente pueden resolver ciertos dilemas políticos. Así se lo decía, en 1981, a un hombre público por el que siento amistad, entonces serio objetante de la entrada en la OTAN y hoy partidario radical de permanecer en ella. Por mi parte, sólo trataba de defender la conveniencia de que ciertos profesionales (sobre todo, militares) quedaran al margen de la discusión política sobre el tema.

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Compromiso con España

Los militares y algunos otros servidores del Estado (diplomáticos, jueces) no deben declararse públicamente: por nadie, mientras se encuentran en servicio activo, porque con quien ellos están comprometidos es con España. No como individualmente la conciben o desean, sino como es. Sea la que sea la política que nuestro país adopte en cada momento, un diplomático o un militar están a su servicio, independientemente de sus sentimientos. Al menos para el que esto escribe, adoptar, desde ciertos puestos de responsabilidad oficial, actitudes políticas categóricas sobre determinadas cuestiones implicaría la renuncia a servir al Estado cuando su política cambie.Creo que, después de lo dicho, no hace falta afirmar que no voy a entrar en la discusión sobre la OTAN y el referéndum tal como está planteada en los medios políticos. Pero ésta parece una ocasión de perlas para comentar ciertas cuestiones.

Es cierto que en nuestro país faltan los estudios un poco profundos sobre defensa y seguridad. Naturalmente, al señalar esa falta no me refiero a la abundante y, en principio, laudable actividad oficial, que produce trabajos como los que se han bautizado con el nombre de Plan Estratégico Conjunto (seguramente, con un uso abusivo de la palabra estrategia). Es utópico pedir a la Administración del Estado profundidad. Porque su finalidad no es producir conocimiento (estudio), sino doctrina (indicación para obrar) al servicio de la política. Los que se echan de menos son análisis de otro orden, que contribuirían a dar solidez a las doctrinas para la acción. Mas hay que observar que los que hablan de la necesidad de profundizar en los estudios de defensa y seguridad suelen mostrarse incapaces de arrojar la más mínima luz sobre la cuestión, lo que no siempre es consecuencia de falta de dotes personales, sino, con frecuencia, de lo equivocado de los enfoques habituales del problema. Ocurre aquí como sucedió a los cosmólogos y teólogos eclesiásticos en tiempos de Galileo. Eran incapaces de dar a sus planteamientos lo que Kant llamó una inversión copernicana. Como partían siempre de los mismos prejuicios, no podían, por bien dotados de raciocinio que estuvieran, comprender que la solución de ciertas cuestiones no estaba en sus argumentaciones, sino en el punto de origen. Así sucede hoy a algunos intentos de profundizar en el tema de la defensa nacional, tanto dentro de organismos oficiales como en el mundo político (repásense los debates parlamentarios). Esto no porque no haya habido algún que otro modesto Galileo, sino porque ciertos doctrinarismos son sordos.

El punto de partida equivocado, desde el que es imposible profundizar adecuadamente, lo podemos resumir, apremiados por la brevedad periodística, en una palabra: la amenaza. Partiendo del análisis de amenazas concretas, no sólo es imposible avanzar teóricamente en el problema de la defensa nacional, sino que las doctrinas y planes defensivos que nazcan ofrecen insuficientes garantías de validez frente a los conflictos que nos puede deparar el futuro. Esta es una de las implicaciones de la frase que he tomado como lema de este artículo, cuyo autor decía que los doctrinarios profesionales y los mediocres con mando nunca lo entenderían definitivamente, por lo que el problema sería problema siempre.

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Con lo anterior no pretendo objetar los estudios de amenazas concretas, que son necesarios. La cuestión es que la defensa nacional no sucede conceptualmente, sino que antecede, a la amenaza concreta, y ha, de ser planteada de acuerdo con esta prioridad conceptual. Sólo así se puede profundizar en la cuestión, evitando los malabarismos argumentativos que, a veces, se hacen para que las amenazas terminen justificando los medios defensivos que el instinto dice que son necesarios. Algunos harían mejor en valorar más ese instinto, colocando la amenaza en el lugar que le corresponde. ¿Y qué lugar le corresponde?

Política de defensa

Los clásicos de la guerra diferenciaban entre planes de guerra, de campaña, de operaciones, etcétera, que son planificaciones militares concretas para la acción y política de defensa, seguridad, militar, etcétera, que tienen un carácter supraprofesional, aunque en su definición se atienda en grados diversos a circunstancias militares. A este género de problemas pertenece la, decisión sobre la permanencia o no en la OTAN. La amenaza concreta está más directamente relacionada con los planes militares. Repercute en la organización de los ejércitos, puesto que los planes generan necesidades, pero es un grave error confundir la repercusión con la razón de la organización, cuyos fundamentos básicos no pueden nacer de amenazas, sino de una concepción general previa. Aquí es donde ha de producirse la citada inversión copernicana, que, entre otras ventajas, hará que algunas cosas empiecen a llamarse por su nombre.Hay en la guerra un principio de incertidumbre, respecto al que muchas veces tratan de "meter la cabeza debajo del ala" los planificadores oficiales. Ese principio, que el que esto escribe desarrolló teóricamente hace más de 20 años, fue intuido por Clausewitz. Su análisis no cabe aquí, pero hay aspectos de él que se entienden con facilidad. La historia nos muestra que un grandísimo porcentaje de las guerras habidas resultó imprevisible con cierta antelación. De esto es ejemplo claro nuestra Guerra de la Independencia, librada contra quienes entonces eran el mayor poder militar del mundo. Semanas antes del conflicto, el invasor aparecía como nuestro mejor amigo, y en condición de tal ocupaba bases militares en España. También nos muestra la historia que los resultados de las guerras difieren, casi siempre, de los propósitos que movieron a ellas, que los planes hechos en paz raramente encajan en la realidad bélica de los conflictos no buscados, que la credibilidad de las alianzas tiene sus límites, etcétera.

El reconocimiento del principio de incertidumbre no conduce a la inacción o a la impreparación, sino que impone servidumbres que van más allá de ciertas planificaciones. Piense el lector en los últimos problemas que tuvimos en África y apreciará cómo pueden aparecer factores (por ejemplo, el repentino cambio de actitud de una gran potencia) ajenos a la comparación entre medios y planes de la amenaza y la defensa.

La conclusión de lo expuesto es, en primer lugar, que los planes básicos de defensa han de responder a una concepción general específica (distinta) en cada país y previa al análisis de amenazas concretas, por más que al final los planes sean influidos por esas amenazas y se delimiten detalladamente en un proceso de aproximaciones sucesivas. Para introducir en el problema de la especificación, recordaré solamente que los sentimientos primarios de orden defensivo que inspiran a cada uno pueden ser tan distintos como el espíritu de independencia, la hegemonía y el imperialismo. Esos sentimientos y las diferentes situaciones dan lugar a concepciones defensivas (y ejércitos) tan diferentes como las de Israel y Vietnam, Suecia y Yugoslavia, Francia y Suiza. Países, todos los citados, que han sabido llegar a concepciones defensivas eficaces, proporcionadas a su situación, aspiraciones y posibilidades.

Otra conclusión es que el problema de la integración o no en la OTAN estuvo muy mal enfocado por los que no comprendieron (ni parecen comprender) que es consecuencia, y no premisa, del general de la defensa y seguridad nacionales. Así se entiende por todos los miembros de la Alianza, empezando por Estados Unidos. Se trata de uno de los problemas concretos que dentro del general se plantean. Confundir las dos cuestiones no sólo es peligroso, como algunos dicen, porque la Alianza no nos exime de defender nuestros intereses en el norte de África, sino, ante todo, porque la defensa de la independencia nacional (principal y más noble finalidad defensiva de todo país con voluntad de sobrevivir) es, por principio, intransferible y multidireccional.

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