Editorial:

Principio de curso

LOS ESCOLARES que comienzan su curso, ¿hacia dónde van? Nadie puede profetizar cómo serán España y el mundo dentro de quince o veinte años, qué cosas de las que están empezando a aprender serán inservibles -tal vez lo están siendo ya y cuáles de las que no se enseñan serán imprescindibles. ¿Están ante unos planes de educación prácticos, realistas? Pero los planes considerados como prácticos, ¿son suficientes? En Estados Unidos se quejan de lo que llaman gimme generation, la de los jóvenes que sólo se preocupan de especializarse para conseguir puestos seguros y remuneraciones altas: "Hay...

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LOS ESCOLARES que comienzan su curso, ¿hacia dónde van? Nadie puede profetizar cómo serán España y el mundo dentro de quince o veinte años, qué cosas de las que están empezando a aprender serán inservibles -tal vez lo están siendo ya y cuáles de las que no se enseñan serán imprescindibles. ¿Están ante unos planes de educación prácticos, realistas? Pero los planes considerados como prácticos, ¿son suficientes? En Estados Unidos se quejan de lo que llaman gimme generation, la de los jóvenes que sólo se preocupan de especializarse para conseguir puestos seguros y remuneraciones altas: "Hay una leva de analfabetos potenciales", dice el sociólogo David Riesman. ¿Se pueden preparar generaciones de científicos y técnicos, de industriales y vendedores (y de compradores) sin una base humanística sólida? Las preguntas se enredan entre sí: cada una genera más interrogantes. No hay familia que sepa a cuánto va a ascender la inversión -en dinero, trabajo, esfuerzo, intento de recuperación de la autoridad- que emprende este mes, y sí alguna vez será rentable. El simple presente es la mayor zozobra para el futuro.El curso que empieza en España está apenas aliviado por el descenso de la natalidad, las aulas están otra vez abarrotadas, la enseñanza gratuita sigue siendo un sueño con alguna dosis de optimismo oficial, los profesores están desbordados hasta el punto de que se teme por su salud mental -estudio de la universidad de Salamanca, pero confirmado también por una investigación en Suecia-, y los centros se debaten en preocupaciones internas. Los centros están conmovidos por la aplicación de la ley orgánica del Derecho a la Educación; hay una lucha sórdida por torcer el desarrollo de esta modesta, pero progresiva, legislación en la que se juegan miles de millones de pesetas y un control de la enseñanza que discrimina a partir de componentes económicos e ideológicos. La imagen del escolar que emprende ahora el camino de un futuro imprevisto sobre el suelo movedizo del presente es la de un niño asaltado desde distintos frentes.

No nos podrá extrañar que la respuesta de este ser, objeto de presiones políticas, víctima en una enseñanza que cambia continuamente de sentido, en una sociedad de la que recibe mensajes contradictorios y en la que los mayores se pelean por su posesión al mismo tiempo que por su rechazo, termine dentro de unos años en la indolencia y el desapego, o con la única meta de un enriquecimiento material que en su tensión exhibicionista le induce a vivir por encima de sus medios, como probablemente están haciendo ya sus padres. La búsqueda de un título académico protector, que se ha venido persiguiendo y se persigue cínicamente, sin adhesión vocacional a sus contenidos va teniendo, por otra parte cada vez menor valor de cambio. Una prueba rotunda es el caso de la recientemente llamada "oposición más multitudinaria de la historia" española y a la qué han acudido, entre 220.000 candidatos, 45.000 titulados universitarios supenores que desalentados por no encontrar un puesto de trabajo acorde con su virtual cualificación aspiraban a una plaza en el Cuerpo de Carteros.

La respuesta a esta crisis de transición e inseguridad no parece unívoca. Sin embargo, existe progresivamente el acuerdo de que los programas de enseñanza convencionales, los años que tradicionalmente se han requerido para la titulación en cada escalón, y la tendencia en sus niveles altos hacia una excesiva polarización, chocan con las demandas de un mundo productivo contemporáneo incomparablemente más múltiple y versátil que hace unas décadas. Pretender insistir en el modelo de disciplinas demasiado cerradas que dificulten la intercomunicabilidad y comprensión de otros campos puede ser una hipoteca gravosa para el futuro. Por el contrario y refiriéndolo sobre todo a las enseñanzas medias, suscitar la capacidad de interrelación global, cultivar la curiosidad por las novedades científicas y técnicas, diseftar, en suma, un tipo de estudiante sensible y receptivo a los nuevos conocimientos y cambios culturales es, entre la incertidumbre, la mínima garantía para afrontar su futura instalación en el mundo. Pero inevitablemente surgen, de inmediato, más preguntas: ¿están las actuales generaciones de adultos españoles preparados para hacer esa transmisión o para implantar esa novedad? ¿No son, a su vez, víctimas de una educación pasada que no les permitió ver más allá de sus raíces? ¿Habrá que esperar la acumulación de varias generaciones? Y, en ese caso, ¿no será ya demasiado tarde?

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