Reportaje:

Jugar con hilos

La niña gallega agredida por su padre sigue en estado de coma

Ana María Rodríguez Fisteus, la niña que ingresó el domingo pasado en el Hospital General de Galicia, de Santiago de Compostela, con un fuerte traumatismo encefálico y varias heridas craneales, tras ser golpeada por su padre con una vara de eucalipto, seguía ayer en estado de coma, con ventilación mecánica y en situación clínica muy grave, de la que los médicos no tienen esperanzas de que se recupere. El padre está internado en el psiquiátrico de Conxo por orden judicial.

A sus 10 años recién cumplidos, Ana es ya tan planta, tan respirador, tan suero, es una línea tan casi plana en esas...

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Ana María Rodríguez Fisteus, la niña que ingresó el domingo pasado en el Hospital General de Galicia, de Santiago de Compostela, con un fuerte traumatismo encefálico y varias heridas craneales, tras ser golpeada por su padre con una vara de eucalipto, seguía ayer en estado de coma, con ventilación mecánica y en situación clínica muy grave, de la que los médicos no tienen esperanzas de que se recupere. El padre está internado en el psiquiátrico de Conxo por orden judicial.

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A sus 10 años recién cumplidos, Ana es ya tan planta, tan respirador, tan suero, es una línea tan casi plana en esas máquinas que la rodean que nunca podrá estrenar los zapatos que su madre salió a comprarle el domingo pasado, ni seguir aprendiendo a nadar, ni ser enfermera. Porque Ana está terminándose de morir en la tercera planta del Hospital General de Galicia, en la unidad de cuidados intensivos del Departamento de Pediatría, con el cráneo roto y en coma grado cuatro, al borde de lo que los médicos llaman coma sobrepasado. De nada de ello se ha dado cuenta, porque ingresó ya inconsciente hace hoy una semana, y a las dos horas de llegar al hospital dejó de respirar por sí misma. Aunque su madre, por si se produjera el milagro de que la niña sintiera algo, traspasa de cuando en cuando la mampara de cristal y la besa en silencio.Lo último que hizo Ana en su consciencia de 10 años fue jugar con una bobina de hilo, ir atándola por las patas de las sillas, las mesas, los salientes, tejiendo una red casi invisible en el suelo del taller de sastre de su padre, en Melide. Seguramente la niña nunca imaginó hasta qué punto su juego inocente le exasperó y despertó en él una brutalidad que nadie recuerda que tuviera jamás con su hija o el gusano de una psicopatía que nació al mismo tiempo que ella, en 1975, fecha en la que empezó a ser tratado por el doctor Arrojo, un psiquiatra de Santiago. Quizá los médicos puedan decir si el nacimiento de Ana y el inicio de los trastornos mentales del padre fueron sólo una coincidencia, una burla casual del calendario, y expliquen por qué Manuel Rodríguez, de 38 años, cogió la vara de eucalipto que empleaba para planchar las mangas y los cuellos -85 centímetros de larga, algo más de cinco centímetros de ancha y la descargó sobre su niña, que jugaba agachada, trenzando un frágil parapeto con la bobina de hilo.

El primer golpe debió de darle a Ana en el hombro, porque en el taller no quedaron manchas de sangre. Pero después, Manuel Rodríguez la arrastró hacia el cuarto de la niña, quizá para que no le vieran desde la calle, y allí propinó a su hija tres golpes más, que le rompieron el cráneo. Ana quedó tumbada boca arriba, en medio de un gran charco de sangre. Tenía los ojos cerrados y llevaba puesto un mono blanco con dibujos verdes.

Visitación Fisteus, Visita en el pueblo, salía por Melide, hablaba con la gente, se interesaba por los estudios de su hija. Ayudaba a su marido en el taller de sastrería, mientras Ana ataba una cuerda a dos extremos y saltaba en la habitación, pero tomaba buena nota del oficio del padre, y luego decía en clase de labor que sabía coser algo, "porque en el verano ayudo a mis papás a sobrehilar".

Manuel Rodríguez era más reservado, menos comunicativo. Hay gente en Melide que jamás cruzó con él una palabra, pero todos coinciden en que era muy trabajador, en que se levantaba a las siete de la mañana y cosía 13 y 14 horas diarias, a veces 16, y no salía del taller, "y eso es para estar loco", como comenta Angel Mosquera, teniente de alcalde (del pueblo. Todos los convecinos del sastre le exculpan. Ninguno cree que estuviera en su sano juicio cuando le rompió el cráneo a Ana. Nadie tiene para él una palabra de reproche. Quizá porque piensen, como José Ramón Fernández Lorenzo, director accidental del Hospital General de Galicia, que éste no es el caso típico de malos tratos a un niño. Y es que ésta no ha sido la primera espantada del sastre.

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El pasado 16 de julio Manuel Rodríguez desapareció de su casa. Poco antes se había escapado, pero regresó a las dos horas. En esta ocasión tardó en volver tres días. Aurelio Prado, el vecino que condujo a la madre de Ana al hospital y al padre al psiquiatra el pasado domingo, dice que el sastre le comentó a mediados de julio que tenía mucho trabajo y que quería escaparse. "Cuando volvió por aquí, después de que le buscara la Guardia Civil por los alrededores, Con perros rastreadores de Orense y submarinistas de La Coruña -en su escapada anterior dijo que se había tirado al río, versión poco probable, porque el que está cerca del pueblo es de escasa profundidad-, le dije que por qué lo había hecho, que yo podía llevarle a la clínica, y él me respondió disculpándose por no haberme terminado un traje que le encargué para una boda", comenta Aurelio Prado. No dio más explicaciones, aunque manifestó que sentía que la gente se hubiera preocupado por él.Canicas y trompos

Por eso el psiquiatra que le trataba desde hace 10 años, el doctor Arrojo, le había dicho a Visitación que no dejara solo a su marido, al que no quiso ingresar y recomendó que siguiera trabajando y haciendo vida normal. Pero el sastre le comentó a Aurelio, que, al fin y al cabo, había sido compañero de colegio y había compartido con él desde los juegos de las canicas y los trompos hasta la caza de pájaros -"entonces era un chico muy bueno, que jamás tuvo nervios"-, que las últimas pastillas que le dio Arrojo no le sentaban bien.

El pasado domingo, 25 de agosto, Visita se fue a la compra al centro del pueblo, después de bañar a su niña, a la que había prometido comprar unos zapatós, y de darle el desayuno. Manuel, su marido, llevaba varias horas cosiendo en la habitación que hacía de taller y ella no vio problema en dejarle con la niña: días antes había salido también y cuando volvió se encontró al padre y la hija jugando a las cartas. Los hechos sucedieron deprisa. Rafael Prado, hermano de Aurelio, que tiene una casa justo enfrente de la del sastre, oyó la frase escueta de un hermano de Manuel Rodríguez, que se encontró con los hechos cuando pasaba de visita: "Vente, que Manolo mato. á filla".

Rafael cruzó la calle y preguntó a Manuel Rodríguez qué había pasado. "Que le di unos palos a la nena", respondió. Parece que dijo que iba a pegarse un tiro, y que había ido a la cuadra a buscar una cuerda para ahorcarse, pero no la había encontrado. Aurelio le oyó pedir que le llevaran a la Guardia Civil o al manicomio, "porque he matado a mi hija". Rafael y su mujer cogieron a Ana, la metieron en el coche y la llevaron primero a un médico del pueblo y luego a Santiago, que está a 54 kilómetros. Aurelio llevó en su coche a los padres. El sastre iba detrás, con los brazos cruzados y sin pronunciar palabra. Su mujer, junto al conductor, lloraba. Sólo miró hacia atrás en una ocasión.

Visitación Fisteus no se mueve de la unidad de cuidados intensivos del Hospital General de Galicia. Su marido, Manuel Rodríguez, se encuentra, por orden judicial, en el psiquiátrico de Conxo. Allí hace una vida casi normal, le han realizado varias pruebas, ha recibido a familiares y es capaz de mantener una conversación. Lo único que le han ocultado, mientras especulan con el tipo de psicopatía que puede padecer, es que Ana no volverá a enredar con sus hilos.

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