Tribuna:

Los socialistas y la Europa actual

Era un hombre de anchas espaldas y manos gruesas que en su propia presencia física recordaba su condición de trabajador manual no hacía tanto tiempo. Su forma de vida era prototípica de la clase obrera británica de comienzos del siglo XX y su experiencia vital fundamental la había logrado todavía antes de cumplir los 30 años como líder sindical de las trade unions. Su formación se la daba la experiencia, mucho más que las lecturas o una sensibilidad para la literatura o el arte.Este hombre se llamaba Ernest Bevin y desempeñó el puesto de secretario del Foreign Office en lo...

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Era un hombre de anchas espaldas y manos gruesas que en su propia presencia física recordaba su condición de trabajador manual no hacía tanto tiempo. Su forma de vida era prototípica de la clase obrera británica de comienzos del siglo XX y su experiencia vital fundamental la había logrado todavía antes de cumplir los 30 años como líder sindical de las trade unions. Su formación se la daba la experiencia, mucho más que las lecturas o una sensibilidad para la literatura o el arte.Este hombre se llamaba Ernest Bevin y desempeñó el puesto de secretario del Foreign Office en los años que van desde 1945 hasta 1951. Fue una etapa esencial en la historia británica y el período de más largo gobierno laborista hasta entonces. Bevin ha sido objeto recientemente de un estudio biográfico por parte de uno de los grandes historiadores británicos del momento presente, Allan Bullock. El libro tiene un extraordinario interés como testimonio histórico, al aportar una documentación inédita fundamental, pero además provoca alguna reflexión sobre el momento presente, tal y como es iluminado por los sucesos históricos de hace cuatro décadas. A Bevin le correspondió desempeñar un papel decisivo, no sólo en su país, sino en el seno de la comunidad occidental en su totalidad, en el momento de la segunda posguerra mundial.

Era un momento, desde luego, extraordinariamente grave. El Reino Unido seguía teniendo unas responsabilidades estratégicas enormes en el mundo, pero carecía de medios para ejercerlas. Originariamente, Estados Unidos se mostraba proclive a llegar a un acuerdo preferente con la Unión Soviética y a olvidar a su inicial aliado británico. Por razones de estricta proximidad geográfica, en cambio, en el Reino Unido se apreció antes, por parte de la Rusia de Stalin, una voluntad decidida de expansionismo que ponía en peligro a la Europa democrática. Bevin había pasado por la experiencia de todos los socialistas europeos en el momento de producirse la escisión del comunismo en los años veinte: su desconfianza siempre fue grande con respecto al comunismo, pero se multiplicó al ver en Rusia una mezcla de patriotismo nacional y militancia ideológica comunista, que le llevaba a crear regímenes comunistas allí donde habían llegado sus armas.

Eso no quiere decir que Bevin y el laborismo británico no desearan llegar a un acuerdo con Stalin. De hecho, según apunta Bullock, los años 1945 y 1946 fueron de frustración de ese acuerdo sinceramente intentado. Hubo un momento en el que Bevin vio al Reino Unido como último bastión posible de la socialdemocracia en Europa y optó, ya decididamente, por mantener una posición dura (pero siempre defensiva) ante la Unión Soviética. A finales de 1947, a las potencias democráticas europeas no les quedaba, en realidad, otra posibilidad. En la Europa del Este los partidos agrarios habían sido triturados por el ocupante soviético y los socialdemócratas, infiltrados en parte por el stalinismo, se descompusieron en manos de sus adversarios. Bevin, que tenía la experiencia del auge del nazismo con Hitler en la Europa de los años treinta, no quiso que se repitiera la misma experiencia, pero en diferente sentido, en los años cuarenta.

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De ahí la enorme relevancia que tuvo la postura de los laboristas británicos y, en concreto, de Bevin, en los orígenes de la Europa actual. Su posición era de respuesta ante lo que consideraba un expansionismo ideológico y territorial inaceptable. No se basaba sino en la necesidad de que quienes creían en la democracia optaran, en un momento que parecía decisivo, por defenderla. "El socialismo", dijo una declaración del Partido Laborista, por aquel entonces, "no tiene sentido sin la democracia, y cualquier intento de llegar al socialismo sin ella necesariamente conduce a la dictadura". Lo que sucedió con Checoslovaquia era una ácida experiencia para socialistas y demócratas. Todavía fue más expresivo Bevin en otra ocasión, cuando afirmó que "es misión nuestra, como europeos y como Gobierno socialdemócrata, y no de los americanos, liderar en el terreno espiritual, moral y político a los elementos democráticos de Europa occidental, que no son comunistas y, al mismo tiempo, sí son progresistas y reformistas y que creen en la libertad, la planificacion y la justicia social; esto es lo que podemos denominar la tercera fuerza". A partir de esos presupuestos Bevin jugó un papel decisivo en la reconstrucción económica de Europa a través del Plan Marshall (que no hubiera sido concebible sin una respuesta positiva a Estados Unidos por su parte), en los primeros pasos de la unidad europea (aunque en este terreno fue mucho más renuente que un Schumann) y en el origen de la OTAN. Hubo de luchar en contra de una izquierda de su partido, no obrerista sino intelectual, que prolongó la esperanza de llegar a un acuerdo con la Unión Soviética, pero que acabó también decepcionada por el comportamiento de Stalin. Ya en 1948 la totalidad del Partido Laborista se había alineado en torno a esta postura.

España vivió muy lejos de las preocupaciones de los socialistas europeos a la altura de la segunda posguerra mundial. Bevin fue uno de los más decididos adversarios del régimen de Franco, y de ninguna manera estuvo dispuesto a aceptar su entrada en la OTAN o en la Europa beneficiaria del Plan Marshall, precisamente por las instituciones políticas que tenía entonces. Fue él también quien propició el encuentro entre Indalecio Prieto y Gil Robles en Londres para buscar una solución democrática a la situación española.

Ahora, pasado el tiempo (40 años después), España, gobernada por socialistas, se encuentra en la misma coyuntura del socialismo europeo hace cuatro décadas. El problema es que, aunque resulte obvia, no se ha explicado quizá suficientemente bien la identidad entre el propósito defensivo de la OTAN, la construcción política de Europa y el desarrollo económico del Viejo Continente. Y la realidad, perfectamente clara desde el punto de vista histórico, es que Bevin y el resto de los socialistas europeos vieron estos tres procesos como una unidad que supieron explicar a sus conciudadanos.

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