Reportaje:

El Partido de Acción Nacional busca alguna cuota de poder en las elecciones de julio

Las elecciones del 7 de julio constituyen una prueba importante para el sistema mexicano. No está en juego la hegemonía de la que ha gozado el Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante 55 años, pero sí su capacidad para encajar derrotas parciales y entregar cuotas de poder a la oposición. El presidente Miguel de la Madrid ha prometido juego limpio. El derechista Partido de Acción Nacional (PAN), que se vislumbra como principal beneficiario de la crisis económica, amaga con la violencia si sus votos no son respetados.

En estos comicios se renueva totalmente el Congreso (400 esca...

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Las elecciones del 7 de julio constituyen una prueba importante para el sistema mexicano. No está en juego la hegemonía de la que ha gozado el Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante 55 años, pero sí su capacidad para encajar derrotas parciales y entregar cuotas de poder a la oposición. El presidente Miguel de la Madrid ha prometido juego limpio. El derechista Partido de Acción Nacional (PAN), que se vislumbra como principal beneficiario de la crisis económica, amaga con la violencia si sus votos no son respetados.

En estos comicios se renueva totalmente el Congreso (400 escaños) y se elige a siete gobernadores sobre un total de 30. Por primera vez podría darse el caso de un Estado que tuviera un Gobierno de color político distinto al de la nación. El PAN tiene algunas posibilidades de imponerse en los estados de Sonora y Nuevo León, aunque su campaña se ha desinflado parcialmente durante las últimas semanas. La lucha contra la corrupción desatada por Miguel de la Madrid ha dado a los partidos opositores sus mejores armas en esta campaña. Cada vez que un funcionario ha sido aprehendido por malos manejos de fondos públicos, la derecha y la izquierda lo han exhibido como una prueba de que el PRI es un partido de ladrones, que no merece la confianza del electorado.Otro flanco débil del partido gubernamental ha sido la crisis económica. Por mucho que el actual Gabinete quiera distanciarse del anterior, que bajo la batuta de José López Portillo dejó al país en bancarrota, ambos se amparan bajo la misma sigla. No es difícil, por lo demás, manejar en los mítines la idea, simplista pero efectiva, de que la crisis económica se debe al latrocinio de los gobernantes. Es un argumento grato para millones de mexicanos que han visto reducirse sus salarios reales en un 40% durante los últimos tres años.

En medio de continuos escándalos políticos, aireados desde el propio Gobierno como parte de su proyecto de renovación moral y bajo un programa de austeridad que ha dañado particularmente a las clases populares, se diría que el PRI está condenado a perder millones de votos.

Una mejora de la oposición

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Dirigentes del PRI y miembros del Gobierno admiten que la oposición debe mejorar ese 31% de votos logrado hace tres años. Al PAN le reconocen incluso alguna oportunidad de acercarse a un sillón de gobernador. Pero ni los dirigentes más optimistas de la derecha o la izquierda sueñan con desbancar al partido gobernante de la mayoría absoluta.

A un europeo le resulta difícil entender que un partido sea capaz de ganar una elección tras otra durante más de, medio siglo, sin importar cuán desastroso haya sido el Gobierno anterior, a menos que se manipulen sistemáticamente las urnas. En la historia del PRI no faltan algunos fraudes bastante burdos, pero al propio tiempo nadie le discute una posición de sólida hegemonía.

Pablo Gómez, secretario general de los comunistas mexicanos, declaró a EL PAIS: "En una votación limpia, el PRI obtendría el 55% de los votos, pero no se conforman con eso. Quieren apabuñarnos adjudicándose más del 70%". El PAN denunció numerosas manipulaciones en los comicios de 1.982. Su presidente Pablo Emilio Madero, aseguró que había ganado al menos en 80 de las 300 circunscripciones electorales en las que se adjudica un escaño del Congreso por mayoría simple. Aunque sus cifras fueran ciertas, no pasaría de tener un 30% en la Cámara.

Una vez que la propia oposición reconoce al PRI su mayoría, es necesario buscar las razones que expliquen esa solidez que ni las crisis más agudas fueron capaces de romper. Madero opina que el Gobierno ha creado en el pueblo una conciencia de que su triunfo es inevitable y que, por tanto, ni siquiera vale la pena acudir a las urnas para votar por otro partido. El escaso interés ante la campaña electoral, ahora y casi siempre, parece apoyar esta tesis.

Explicación insuficiente

Esta explicación resulta, sin embargo, insuficiente. El propio partido gobernante maneja otras teorías sobre su éxito pertinaz. Hay quien afirma que el PRI ocupa todo el espacio político que en otros países se reparten tres o cuatro siglas. Bajo su bandera caben empresarios importantes y agrupaciones obreras con millones de afiliados. En el terreno ideológico van del brazo opciones que en España abarcan desde Coalición Popular al PSOE.

El PRI nació en 1929 por una decisión del presidente Plutarco Elías Calles, que agrupó en un solo partido a más de 300 agrupaciones políticas de carácter local, que se habían formado en torno a otros tantos líderes y caciques de la revolución. Personajes que seguían haciéndose la guerra por cualquier pretexto se coligaron bajo la autoridad presidencial, que ha sido el factor aglutinante desde entonces.

Un conglomerado tan heterogéneo sería en todo caso inviable si no se practicase en su seno un hábil reparto de influencias y parcelas de poder, de forma que ningún grupo se sienta tan arrinconado para optar por una escisión. Muchos estudiosos consideran que la corrupción ha jugado un importante papel de cohesión, al asegurar a cada líder local al menos un trozo de la gran tarta nacional.

Esta necesidad de los caciques de asegurar a todo trance las victorias del PRI en sus respectivos feudos, porque sólo así pueden meter mano en los dineros públicos, explica más las manipulaciones electorales que una voluntad deliberada de la cúpula.

A la hora de explicar el éxito del PRI no puede olvidarse su propia capacidad de renovación, que cada seis años le permite renacer de sus cenizas con un rostro y un programa nuevos. La vida política mexicana es inseparable de ese pragmatismo con el que cada presidente critica a su antecesor, que, por otra parte, fue quien lo eligió para el cargo. El 7 de julio es una nueva oportunidad para comprobar si esta fórmula sigue siendo válida.

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