El taxi de un Madrid ya lejano

El simón, aún recordado por los madrileños que tengan cerca o más de 60 años, hizo el papel del actual taxi desde mediados del siglo XVIII hasta la guerra civil. La aparición de los simones se produjo bajo el reinado de Fernando VI (1746-59). Este monarca, según el escritor Angel Fernández de los Ríos, concedió a un industrial llamado Simón González -que alquilaba coches llamados de colleras porque los cuellos de los caballos eran adornados durante las funciones públicas- el privilegio de explotar en Madrid seis coches de pechera y uno de reserva.Pronto el simón se hizo sinónimo de coche de al...

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El simón, aún recordado por los madrileños que tengan cerca o más de 60 años, hizo el papel del actual taxi desde mediados del siglo XVIII hasta la guerra civil. La aparición de los simones se produjo bajo el reinado de Fernando VI (1746-59). Este monarca, según el escritor Angel Fernández de los Ríos, concedió a un industrial llamado Simón González -que alquilaba coches llamados de colleras porque los cuellos de los caballos eran adornados durante las funciones públicas- el privilegio de explotar en Madrid seis coches de pechera y uno de reserva.Pronto el simón se hizo sinónimo de coche de alquiler y con este nombre permaneció a lo largo de los años. A mediados del siglo XIX al nombre de simón se unió el de los coches de punto o coches de plaza, llamados así porque podían ser alquilados en puntos determinados y en plazas o calles ya conocidas por todos.

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La aparición de estos coches de punto -en Madrid a mediados del XIX había hasta 50 puntos diferentes donde se podían tomar- supuso también un cambio en el sistema de pago. Atrás quedó el alquiler del coche por medios días -independientemenete de si se utilizaban cinco minutos o toda una mañana- y empezó a cobrarse una cantidad fija por carrera. El hecho de que durante varios años costara el servicio una peseta hizo que se les llamara peseteros.

Los simones desaparecieron con la guerra civil. Luego durante unos años continuaron funcionando las manuelas o vehículos abiertos tirados como el simón por un caballo. Pero tampoco duraron mucho, pues el desarrollo del parque automovilístico a motor hizo imposible la circulación de unos carruajes que pasaron a la historia madrileña por sus capotas, sus grandes ruedas traseras, sus faroles y aquellos cocheros vestidos con calzón, levita y chistera, flanqueados por el largo látigo que apoyaban en el pescante.

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