VIAJES

Donde Albacete se hace sierra

Ayna, un pueblo que surge de la roca

Paredes de roca viva cortadas a pico, desfiladeros profundos e inverosímilmente angostos, laderas escalonadas en bancales donde crecen los olivos: estamos en el justo sur de Albacete, allí donde la Mancha ha dejado de existir, rotos los campos de viñas por sierras agrestes. Apenas hay monumentos notables en esta zona olvidada de Dios y de los hombres. La historia y los siglos no dejaron otra cosa que alguna ruina de castillos repletos de memoria resistente, como el de la Yedra, en Ayna.Se llega a estos rincones perdidos por carreteras comarcales, bien desde el renacentista y espléndido Alcaraz...

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Paredes de roca viva cortadas a pico, desfiladeros profundos e inverosímilmente angostos, laderas escalonadas en bancales donde crecen los olivos: estamos en el justo sur de Albacete, allí donde la Mancha ha dejado de existir, rotos los campos de viñas por sierras agrestes. Apenas hay monumentos notables en esta zona olvidada de Dios y de los hombres. La historia y los siglos no dejaron otra cosa que alguna ruina de castillos repletos de memoria resistente, como el de la Yedra, en Ayna.Se llega a estos rincones perdidos por carreteras comarcales, bien desde el renacentista y espléndido Alcaraz, a través de montes deshabitados, bien en línea recta hacia el sur desde la capital, Albacete; o, partiendo desde Alicante, a través de Hellín. De cualquier forma, el punto de referencia casi obligado es la población de Elche de la Sierra, extendida sobre una loma rodeada a su vez de cerros y rocas peladas, noble en su centro -su iglesia, toda de sillería, es del setecientos y está acompañada por algún edificio de buena y sólida construcción-, desangelada y sin forma según se escapa al desierto paisaje. La comarcal que parte hacía el sur conduce hasta Letur, un curiosísimo pueblo de calles estrechas y gran belleza que fue dominio de la Orden de Santiago, protegido por farallones, abismos y rumor de aguas. Su plaza Mayor fue la de armas del antiguo castillo, y su iglesia tiene una hermosa portada plateresca.

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La carretera que de Elche se dirige hacia el norte transcurre entre precipicios y montañas. Estamos en lo que los folletos turísticos bautizan como la Suiza manchega. No se necesitaría ningún nombre para añadir belleza a la zona. A medida que se ganan kilómetros el paisaje se hace más salvaje y duro; las montañas, más agudas. Las aguas del río se hunden más y más en las entrañas de la tierra, bordeadas de chopos, hasta dar de golpe, allí donde el tajo de las rocas es más profundo, con el pueblo de Ayna, una larga hilera de casas uniformes pegadas como lapas a la pared de la montaña a la orilla del río. Ayna se alinea con obligada perfección sobre la hoz para caer luego en calles estrechas y empinadas hacia ese barranco de riscos oscuros entre los que transcurren las aguas del Mundo.

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