Tribuna:

Ultimátum

A mí este hombre no me tiene comida la moral. Durante 15 años contemplé sus empeños para llegar al poder y yo sonreía condescendiente ante lo que consideraba vano esfuerzo de un cojo para correr los 3.000. metros obstáculos. Le veía excelentemente preparado para modelo masculino de prét-á-porter de la tercera edad o anunciante televisivo de jalea real o de pastillas de vitamina B contra la sexualidad a media asta. Pero jamás imaginé que llegara a presidente del Imperio y que se le tolerara que hiciera y dijera cuanto ha hecho y dicho. Ahora sólo espero que culmine su escalada de sinceri...

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A mí este hombre no me tiene comida la moral. Durante 15 años contemplé sus empeños para llegar al poder y yo sonreía condescendiente ante lo que consideraba vano esfuerzo de un cojo para correr los 3.000. metros obstáculos. Le veía excelentemente preparado para modelo masculino de prét-á-porter de la tercera edad o anunciante televisivo de jalea real o de pastillas de vitamina B contra la sexualidad a media asta. Pero jamás imaginé que llegara a presidente del Imperio y que se le tolerara que hiciera y dijera cuanto ha hecho y dicho. Ahora sólo espero que culmine su escalada de sinceridad histórica, y el día en que afirme que Estados Unidos se equivocó de bando durante la II Guerra Mundial no tendré más remedio que lanzarle mi ultimátum.En el pasado me vi obligado a ultimatumear a otros destacados césares, que no hicieron caso de mis primero amables advertencias y luego de mis siempre civilizadas reconvenciones. Traté de llevar por el buen camino a Kissinger, Nixon, Giscard y Breznev sin otras armas que una sintaxis apañada y una moral de la historia más educada por Sartre que por cualquier otro. Desde su prepotencia, desoyeron mis consejos y ultimatos, y así les fue. Después de una boda desastrosa, Kissinger ahora ni siquiera conseguiría ganar a Mendoza para la presidencia de Madrid. Nixon tuvo que huir de la Casa Blanca en silla de ruedas. Breznev murió amargado por mis críticas. Giscard perdió la corona y nunca me lo ha perdonado. Con Reagan he tenido mucha paciencia porque me ha costado mucho llegar a la conclusión de que sí, de que es el presidente del Imperio, de un Imperio construido por 500 años de racionalidad burguesa, lo que ya son cimientos para esta insignificante pero terrible estatua de cartón piedra made in Disneyland. Pero basta ya. Basta de vana conciencia liberal. O Reagan o yo. En su día pronuncié palabras similares dirigidas a Kissinger y poco después perdía la guerra de Vietnam y le tenían que poner un marcapasos. De momento dejo este primer aviso tal como está, pero mi paciencia tiene un límite. Actor cómico por actor cómico, yo prefiero a Boris Karloff.

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