Tribuna:

Cumbre flamenca

Antes de que se haga o se deshaga la cumbre entre Gorbachov y Reagan, y por si acaso, el Ministerio de Cultura ha prohijado una Cumbre flamenca en Madrid durante la semana en curso. Me lo cuenta a la orilla del teléfono Paco Almazán, en otro tiempo infiltrado flamencólogo en las filas de Triunfo. Y de todos los temas discursantes elegidos, el titulado Estampa flamenca de España igual podía ser un espectáculo de Juanita Reina en sus mejores tiempos que una exposición de pintura costumbrista.Pero es un tema. Y vaya tema. Porque en el pasado existió esa estampa supuestamente ...

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Antes de que se haga o se deshaga la cumbre entre Gorbachov y Reagan, y por si acaso, el Ministerio de Cultura ha prohijado una Cumbre flamenca en Madrid durante la semana en curso. Me lo cuenta a la orilla del teléfono Paco Almazán, en otro tiempo infiltrado flamencólogo en las filas de Triunfo. Y de todos los temas discursantes elegidos, el titulado Estampa flamenca de España igual podía ser un espectáculo de Juanita Reina en sus mejores tiempos que una exposición de pintura costumbrista.Pero es un tema. Y vaya tema. Porque en el pasado existió esa estampa supuestamente flamenca de España construida a medias entre la necesidad de exportar peculiaridad y no la mejor necesidad extranjera de consumir peculiariedad de una supuesta España diferente. Una de las sinfonías de Saint Saëns, África, estuvo considerada por el público musical francés como muy española. De España gustaba la bata de cola, el quejío como medio que no como mensaje, los toreros y los intelectuales fusilados o exiliados. Ésas eran las constantes vitales de España, y a algún genio se le ocurrió resumirlo todo en aquel famoso cartel que reproducía la plaza de Chinchón sobre el lema Spain os different.

No fue el régimen franquista el inventor de la fórmula, pero sí el principal corruptor de una imagen de España y de la naturaleza del flamenco. El jerez era el vino más diferente, y el flamenco, la expresión de cultura popular menos parecida al canto coral de La Marsellesa. Y se creó aquel flamenco con agua, aquella sangría con naranjada de burbujas que convirtió el quejío profundo en un alarido de trastorno intestinal omnipresente. Y en cuanto cualquier extranjero viera a un español, aunque fuera astrofísico, le pedía el olé y el ay ay ay ay, y aún hoy se sorprenden muchos extranjeros cuando llegan a España y la gente no habla en fandango o en petenera. Y eso a pesar de que aquella estampa flamenca de España se ha deshecho, sustituida por una modernizada España consumidora de hamburguesas. Basta ya de guitarra y piel de toro. Ahora la guitarra es una neurona cibernética, y el toro, una masa de carne picada portadora de valores no eternos.

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