Tribuna:

Un caso

La desaparición hace ya algunos años del malogrado Hércules Poirot disminuye la posibilidad de que los belgas resuelvan el caso de los misiles repentinos. En Bélgica, como en el pareado de Machado, los misiles han venido / nadie sabe cómo ha sido. Dos horas después de que el Parlamento aprobase la instalación de los Pershing II en el territorio nacional belga, los misiles ya estaban en el país, en un prodigioso caso de traslación oceánica que ha dejado perplejos a los expertos en aviación civil y militar. Pero no tan perplejos como para impedirles llegar a la conclusión de que esos misi...

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La desaparición hace ya algunos años del malogrado Hércules Poirot disminuye la posibilidad de que los belgas resuelvan el caso de los misiles repentinos. En Bélgica, como en el pareado de Machado, los misiles han venido / nadie sabe cómo ha sido. Dos horas después de que el Parlamento aprobase la instalación de los Pershing II en el territorio nacional belga, los misiles ya estaban en el país, en un prodigioso caso de traslación oceánica que ha dejado perplejos a los expertos en aviación civil y militar. Pero no tan perplejos como para impedirles llegar a la conclusión de que esos misiles ya estaban en Bélgica antes de que su "soberano" Parlamento aprobase la instalación.Hay que escarmentar en los casos ajenos, decían nuestros antepasados premodernos. Sería pues conveniente que empezáramos a investigar dónde ha escondido el señor Serra los misiles hispanonorteamericanos. Incluso podríamos convertir esta adivinación en un juego nacional apasionante, conducido por el frío frío o caliente caliente de los juegos infantiles de antes de la guerra de Corea. ¿En Torrejón de Ardoz? Frío frío. ¿En el nuevo Ministerio de Defensa? Frío frío. ¿En los sótanos de la Dirección General de Seguridad, donde la oposición torturó durante tantos años a los pobres funcionarios de la Brigada Político-Social? Frío, frío. Como ocurre en las novelas policíacas más elementales, el objeto buscado nunca está donde aparentemente debería estar.

Yo creo que los misiles hispanonorteamericanos están un poco en todas partes: debajo de los discos de Mahler o del Juan de Mairena de Alfonso Guerra, disimulados en el tiro de la chimenea de la Bodeguilla de la Moncloa, dentro del piano de cola de Narcís Serra, disfrazados de lubinas en el frigorífico de Fraga o dentro de la colección completa de barretinas de Roca. Y eso ya sin parar mientes, ni mentes en dónde suele tener escondidos los misiles el señor Rodríguez de la Borbolla.

Tal vez del juego del escondite haya pasado al de la metáfora. Se juega a la ruleta rusa por todo lo alto. Aquí se esconden los misiles debajo de las más nobles apariencias.

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