Cartas al director

Droga y psicofármacos

Los estragos morales y físicos de la droga son evidentes y visibles. Y la desvergüenza e irresponsabilidad ética de quienes trafican, comercian o, simplemente, prescriben no tiene nombre, es perfectamente execrable.Yo infiero, presumo que existen tantos drogadictos empecinados no tanto por los efectos sugestivos, colocantes o estimulantes del producto, sino, sobre todo, por las secuelas que sedimentan, por la drogodependencia, por la de sesperada necesidad de seguir utilizándolos; ya que, como enseña la experiencia, los efectos secundarios y los subsiguientes síndromes depresivos y anon...

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Los estragos morales y físicos de la droga son evidentes y visibles. Y la desvergüenza e irresponsabilidad ética de quienes trafican, comercian o, simplemente, prescriben no tiene nombre, es perfectamente execrable.Yo infiero, presumo que existen tantos drogadictos empecinados no tanto por los efectos sugestivos, colocantes o estimulantes del producto, sino, sobre todo, por las secuelas que sedimentan, por la drogodependencia, por la de sesperada necesidad de seguir utilizándolos; ya que, como enseña la experiencia, los efectos secundarios y los subsiguientes síndromes depresivos y anonadadores son tan atroces, infrahumanos e insoportables, que el consumidor, presa de la desesperación, recurre a todo tipo de recursos, ya sean crematísticos o de signo violento, para paliarlos o erradicarlos. Este, a mi juicio, es el meollo del problema fundamental, y no la búsqueda de sensaciones gratas, estimulación, etcétera, que generan.

En cambio, considero que el nivel de dependencia de los sicofármacos legales, recetados por el psiquiatra especialmente, al no tratarse de un apremio vital, es prácticamente nulo; no existe la necesidad de no prescindir de ellos; es una especie de práctica negra, una cosa impuesta que se ingiere, la mayor parte de los casos peyorativos, por la fuerza, mediante la amenaza o la conminación.

Por lo general, los pacientes psiquiátricos neuráticos son todo lo contrario de los drogadictos, huyen de los psicomedicamentos porque en otras ocasiones les han perjudicado, en algunos casos fisicamente, casi siempre en los puntos neurálgicos del psiquismo. El miedo de los enfermos a los farmas contrasta con la ciega y supersticiosa confianza de familiares, terapeutas de quienes no los han probado jamás.

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Psíquicamente suele resultar más alienante, más perturbador un deficiente tratamiento psiquiátrico que una drogadicción. Si la droga, por desgracia, día tras día, degenera y produce víctimas mortales, los psicofármacos -hablo muy en general-, con su secuela de alucinaciones neuropatológicas y depresivas, puede abrir las puertas del suicidio, escotillón desesperado ante la flagelante amenaza del sufrimiento infinito, acompañada de visiones negativas del mundo y de la propia personalidad. De todos modos, en fin, existen tantas cosas insolubles temporalmente.- Juan Manuel Pendás.

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