André Dravet

Antiguos alumnos del ex director del Liceo Francés editan sus memorias

A la caída de Francia en poder de los nazis en junio de 1940, el general De Gaulle eligió el exilio de Londres para seguir la lucha. En ese tiempo André Dravet, que no fue movilizado por haber sufrido un accidente en una pierna, impartía clases de matemáticas en el Liceo Francés de Barcelona. Las autoridades de Vichy afines al régimen pronazi decidieron nombrar nuevos cargos, y él se negó a reconocerlos. Con un grupo de profesores y la práctica totalidad de los alumnos se unió a la resistencia, y durante los años que siguieron hasta el final de la contienda la institución funcionó de forma lib...

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A la caída de Francia en poder de los nazis en junio de 1940, el general De Gaulle eligió el exilio de Londres para seguir la lucha. En ese tiempo André Dravet, que no fue movilizado por haber sufrido un accidente en una pierna, impartía clases de matemáticas en el Liceo Francés de Barcelona. Las autoridades de Vichy afines al régimen pronazi decidieron nombrar nuevos cargos, y él se negó a reconocerlos. Con un grupo de profesores y la práctica totalidad de los alumnos se unió a la resistencia, y durante los años que siguieron hasta el final de la contienda la institución funcionó de forma libre, dependiente del Gobierno provisional.

Nació en 1904, en el seno de una familia de médicos, pero optó po las matemáticas y la astronomía Acabada la carrera fue nombrado profesor del Instituto Francés de Varsovia y, posteriormente, en Roma. Allí tuvo, entre otros alumnos, a Jean François Poncet, que años más tarde, como ministro d Giscard d'Estaing, le facilitaría al gunos documentos para completar sus memorias. Las mismas qu acaban de publicarle sus ex alum nos del Liceo Francés barcelonés, entre los que se cuentan tres consellers de la Generalitat de Cataluña.Durante los años del franquismo, el Liceo Francés fue toda una institución en Barcelona. Una de las escasas que impartía una educación liberal, progresista y laica. Los retoños de familias acomoda das pero incómodas con el régimen surgido del 18 de julio se educaron en sus aulas. Ese espíritu es taba arraigado en el centro. Tanto que cuando cayó la III República refugiada en Burdeos, los profesores se negaron a reconocer a las nuevas autoridades. Y los padres de los alumnos también. De los casi 500 matriculados, ocho permanecieron en el viejo liceo; el resto se matriculó en la institución paralela fundada por Dravet y los otros profesores.

Dravet contó, justo es decirlo, con un aliado de importancia, el entonces gobernador civil de Barcelona, general Correa-Veglison quien, contra lo que en principio hubiera podido imaginarse, se mostró partidario de los disidentes frente a los oficialistas, en aras de su ascendencia francesa, y de considerarles patriotas, luchando contra la ocupación de su país por una potencia enemiga. Las reclamaciones de los nuevos cuadros del liceo en Barcelona y las del embajador de Vichy en Madrid se estrellaron ante la respuesta de Correa-Vegli son: "El señor Dravet es un caballero, goza de mi estima y es mi invitado".

Pero tales apoyos no impidieron que Dravet y sus correligionarios se vieran expulsados de los locales, cuya propiedad fue reconocida al Gobierno colaboracionista, y que sus nombramientos fueran revocados. Debieron acogerse a un convenio con un centro escolar autóctono, la Institución Cultural Escoda, que pasó a ofrecer enseñanza francesa, eso sí, reconocida por el Gobierno provisional y la universidad de Argel.

Superado el choque inicial y ante la bienquerencia del gobernador civil, el resto de la guerra fue benigno. Con el nuevo Gobierno, Dravet y sus compañeros fueron rehabilitados y él mismo fue nombrado director del centro. Las aguas volvieron a su cauce y los alumnos aumentaron en número hasta llegar a los casi 2.000. Finalmente, 20 años después, Dravet fue trasladado a un centro de enseñanza en Francia, donde permaneció hasta su retiro.

La publicación de sus memorias, sufragada por suscripción entre sus alumnos de aquellos años, fue motivo para que casi 300 de los que entonces no eran más que muchachos se reunieran en una cena a la que asistió el propio Dravet, quien a su 80 años se conserva fuerte, emprendedor y amante, en especial, de la pintura catalana.

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