Tribuna:

El envejecumento de la población

El artículo de Jane E. Brody aparecido en estas páginas (12 de octubre de 1984) contiene interesante información acerca de los problemas planteados en todos los países por el aumento del número de personas de edad avanzada (mayores de 65 años) que en ellos viven.Se ha producido, en efecto, un aumento de la esperanza de vida al nacer, que no sólo afecta a los países más avanzados sino también, y de forma más llamativa en los últimos años, a los países en vías de desarrollo. Los datos del Banco Mundial para 1984 indican que entre 1960 y 1982 la esperanza de vida al nacer ha pasado en los países ...

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El artículo de Jane E. Brody aparecido en estas páginas (12 de octubre de 1984) contiene interesante información acerca de los problemas planteados en todos los países por el aumento del número de personas de edad avanzada (mayores de 65 años) que en ellos viven.Se ha producido, en efecto, un aumento de la esperanza de vida al nacer, que no sólo afecta a los países más avanzados sino también, y de forma más llamativa en los últimos años, a los países en vías de desarrollo. Los datos del Banco Mundial para 1984 indican que entre 1960 y 1982 la esperanza de vida al nacer ha pasado en los países industrializados de 68 a 71 años para los hombres y de 73 a 78 años para las mujeres. En los países menos prósperos del mundo, el aumento durante el mismo período ha sido de 42 a 58 años para los hombres y de 41 a 60 para las mujeres. En India y China las cifras correspondientes son de 42 a 61 años para los hombres y de 41 a 62 para las mujeres. Así pues, la esperanza de vida al nacer se ha elevado en los países industrializados en tres años para los hombres y en cinco años para las mujeres, mientras que en India y en China el aumento ha sido de 19 años para los hombres y de 21 para las mujeres, en el mismo período 1960-1982. El aumento en la esperanza de vida al nacer en los países industrializados, que ya tenían elevada esperanza de vida en 1960, ha sido notablemente inferior al observado en los países menos desarrollados, cuyas poblaciones tenían baja esperanza de vida en 1960. El aumento de la esperanza de vida al nacer refleja fundamentalmente la disminución de la mortalidad infantil, que ya había alcanzado niveles muy bajos en los países industrializados en 1960, pero no en los menos desarrollados.

La imagen es diferente cuando calculamos la esperanza de vida de las personas que han alcanzado una cierta edad. La esperanza de vida para las personas de 50 años en Estados Unidos, por ejemplo, ha permanecido prácticamente constante durante el primer cuarto del presente siglo, a pesar del impresionante aumento de la esperanza de vida al nacer registrado durante dicho período. La esperanza de vida a los 50 años para las mujeres comenzó a elevarse en Estados Unidos hacia 1930 y continúa elevándose en la actualidad. La esperanza de vida a los 50 años de los varones norteamericanos ha mostrado poca modificación hasta hace unos 10 años, época en la que ha comenzado a elevarse; pero la esperanza de vida femenina sigue siendo notablemente más elevada que la masculina en el momento actual. En los países industrializados, considerados en conjunto, la esperanza de vida al nacer era cinco años más elevada para las mujeres que para los hombres, en 1960, y siete años más elevada en 1982, según se deduce de las cifras más arriba referidas.

El cambio fundamental en los países más desarrollados consiste en el notable aumento del número de personas que alcanzan o superan los 65 años de edad. En 1900, solo un 4% de la población de Estados Unidos pasaba de los 65 años, mientras que en 1981 el número de personas mayores de 65 años ascendía al 11,7% de la población. En España las personas de más de 65 años constituyen aproximadamente un 10% de la población actual.

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Se ha calculado que para el año 2030 el 20% de la población norteamericana tendrá más de 65 años. La importancia de estas cifras puede comprenderse fácilmente si se tiene en cuenta que el coste de la asistencia médica a las personas de más de 65 años asciende en Estados Unidos a algo más del 50% del coste total de la asistencia médica en aquel país. No es difícil imaginar lo que va a ocurrir cuando el número de personas mayores de 65 años se duplique, dentro de unos 45 años. Sería deseable que quienes preconizan la jubilación temprana como medio de resolver algunos de los problemas de la sociedad contemporánea meditasen sobre estas cifras. No parece muy razonable esperar que una proporción cada vez más reducida de personas menores de 65 años sea capaz de mantener a una proporción creciente de personas que han pasado de dicha edad. Según los datos actuales, algunos países como la República Federal Alemana y Suecia alcanzarán una población estable hacia el año 2000; Bélgica, Dinamarca y Finlandia, para el año 2020, y Francia, para el año 2050. En el caso de España, los cálculos del informe del Banco Mundial para 1983 indican que

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El envejecimiento de la población

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se alcanzará una población estacionaria para el año 2080, en cuyo momento se predice que la población española será de 53 millones. Es de notar que en el informe más reciente (1984) la población estacionaria de nuestro país se estima en 51 millones.

Afirma Brody que la esperanza máxima de vida humana, cifrada por ella en 115 años, podría alcanzar los 140 años en un futuro próximo. El interés por conocer la duración máxima de la vida de los miembros de nuestra especie no es, por supuesto, nuevo. Hace más de 2.000 años Aristóteles supuso que la duración de la vida de una especie animal venía dada por el producto de la duración de su período de crecimiento y un múltiplo, constante para todas las especies. Esta vieja idea fue explorada por los investigadores franceses Buffon y Flourens en el siglo pasado. Dichos autores concluyeron que la duración de la vida de las especies de animales superiores equivale, aproximadamente, a unas seis veces la duración de¡ período de crecimiento; pero señalan, muy acertadamente, las dificultades que se presentan al tratar de estimar la duración de la vida a partir de datos limitados a las especies domésticas y a los animales salvajes criados en cautividad. En todo caso, y sin olvidar la incertidumbre de la cifra, podemos calcular que si el ser humano tarda en completar su crecimiento entre 18 y 20 años, la duración de su vida debería oscilar entre 108 y 120 años. Estas cifras son, evidentemente, superiores a la esperanza de vida al nacer en los países desarrollados, en el momento actual; pero no están muy alejadas de la cifra de 113 años, que es la duración máxima de la vida humana bien documentada que conocemos.

Si admitimos que la duración de la vida guarda relación con la duración del período de crecimiento, podemos pensar que la aceleración del crecimiento, y correspondiente reducción en la duración de dicho período vital, podría acompañarse de una reducción de la duración de la vida. Los conocidos experimentos de McCay y los más recientes de Ross y otros autores indican que en las ratas la reducción de la velocidad de crecimiento producida por la limitación del valor calórico de la dieta consumida durante dicho período se traduce en una prolongación significativa de la duración media de la vida. La interpretación de estos experimentos es difícil, y debo dejar bien claro que nada justifica la aplicación de estos resultados a la especie humana. No obstante, es de interés señalar que, según los datos citados por Brody, las tribus Hunza del norte de Pakistán, entre las que se supone que son frecuentes los centenarios, están integradas por individuos de pequeño tamaño (1,50 metros de talla y 50 kilos de peso), cuyo consumo de alimentos no pasa de las 1.500 kilocalorías por día.

Nuestras ideas acerca del envejecimiento han experimentado un cambio importante en los últimos 25 a 30 años. La frecuencia con que ciertas enfermedades aparecen en la edad avanzada no quiere decir que tales enfermedades sean la consecuencia inevitable del envejecimiento. Por otra parte, como señala Brody, algunos de los decrementos en la capacidad física y mental observados con frecuencia en las personas de edad son, en muchos casos, atribuibles a enfermedades y no al solo efecto del paso del tiempo. Una de las mayores dificultades en el estudio del envejecimiento consiste, precisamente, en la dificultad para poder separar aquellos cambios que son debidos, a la presencia de procesos patológicos, de aquellos debidos exclusivamente al envejecimiento. Por lo que a los trastornos de la nutrición se refiere, las alteraciones nutritivas, tan frecuentes en la edad avanzada, se deben en gran parte a factores médicos o socioeconómicos y no al envejecimiento per se. Cuando se analizan críticamente los datos de la extensa literatura que poseemos no es posible concluir que las necesidades nutritivas de las personas de edad avanzada que gozan de buena salud sean diferentes de las de personas adultas más jóvenes. La dieta puede desempeñar un importante papel en la prevención de algunas enfermedades frecuentes en las personas de edad avanzada; pero es preciso reconocer que no disponemos en estos momentos de dicta alguna capaz de prolongar la vida humana y de retardar el proceso de envejecimiento. Debo insistir en ello y señalar la falta de base científica de los argumentos con los que se pretende convencernos de lo contrario. El modesto aumento en la esperanza de vida observado en ciertos grupos religiosos en Australia y en Estados Unidos en el momento actual parece determinado por la disminución de la mortalidad debida a ciertas enfermedades. Por otra parte, el género de vida de las personas que integran estos grupos difiere del de la población en general por varios motivos y no sólo por los hábitos alimenticios.

El denominador común de un grupo de más de 1.200 centenarios recientemente estudiados en Estados Unidos, como señala Brody, era el disfrute en el trabajo y un fuerte deseo de vivir.

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