Tribuna:

Viejos zapatos

Entre Guy Beart y el profesor Aranguren me regalan el espíritu interno de una columna. Aquella canción de Guy Beart sobre los zapatos abandonados en la nieve que un vagabundo recoge como un maná de confort. Y esa imagen de Aranguren sobre los votos o los créditos que el PSOE va perdiendo por su izquierda y permanecen ahí, sobre la nieve, sin que nadie los recoja, sin que nadie esté hoy en condiciones de articular lo que queda a la izquierda del PSOE.Y es cierto. Si vamos siguiendo el rastro del Gobierno, iremos recogiendo un vestuario completo de la izquierda de antaño: la chaqueta de p...

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Entre Guy Beart y el profesor Aranguren me regalan el espíritu interno de una columna. Aquella canción de Guy Beart sobre los zapatos abandonados en la nieve que un vagabundo recoge como un maná de confort. Y esa imagen de Aranguren sobre los votos o los créditos que el PSOE va perdiendo por su izquierda y permanecen ahí, sobre la nieve, sin que nadie los recoja, sin que nadie esté hoy en condiciones de articular lo que queda a la izquierda del PSOE.Y es cierto. Si vamos siguiendo el rastro del Gobierno, iremos recogiendo un vestuario completo de la izquierda de antaño: la chaqueta de pana que mal protegía del frío de los calabozos, los pantalones de sufrido gris y sufridores bolsillos llenos de papelitos con utopías en clave, la camisa de franela con olor a colilla y a órdenes del día, los calcetines desalmados vencidos sobre el inútil cansancio de unos zapatos con barba de días. Si se recupera el vestuario y se coloca sobre un desnudo maniquí de almacén popular de barrio compondríamos la imagen de un vagabundo de la Historia que pide plaza en un Museo del Hombre. Poca cosa más.

Sin duda, a la izquierda del PSOE queda una tierra de casi nadie llena de gente. Pero sería inútil hacerse polvo los riñones para ir recogiendo una por una las piezas del strip tease. El PSOE hace lo que puede en su actual condición de inquilino del Estado. Ya sabemos lo que pasa cuando el Estado le permite a la izquierda alquilar sus salones públicos mientras él se reserva los salones privados. Acabaremos de saberlo el día en que España sea tierra de misiles nucleares, día a situar entre 1986 y 1990. Aunque suene a boutade, digo que valía la pena el precio pagado, esta sensación de desnudez estratégica, desde la cual la izquierda duda entre recoger los viejos zapatos abandonados en la nieve o plantearse nuevo calzado para el nuevo camino de la posmoralidad. Y agradezcamos a esos muchachos el valor de su cambio de atuendo. Alguien tenía que atravesar el espejo, aun a riesgo de que su rotura nos haya dejado, provisionalmente, sin imágenes claras.

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