Reportaje:

La leyenda del 'Andrea Dioria'

Como en el caso del Titanic, el trasatlántico Andrea Doria parecía que no podía hundirse jamás. Pero se hundió. Fue el 26 de julio de 1956. Cuando apenas si faltaba un día para que arribase a Nueva York, la gigantesca mole de 29.000 toneladas y 213 metros de eslora, con 1.752 pasajeros y tripulantes a bordo, se hundió a las 10 horas de chocar con otro barco, el Stockholm. En 1981, una operación que costó 12 millones de dólares permitió al millonario norteamericano Peter Gimbel rescatar la caja fuerte de la primera clase. La caja lleva tres, años en un depósito de agua salada en un acuario de C...

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Como en el caso del Titanic, el trasatlántico Andrea Doria parecía que no podía hundirse jamás. Pero se hundió. Fue el 26 de julio de 1956. Cuando apenas si faltaba un día para que arribase a Nueva York, la gigantesca mole de 29.000 toneladas y 213 metros de eslora, con 1.752 pasajeros y tripulantes a bordo, se hundió a las 10 horas de chocar con otro barco, el Stockholm. En 1981, una operación que costó 12 millones de dólares permitió al millonario norteamericano Peter Gimbel rescatar la caja fuerte de la primera clase. La caja lleva tres, años en un depósito de agua salada en un acuario de Coney Island, y sobre su contenido se han disparado todas las fantasías. Hoy será abierta, ante las cámaras de televisión, y desvelará su secreto, si es que lo tiene.

Si los capitanes de barco leyeran bien su literatura sabrían que desde la antigüedad grecorromana todo aquel que dice que su navío es insumergible está condenado al naufragio. Cosas de la divinidad. Hoy se tiene una idea más manejable de Dios, más adecuada a una época de permisividad y tolerancia, pero todavía en julio de 1956 funcionaba esta forma de respuesta a la soberbia (aún ahora se evoca), y el capitán del Andrea Doria veía hundirse su barco irremediablemente después de haber jurado que era "más fuerte qué el mar", como años antes (1912) le había sucedido al capitán del Titanic. En cambio, Vasco de Gama, en plena angustia por la furia del mar, echó por la borda los mapas y dejó suelta la rueda del timón: "Que Dios sea nuestro único timonel", dijo, y se salvó. El arte de navegar requiere inspiraciones muy especiales.Todo este asunto del Andrea Doria, que debe culminar hoy, jueves, con la apertura de la caja de caudales rescatada, rebosa literatura, leyenda y mito. Demasiado para soportarlo sin fastidio. Los hechos son sencillos y desgraciados: el Andrea Doria era un gran transatlántico que el 26 de julio de 1956, a las 22.41, casi a la vista de su puerto de destino, Nueva York, sufrió el choque con una embarcación menor y se vio irremisiblemente perdido. Tardó 10 horas en irse a pique y hubo solamente 58 muertos de un total de 1.752 habitantes. En 1981 -25 años después-, un millonario de Estados Unidos, Peter Gimbel, invirtió 12 millones de dólares (unos 1.800 millones de pesetas) en el rescate'de uno de los restos más concretos: la caja de caudales de primera clase (había otras 11 a bordo; siguen en el fondo del mar). La extrajo, pagó 2 millones de dólares a la aduana de su país por la importación y decidió abrirla tres años después. Hoy, 16 de agosto, se cumple la fecha y se abre el arca en presencia de las cámaras de televisión. El millonario se va a quedar con su contenido. Sobre estos hechos se produce el tejido literario.

A partir de la cuestión de la maldición divina, todo va encajando en los mitos varios. Incluyendo también la presunta culIpabilidad de los habitantes del barco, dentro,de la serie de "la nave de los locos", que ostentaban una inmensa riqueza - y lo que se supone que tiene de inconsciencia la riqueza- en medio del mundo amargo de la guerra fría. La palabra habitantes, en lugar de pasajeros y tripulantes, no se repite aquí sin intención: recoge la explicación de Roland Barthes en sus Mitologías, según la cual "el navío es un hábitat antes de ser un medio de transporte": el Andrea Doria respondía claramente al mito con sus pistas de deportes y piscinas, sus cines, su periódico, jardines, restaurantes gastronómicos, bailes... Un mundo feliz y soñado que se desgajaba de otro entristecido y peligroso, un Shangri-La, que se aislaba -isla él mismo- de la tierra profundamente desagrada ble. La literatura de orden moral requería, por tanto, el castigo. Que llegó, naturalmente, mientras la orquesta tocaba.Es una constante: la orquesta toca en los barcos que se hunden, en los teatros que se incendian, y hasta el simple pianista de saloon macha caba su rag-time con la balacera en torno. Como si los músicos fueran de amianto y acero, o como si la gente muriese menos con una música ramplona, pero, preferenternente, significativa: la orquesta del Andrea Doria ejecutaba Arrivederci, Roma. Una señal de despedida.

La caja del tesoro

A todo ello so puede añadir la condición minúscula del instrumento del destino: un pequeño barco, el Stockholm,fue el que partió al gigantesco transatlántico de 213 metros de eslora y 29.000 toneladas de peso. No hay, claro, enemigo pequeño...En cuanto a la busca de la caja fuerte, no hay que decir que entra claramente en la mitología del tesoro perdido, sección tesoros sumergidos, dentro de la leyenda de los galeones españoles.. En tomo a éste se tejen todas las imaginaciones: las fastuosas joyas de los riquísimos pasajeros, quizá 2.000 millones de dólares en billetes... No es absurdo pensar que, . evidentemente, la caja de primera clase llevaba dentro una fortuna. Buscada por un millonario excéntrico, figura popular de prosapia novelesca y, sobre todo, cinematográfica. No tan excéntrico.

Su inversión puede ser muy rentable. Pero se ha añadido a su excentricidad una teatralización, una dramatización: la espera de tres años, la exh ibición de la caja en el acuario de Nueva York, dentro de un tanque de agua salada y con un tiburón girando en tomo. Tres años de espera: condición jurídica para la propiedad del tesoro rescatado (hay numerosas reclamaciones de joyas por los que fueron sus propietarios y por los herederos). Exhibición: una modesta, pero a la larga interesante, renta por el cobro de entradas. El tiburón: un guardián asesino para descorazonar a los ladrones que no tuvieran suficiente con la fortaleza de la caja (detalle: presenta señales de haber intentado ser forzada. Imagen de película: el audaz desvalijador intentando el robo, mientras el barco se hundía, entre gritos, sirenas, humo, chorros de agua. Moraleja: el ladrón pereciendo antes de conseguir su propósito).

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Y así llegamos hoy a la dramatización final, a la muestra ante la aldea global, ante el pueblo de MacLuhan: la muestra al pueblo de la gran riqueza rescatada. Podría ocurrir que no hubiese nada, que los billetes se hubieran fundido con el agua de mar y las joyas fueran definitivamente irrecuperables: es de desear que sea así, solamente por una razón de preceptiva literaria y moral de primer año de seminario: lo que comienza con una blasfemia, con un desafío insensato, tiene que terminar con la podredumbre y la decepción. 0 las cosas ya no son como solían ser, tan finamente predestinadas.

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