Editorial:

Afganistán y la URSS

LA URS S ha publicado hace unos días un parte de guerra anunciando una victoria de sus tropas en el valle de Panjsher, próximo a la capital de Afganistán, Kabul, sobre los guerrilleros nacionalistas musulmanes. Victoria en un plano local, pero confesión evidente de un tremendo fracaso político: recordemos que hace cuatro años y medio que la URSS ha invadido Afganistán, casi tanto como duró la segunda guerra mundial. Pero la nueva ofensiva desencadenada por las tropas soviéticas y las del Gobierno de Kabul, reducido a ser un instrumento de los ocupantes extranjeros, contra la resistencia afgana...

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LA URS S ha publicado hace unos días un parte de guerra anunciando una victoria de sus tropas en el valle de Panjsher, próximo a la capital de Afganistán, Kabul, sobre los guerrilleros nacionalistas musulmanes. Victoria en un plano local, pero confesión evidente de un tremendo fracaso político: recordemos que hace cuatro años y medio que la URSS ha invadido Afganistán, casi tanto como duró la segunda guerra mundial. Pero la nueva ofensiva desencadenada por las tropas soviéticas y las del Gobierno de Kabul, reducido a ser un instrumento de los ocupantes extranjeros, contra la resistencia afgana necesita ser considerada en el marco de otros aspectos de la política soviética. Cuando Andropov sucedió a Breznev, en el otoño de 1982, dio a entender que se introducirían ciertos cambios con respecto a la cuestión de Afganistán. No hubo nada espectacular; pero en el período que siguió, en el valle de Panjsher, los soviéticos establecieron una tregua local con el jefe de la resistencia, comandante Masood; éste fue incluso acusado, por haberla aceptado, de debilidad por los sectores más intransigentes de la resistencia afgana. Esa tregua indicaba una táctica más flexible de los soviéticos, tendente a neutralizar zonas del país y reducir los costosos combates que tenían que afrontar sus soldados en condiciones difíciles por el clima y las montañas. Al mismo tiempo, esa nueva táctica creaba también posibilidad, en etapas ulteriores, de preparar soluciones políticas. Simultáneamente, las gestiones llevadas a cabo por el secretario general de la ONU y sus delegados para buscar una solución al problema afgano, con participación de Pakistán y del propio Gobierno de Kabul, se intensificaron, celebrándose conversaciones en Ginebra e incluso en Moscú. Por tanto, la brutal ofensiva llevada a cabo por los soviéticos para reconquistar el valle de Panjsher, con empleo de numerosos efectivos y de aviación de bombardeo, no es una simple operación local. Indica un retorno a métodos puramente militares de ocupación del país.Esta evolución en Afganistán no es la única señal de que el nombramiento de Chernenko como sucesor de Andropov ha ido acompañado de un mayor inmovilismo de la política exterior soviética, y sin duda de un creciente peso de los militares en su determinación. Sin hablar ya de las relaciones Washington-Moscú, bloqueadas por la campaña electoral en EE UU, la tendencia a la cerrazón es obvia en otras zonas de la política de la URS S. El proceso de normalización de las relaciones con Pekín, que se había iniciado, no progresa; al contrario, acaba de ser anulado por decisión soviética el viaje del primer vicepresidente del Consejo de Ministros de la URSS, Arjipov, a Pekín. No olvidemos que China tiene una frontera con Afganistán y que siempre ha exigido el fin de la ocupación soviética como una de las condiciones para poder mejorar sus relaciones con Moscú. En la cuestión de los derechos humanos, acertadamente citada por el Rey de España en su reciente viaje, lo que está ocurriendo con el matrimonio Sajarov, enfermos, aislados en la ciudad de Gorki, es un hecho muy grave que indica no sólo una falta de sensibilidad, sino una incapacidad de comprender el daño que sufre la URSS en el plano internacional con tales actitudes.

A esta dureza de la política de Moscú no corresponde una creciente cohesión entre los países miembros del Pacto de Varsovia. Hay síntomas de que las cosas van en un sentido contrario, y ello se ha reflejado, a pesar de la censura, en la prensa; en las acusaciones, por ejemplo, de ciertos periódicos de Praga contra la actitud "poco solidaria" por parte de Rumanía y Hungría. Estas tendencias centrífugas constituyen sin duda un estímulo para que Europa occidental prosiga una política de paz y seguridad, buscando puntos posibles de cooperación entre las dos Europas sin dejar de denunciar las violaciones de los derechos humanos.

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