Editorial:

La crisis atípica del Gobierno francés

SEGÚN CRITERIOS puramente formales, el Gobierno Mauroy goza de buena salud; todos los ministros siguen en sus cargos y aceptan las decisiones del Gabinete. Pero eso es sólo una apariencia: en realidad, el partido comunista (al que pertenecen tres ministros y un secretario de Estado) defiende sobre cuestiones esenciales una política netamente diferente a la del partido socialista, a la del presidente Mitterrand y a la del propio Gobierno Mauroy. Esa fractura, esa oposición pública del PCF a la política gubernamental, ha estallado hace unas semanas en torno al tema de la reconversión de la sider...

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SEGÚN CRITERIOS puramente formales, el Gobierno Mauroy goza de buena salud; todos los ministros siguen en sus cargos y aceptan las decisiones del Gabinete. Pero eso es sólo una apariencia: en realidad, el partido comunista (al que pertenecen tres ministros y un secretario de Estado) defiende sobre cuestiones esenciales una política netamente diferente a la del partido socialista, a la del presidente Mitterrand y a la del propio Gobierno Mauroy. Esa fractura, esa oposición pública del PCF a la política gubernamental, ha estallado hace unas semanas en torno al tema de la reconversión de la siderurgia. Los comunistas, incluido el secretario general del partido, participaron en manifestaciones de masas, en las zonas más afectadas por dicha reconversión y en el mismo Paris, en las que se gritaba "Abajo Mitterrand" "Dimisión de Mitterrand" y otras consignas por el estilo. A continuación, en una conferencia de prensa, el presidente dijo que así no se podía seguir, que era imprescindible clarificar las respectivas posiciones. A tal fin, el primer ministro Pierre Mauroy, después de reiterar su línea política, concretamente sobre la reconversión industrial, presentó ante la Asamblea Nacional la cuestión de confianza. Obligaba así a los comunistas a optar entre votar contra el Gobierno o desmentir lo que estaban diciendo en la calle. Sin dudarlo, al menos en lo que ha salido a la superficie, los comunistas tomaron este segundo camino; votaron la confianza al Gobierno, insistiendo en su fidelidad a la unidad de la izquierda.¿Estaba así lograda la clarificación? Todo indica que no; se dice ahora que el voto parlamentario sólo fue la primera fase de la clarificación; y que ahora se está en una segunda fase de resultado aún incierto. En efecto, a los pocos días de votar la confianza, dirigentes comunistas de primera fila han participado en nuevas manifestaciones, por ejemplo, en Marsella, contra la política del Gobierno. Uno de los rasgos negativos de la actual situación francesa es la actitud exclusivamente electoralista del partido comunista, que elude los problemas reales, serios, a los que es imprescindible hacer frente. Sigue sufriendo pérdidas en todas las elecciones parciales; este descenso de su influencia (recordemos que durante largos períodos fue más fuerte que el PSF) se debe a causas de fondo, al deterioro de una serie de factores que le dieron fuerza en el pasado: el prestigio de la URSS se ha hundido en la opinión de una gran parte de los trabajadores franceses; la credibilidad que ofrece una alternativa comunista a la crisis económica es muy escasa. Ante la cercanía de las elecciones al Parlamento Europeo, el 16 de junio, el PCF se aferra a las dos plataformas que aún pueden darle votos: las reivindicaciones de los sectores obreros sacrificados por la reconversión y la fidelidad a la unidad de la izquierda. Parece que el partido comunista quiere ir a las elecciones montando a la vez esos dos caballos; extremando, pues, la contradicción radical entre lo que dice en la calle y lo que sus ministros asumen en las reuniones gubernamentales. Si al final tuviese que salir del Gobierno, no quiere que sea por decisión propia; el PCF provoca en cierta forma a Mitterrand y a Mauroy a que tomen ellos la responsabilidad de echarle. En tal caso, el partido comunista podría presentarse cómo víctima de su fidelidad a una causa obrera y unitaria abandonada por los socialistas.

No se puede olvidar, por otro lado, que la idea de unidad de la izquierda sigue siendo una especie de mito para sectores importantes de la opinión francesa; ejerce una influencia considerable entre el electorado socialista. Si Mitterrand decidiese desprenderse de los ministros comunistas, tendría lógicamente que presentar otra perspectiva para los cuatro años que aún le quedan de permanencia en el Elíseo; por ejemplo, una apertura hacia el centro. A todas luces, no está preparado para un viraje de esas características. A pelar de todo, si las críticas del partido comunista siguen acentuándose, la segunda fase de la clarificación podría conducir a una ruptura; podría crearse una situación insostenible en el seno del Gobierno. Si, en cambio, esas críticas amainan algo en las próximas semanas, esta crisis atípica podría prolongarse por lo menos hasta el 16 de junio, fecha en la que el voto de los electores, aunque no se refleje en la estructura política interna de Francia, dará indicaciones que Mitterrand, sin duda, tendrá que tomar en cuenta.

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