Elecciones autonómicas de Cataluña del 29 de abrilLOS CANDIDATOS

Jordi Pujol, o la fuerza de un 'ismo'

Jordi Pujol i Soley, candidato de Convergéncia i Unió a la presidencia de la Generalitat, es una personalidad compleja desde todos los puntos de vista, capaz de arrastrar a sus biógrafos hacia el pecado de la hagiografía o, en caso contrario, de condenarlos a las tinieblas del anticatalanismo. Pujol es, según sus censores, autoritario, distante y frío, mientras que para sus apologistas es tolerante, posibilista y desprendido. No es posible, en resumen, recoger opiniones moderadas sobre el candidato convergente; o son muy blancas o son negrísimas.Pujol se presenta así como el demiurgo de Conver...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Jordi Pujol i Soley, candidato de Convergéncia i Unió a la presidencia de la Generalitat, es una personalidad compleja desde todos los puntos de vista, capaz de arrastrar a sus biógrafos hacia el pecado de la hagiografía o, en caso contrario, de condenarlos a las tinieblas del anticatalanismo. Pujol es, según sus censores, autoritario, distante y frío, mientras que para sus apologistas es tolerante, posibilista y desprendido. No es posible, en resumen, recoger opiniones moderadas sobre el candidato convergente; o son muy blancas o son negrísimas.Pujol se presenta así como el demiurgo de Convergéncia i Unió; es decir, el arquitecto máximo, según unos; el alma de Cataluña, distinta sin embargo de la causa primera, según otros; y un genio no benigno, en opinión de los agnósticos.

En una primera aproximación, Jordi Pujol, 53 años, licenciado en Medicina y antiguo director de una industria farmacéutica, es un fajador a larga distancia, alérgico al cuerpo a cuerpo y proclive al soliloquio. En definitiva, un candidato que parece saber curarse en salud.

Pujol es un nacionalista de larga trayectoria, por lo menos desde 1946, cuando entró en contacto con el nacionalismo confesional del grupo Torras i Bages. Desde entonces su obra ha conocido distintos períodos y diversas tonalidades.

Primero, la cárcel, tras el proceso por los incidentes del Palau de la Música durante una visita del dictador a Barcelona. Después, la "construcción de Cataluña", en una accción dominada por la preocupación por la infraestructura cultural y económica. Más tarde, ya a mediados de los años 70, la política propiamente dicha, en la que irrumpió con la creación de Convergència Democrática. Y, finalmente, a partir de 1980, el poder autonómico, tras su primer triunfo electoral desde 1977. En definitiva, Pujol ha atravesado por tantas etapas que parece lógico que en alguna ocasión el presidente se haya visto obligado, como ocurrió en la precampaña con el director de la serie Catalans de TV3, a frenar los ímpetus de los biógrafos empeñados en atribuirle todas las iniciativas desde los años catacumbales.

Ya en la presidencia de la Generalitat, Pujol se ha dejado llevar por la vía de las realidades tangibles, aparentemente empeñado en darle la razón a Leon Blum cuando afirmaba que "no son los partidos los que hacen los gobiernos, sino los gobiernos los que hacen los partidos". Pero en el análisis de este período tampoco hay acuerdo. Para unos han sido tiempos de elefantiasis propagandística; para otros, días de resistencia a viajar a Madrid como si se tratara de ir a Canosa. Partidario de la sinécdoque, Pujol ha logrado convertirse así, entre la no oposición y cierto diletantismo de los socialistas, en un nuevo ismo, el pujolismo, como dando la razón a los árabes cuando dicen que el que se finge concepto acaba siéndolo.

Cuando se le habla de los nuevos conversos de aluvión, de la crisis de Banca Catalana o de aquellos tiempos del modelo sueco, en los que el adversario no era el socialista (Mario Soares) sino el comunista (Alvaro Cunhal), Pujol. parece decir, como las actrices al verse en una antigua foto: "Ese no soy yo; ese era yo". Ahora, por el contrario, considera que la obra ha sido un éxito y que el público no será un fracaso.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Por los menos hay un punto, sin embargo, donde pujolistas y antipujolistas no se muestran en desacuerdo. La leyenda dice que los emperadores de la antigua China solían ordenar la decapitación de los mensajeros que les traían malas noticias. En este terreno, todos coinciden en que ha habido un cierto progreso histórico: en 1984 o se les concede avales o se les retira la publicidad del partido.

Archivado En