Tribuna:

Moderneces

A su espalda sonaban carcajadas femeninas, él se había sentado en el taburete de la barra y ya tenía la neurosis a remojo en el fondo de la copa. Alrededor se decían moderneces. A Carlos Marx, que no era un perro, lo sacaba a mear una dama de alcurnia al pie de una tapia atado con una cadena de plata. La gloria de Grecia estaba llena de mandriles que trepaban por el Partenón para grabar ecuaciones de segundo grado en lo alto de las columnas. La gente acudía al Juicio Final con bocadillos y gaseosas y se disponía a merendar al aire libre en el valle de Josafat mientras otros chimpancés muy sala...

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A su espalda sonaban carcajadas femeninas, él se había sentado en el taburete de la barra y ya tenía la neurosis a remojo en el fondo de la copa. Alrededor se decían moderneces. A Carlos Marx, que no era un perro, lo sacaba a mear una dama de alcurnia al pie de una tapia atado con una cadena de plata. La gloria de Grecia estaba llena de mandriles que trepaban por el Partenón para grabar ecuaciones de segundo grado en lo alto de las columnas. La gente acudía al Juicio Final con bocadillos y gaseosas y se disponía a merendar al aire libre en el valle de Josafat mientras otros chimpancés muy salaces habían ocupado en nuestras ciudades las terrazas de moda.En aquel salón de bebidas se hacían también comentarios extremadamente sonoros acerca de algunas danzas tribales en la Capilla Sixtina. Se escuchaban rumores vegetales de semillas o hierbas de la perfección mística, unidos a otras opiniones de la miseria humana; incluso había un beodo que gritaba cosas morales. La crueldad y la ternura están en los cromosomas. En este mundo se reparte leche en polvo a los niños raquíticos y se construyen elegantes cementerios para canarios, se embalsama a los héroes y se incendian ciudades, se acaricia a los huérfanos y se montan campos de concentración, se realizan colectas de misericordia en medio de la acción de los verdugos que esparcen napalm cantando salmos de Isaías. En el parque de fieras se puede contemplar a Einstein tocando el violín dentro de una jaula.

Detrás de este hombre desvalido cuya modernidad se reflejaba en un espejo de aguardiente, unas chicas hablaban de la comunicación extrasensorial con habitantes de otras galaxias y unos clientes parodiaban entre risotadas el último crimen de sangre.

-Camarero, ¿qué le debo?

-Son 150 pesetas.

-¿Dónde están los servicios?

-Por allí.

El hombre entró en los lavabos y en el alvéolo del urinario había un trozo de limón. Lo contempló fijamente con cierta filosofía mientras realizaba el trabajo. En efecto, aquella rodaja era una aureola ácida con la que él mismo podía ser coronado.

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