Tribuna:

Gran escala

En este preciso instante habrá en el mundo 50 millones de seres celebrando el coito y otros tantos rascándose el pescuezo, rezando a su respectivo dios o cortándose las uñas. El registro humano es muy corto: desde que uno se levanta hasta que se acuesta, incluida también la travesía onírica de la noche, la existencia se reduce a efectuar o a soñar una serie limitada de actos similares, a una determinada hora, sin salir del pentagrama. Con siete notas musicales y un instrumento se puede realizar un número infinito de sonidos, pero la fisiología del hombre y las variaciones de su alma tienen men...

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En este preciso instante habrá en el mundo 50 millones de seres celebrando el coito y otros tantos rascándose el pescuezo, rezando a su respectivo dios o cortándose las uñas. El registro humano es muy corto: desde que uno se levanta hasta que se acuesta, incluida también la travesía onírica de la noche, la existencia se reduce a efectuar o a soñar una serie limitada de actos similares, a una determinada hora, sin salir del pentagrama. Con siete notas musicales y un instrumento se puede realizar un número infinito de sonidos, pero la fisiología del hombre y las variaciones de su alma tienen menos posibilidades que las que cualquier mediano virtuoso puede extraer de una guitarra. Todo cuanto el hombre da de sí está entre la plegaria y la blasfemia, entre la limosna y el asesinato. Un director de orquesta, por ejemplo, Von Karajan, con una batuta desde la Luna, sólo sería capaz de arrancar cuatro grandes y consabidos acordes a escala universal, y la humanidad haciendo vibrar sus pasiones allá abajo sonaría como la banda de música de un pueblo de Valencia.Mientras uno espera en la sala de un aeropuerto internacional, el altavoz anuncia salidas de vuelo: París, Nueva Delhi, Moscú, Amsterdam, Tokio, Johanesburgo, Nueva York, La Habana, nombres de ensueño que el viajero puede abordar sin más equipaje que una tarjeta de crédito, un cepillo de dientes y el espíritu puro. En un momento de ambición, el viajero imagina que en esas ciudades hallará nuevos tesoros de psicología, minas del rey Salomón, extrañas sutilezas, ternuras indefinibles o crímenes apasionantes. Pero, debajo de cada traje regional o sombrero típico, en todas las partes del planeta habita el mismo hombre, con unos delirios, virtudes o bajezas semejantes a las del vecino de tu casa. Son las cuatro reglas de la supervivencia. Llegas al fin del mundo, donde está la isla del tesoro, y encuentras tu alma repetida hasta la saciedad: la misma hormiga que busca el pan tres veces al día y quiere amar una vez a la semana, dormir tapada, tomar un refresco, que adora a un dios, mata al prójimo, besa a la novia y dice las mismas cosas, normalmente tontas, a la misma hora que otros miles de millones de hormigas de la misma especie. La planificación universal es un asunto de niños.

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