Tribuna:

Control

Y aquí estás, sentada al volante, trepidando con los estertores de tu coche, el motor en marcha y las ruedas clavadas en el sitio. El horizonte es un mar congelado de automóviles y ya te has resignado a no fichar a tiempo en tu trabajo-Cuando llegue al control, les voy a preguntar: qué, ¿han cogido a muchos terroristas? -ironiza un vecino de atasco, que ya se ha convertido en buen amigo.

Aquí estamos todos, jinetes de nuestras lujosas hojalatas, atrapados en un caos colosal. Los coches de los laterales dan la vuelta, algún previsor se escapa en un desvío. Además de asesinos, los que mat...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Y aquí estás, sentada al volante, trepidando con los estertores de tu coche, el motor en marcha y las ruedas clavadas en el sitio. El horizonte es un mar congelado de automóviles y ya te has resignado a no fichar a tiempo en tu trabajo-Cuando llegue al control, les voy a preguntar: qué, ¿han cogido a muchos terroristas? -ironiza un vecino de atasco, que ya se ha convertido en buen amigo.

Aquí estamos todos, jinetes de nuestras lujosas hojalatas, atrapados en un caos colosal. Los coches de los laterales dan la vuelta, algún previsor se escapa en un desvío. Además de asesinos, los que mataron al general Lacaci tendrían que ser conspicuamente imbéciles para dejarse atrapar de esta manera. Aquí estamos todos, jadeando gasolina y maldiciones.

Aquí, en este encierro de chapa, hay mucho tiempo para pensar. Quizá establezcan los controles para eso, no sólo para dar una impresión de actividad y de eficacia, sino para motivar las reflexiones. Enciendo un cigarrillo y me estremezco una vez más recordando la figura rota de Lacaci, acera y sangre. Nos defendió en el 23-F y le han matado, nos decimos con estupor de cuasi-deudos. Nuestra generación creció en la represión y ahora vive en una libertad amedrentada, amenazada por los salvadores de la patria, ya sea la vasca o la estatal. Somos como gatos apaleados, ansiosos de una mano que en vez de pegar nos acaricie: qué más quisiéramos nosotros que saber que toda la policía es impecable y todo el Ejército, demócrata. Por eso, en las angustias de aquel 23-F, nos aferramos a los nombres de los militares antigolpistas como quien se aferra a la esperanza: los citábamos, los recitábamos, los adorábamos con un amor agradecido e irracional, espoleado por el miedo. Quintana Lacaci fue uno de ellos.

El conductor de delante se apea, mira el reloj, se vuelve a subir, se mesa la calva, se apea de nuevo, patea el asfalto con impaciencia. Oh, sí, llegaremos al absurdo control, se acabará el atasco, eso es seguro. Pero en la espera, ¿perderá alguien la calma, se suicidará con el escape de su coche, arremeterá contra el vecino? Aquí estamos todos, estancados, metafóricos. Sabiendo que esto acabará en algún momento. Pero, mientras tanto, qué duro resulta todo, qué inútil y cruento. ¡Qué difícil!

Archivado En