Cartas al director

Las voces de la televisión

No sé quién dobla la voz a los personajes de la tele, quiénes están detrás de esos sonidos quejumbrosos o virilmente tiernos de los telefilmes. Veinte años oyendo desde lejos -la tele del vecino, la del otro lado de la calle- el mismo sonsonete, con esa objetividad auditiva que da la ausencia de imagen.Ese ronroneo, esa queja quebradiza y llorona que es lo que se entiende por una voz suave y melódico, ¿es una voz o son varias voces? Y si son varias, ¿por qué suena siempre lo mismo de antigua, de trasnochada, de voz de cristal, que era lo que tenían que ser las voces en los años c...

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No sé quién dobla la voz a los personajes de la tele, quiénes están detrás de esos sonidos quejumbrosos o virilmente tiernos de los telefilmes. Veinte años oyendo desde lejos -la tele del vecino, la del otro lado de la calle- el mismo sonsonete, con esa objetividad auditiva que da la ausencia de imagen.Ese ronroneo, esa queja quebradiza y llorona que es lo que se entiende por una voz suave y melódico, ¿es una voz o son varias voces? Y si son varias, ¿por qué suena siempre lo mismo de antigua, de trasnochada, de voz de cristal, que era lo que tenían que ser las voces en los años cincuenta.

Cambian -no mucho- los actores, cambian las caras de las presentadoras, cambia el vocabulario para meternos por el oído palabras de la calle que se dicen continuamente y que se les llama malsonantes porque suenan mucho, cambian las imágenes para acercarnos más a la vida desvergonzada o abnegada que sucede por ahí, cambian los políticos casi anualmente. Pero esas voces, que llevan tanto tiempo enterneciendo al personal, ésas no cambian nunca.

Querríamos los teleoyentes otros hermosos timbres en boca de tantos personajes femeninos o en el del héroe de turno, voces secas, sonoras, calientes, cortantes, según vaya el rollo; otra versión auditiva de los Clark Gable o los John Wayne, de los Redgrave o los Brando. Voces de tantos actores que hablan, gritan o susurran y que pueden sugerir el personaje aunque sean más inexpertas. Para doblar a los héroes del cine, cualquiera sirve, cualquiera menos un actor doblero, que diría el clásico.

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Para colocarnos un personaje en toda su dimensión, désele una voz distinta, menos institucionalizada pero más viva y personal, aunque no sea dulce voz hecha de encargo, de trémolos y arpegios o de robustas inflexiones varoniles; gargantas ignotas amaneradas por el paso de los años y la costumbre. Porque nadie como el que no ve la tele, pero la oye sin querer, puede juzgar esa banda sonora de vocecita y vozarrón, con matices y quiebros repetidos hasta la saciedad, que luego nos sigue machacando en los anuncios.

Decía Vicente Verdú en un hermoso artículo, que hablar es emitir sonidos a través del cuerpo, y que, por tanto, la voz emite cuerpos. Pues queremos cambiar esos cuerpos y seguir oyendo llorar o reír a otros cuerpos. Que no nos ocurra lo que a mi madre hace años y leguas, cuando al acabar la emisión de alguna serie de aquella televisión ingenua de los sesenta, hacía siempre el mismo comentario:

"Yo, a la artista, ya la conozco: es la misma que trabajó ayer".

"Pero, mujer, no ves que esto es un drama, que son otros actores...".

"Sí, pero bien le conozco la voz".

Pues yo se la conozco desde entonces, y ni siquiera sé quién es, quiénes son esos señores. /

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