Tribuna:

¿Es solución la austeridad?

La esencia de la teoría económica keynesiana, según se ha enseñado en las aulas durante décadas, ha sido el rechazo de la ley Say, según la cual el ahorro es siempre igual a la inversión; o, dicho de otra manera, que las economías generan suficiente capital para sus necesidades.

Keynes postulaba que había una cierta tendencia hacia el exceso de ahorro en los países desarrollados, y que un nivel bajo de ahorro, es decir, una carencia en la formación de capital, no se puede producir en este tipo de economía. Sin embargo, la realidad ha sido que en los años de la posguerra, dominados por e...

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La esencia de la teoría económica keynesiana, según se ha enseñado en las aulas durante décadas, ha sido el rechazo de la ley Say, según la cual el ahorro es siempre igual a la inversión; o, dicho de otra manera, que las economías generan suficiente capital para sus necesidades.

Keynes postulaba que había una cierta tendencia hacia el exceso de ahorro en los países desarrollados, y que un nivel bajo de ahorro, es decir, una carencia en la formación de capital, no se puede producir en este tipo de economía. Sin embargo, la realidad ha sido que en los años de la posguerra, dominados por el pensamiento keynesiano, ha existido un verdadero subahorro o, si se prefiere, un déficit en la formación de capital.En el universo económico de Keynes se excluye explícitamente la posibilidad del subahorro y, por tanto, de una insuficiente formación de capital.

La afirmación keynesiana como alternativa de que la demanda del consumidor puede ser controlada a través de las rentas monetarias y de las tasas de interés no ha sido, sin embargo, verificada empíricamente en los últimos 40 años de vigencia de su pensamiento.

El estímulo de la economía a través de la manipulación de los tipos de interés, juntamente con el incremento de los déficit presupuestarios, no contribuyeron realmente a estimular las economías, que sufrieron un auténtico sabotaje de la microeconomía, reduciendo la velocidad de circulación del dinero y dejando caer la inversión, lo que no hubiese sucedido si la macroeconomía realmente determinase los comportamientos económicos, como esperaba Keynes.

Todo parece indicar que la crisis en la productividad y en la formación de capital hará que en el futuro se cuente mucho más con las realidades empresariales de la microeconomia.

Productividad y formación de capital son factores microeconómicos, pero son función de la producción más que de la demanda. La productividad describe los rendimientos de cada uno de los factores de producción: trabajo, capital, recursos naturales y tiempo.

Mayor inversión

La formación de capital ha de ser igual al costo del capital, pero, en una economía en desarrollo, este coste es sustancialmente más alto, por cuanto ha de contarse con costo futuro. Los puestos de trabajo de mañana son, por definición, más costosos que los de hoy, y requieren mayor inversión que los puestos de trabajo de hoy mismo, por lo que la formación de capital ha de ser superior al costo de reposición.

El asumir los riesgos de incertidumbre, los cambios tecnológicos y la presión de los mercados forman parte de la estrategia económica de nuestros días.

La serie de innovaciones que requiere la actividad económica actual, y aún más la futura, ponen el acento sobre la productividad, que no es una optimización de los beneficios, sino una adecuada cobertura de los costos.

En la crisis económica actual, los desequilibrios externos se producen en gran medida como consecuencia de distintos niveles de productividad y de formación de capital, que se reflejan en la inflación, en los tipos de interés y en las tasas de cambio.

Francia no es España

El arranque, pues, de todo programa que a más o menos largo plazo pretenda sanear una economía habrá de optar, de una u otra manera, por poner énfasis en estos dos factores, que ya no están sometidos a un tratamiento autónomo en cada país, sino que están sujetos a un sistema de vasos comunicantes de las diversas economías. De hecho, la crisis internacional de liquidez demuestra que la formación de capital hoy día se produce a nivel internacional.

Las medidas de austeridad acometidas por algunos países para nivelar sus desequilibrios no es una alternativa permanente, sino una salida de emergencia.

La austeridad que preconiza en la actualidad la política francesa no puede ser aplicable en nuestro país, por cuanto allí se parte de unos supuestos distintos y muy especialmente de una política expansionista precedente que desarticuló la economía francesa del resto de sus socios del Sistema Monetario Europeo, y que había situado, su inflación a niveles alarmantes para un país occidental. Las sucesivas devaluaciones del franco estuvieron seguidas de unas políticas de precios ajustadas que limitaron la inflación, que ha conseguido bajar del 14% en diciembre de 1981 al 9,7% en la actualidad. El desfase de exportación francés, medido en diferencial de inflación, no obstante, se mantenía a niveles del 4%.

Un programa de austeridad en estas condiciones puede ser justificable, puede ser conveniente e incluso necesario para un país integrado en el Sistema Monetario Europeo y en la Comunidad Económica Europea, de donde no se puede retirar sin grave quebranto comercial y financiero. El caso de España es distinto, porque no estamos integrados en un sistema participativo internacional, y nuestras ayudas, las que podamos recibir, habrán de venir por méritos propios, que en este caso consistirían en poner la casa en orden y ofrecer atractivos y garantías al capital internacional para que supla nuestra deficiente formación bruta de capital, acelere nuestro equipamiento tecnológico y nos permita incrementar nuestras exportaciones.

es representante en España de Drexel Burnham and Lambert Limited.

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