Casarse por 'lo civil' en dos minutos

Las salas en las que actualmente se celebran las bodas son pequeñas, poco apropiadas y, en algunos casos, en mal estado de conservación

Desde primeras horas de la mañana, numerosos grupos de personas esperan que les llegue su turno, repartidas entre la calle y las dependencias del juzgado. Resulta realmente difícil distinguir a los novios entre la multitud de familiares y amigos. El ritual es muy diferente al de las ceremonias canónicas, no sólo por el acto en sí, sino también por la actitud de los invitados y la vestimenta de los contrayentes. La falta de vistosidad es la nota dominante. Sólo las novias conservan aún una parte del boato que caracteriza las ceremonias religiosas: el correspondiente ramo de flores y el pelo arr...

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Desde primeras horas de la mañana, numerosos grupos de personas esperan que les llegue su turno, repartidas entre la calle y las dependencias del juzgado. Resulta realmente difícil distinguir a los novios entre la multitud de familiares y amigos. El ritual es muy diferente al de las ceremonias canónicas, no sólo por el acto en sí, sino también por la actitud de los invitados y la vestimenta de los contrayentes. La falta de vistosidad es la nota dominante. Sólo las novias conservan aún una parte del boato que caracteriza las ceremonias religiosas: el correspondiente ramo de flores y el pelo arreglado de peluquería.La sala de casamientos, que tiene entre 25 o 30 metros cuadrados, no está apenas decorada. Una foto del rey Juan Carlos, situada encima del estrado del juez, preside las paredes desnudas. Dos bancos de madera acogen a los invitados. A las 11 de la mañana, José Luis Bargueño Hernández, de 40 años, funcionario de profesión, divorciado y con dos hijos, de 13 y 15 años, respectivamente, se sitúa en el estrado acompañado de Elisa Sánchez Villaseña, de 27 años, soltera. El juez procede a dar lectura a tres preceptos del Código Civil en los que se consagra la igualdad de los cónyuges, el respeto y la ayuda que ambos deben prestarse y la obligación que tienen, a partir de la celebración de la boda, de vivir juntos y de guardarse fidelidad.

AMELIA CASTILLA, Madrid

P., Buenos Aires

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"¿Enterados?", pregunta el juez, una vez finalizada la lectura. Los contrayentes, muy nerviosos, afirman con la cabeza y el juez les tranquiliza: "Buenos chicos". A continuación dirige sucesivamente a los novios las preguntas de rigor sobre el matrimonio:

-¿Consiente? -dice el juez.

-Sí, consiento.

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-¿Efectivamente lo contrae?

-Sí, efectivamente lo contraigo.

-Os declaro marido y mujer. Daros un beso.

Elisa besa a su marido y casi al instante trata de borrar la huella de carmín que ha dejado en su boca. "Bueno", anuncia el secretario, "ahora saquen los anillos y colóquenselos por este orden: primero, el marido se lo pone a la mujer, y luego, al revés". Una vez cumplimentado este ritual, los dos contrayentes y los dos testigos firman en el libro de registros. La ceremonia, que ha durado escasamente dos minutos, ha concluido. Las fotos de rigor y la entrada y salida de invitados pueden prolongarse hasta 10 minutos. "Los siguientes", reclama un funcionario del juzgado a la pareja que ya espera en la antesala. "Por favor", dice, "no se agolpen en las puertas. Faciliten la entrada y salida de personas".

Absoluto laconismo

El nuevo matrimonio recibe los besos y las enhorabuenas de los acompañantes. Elisa protesta por lo poco adecuado del local en el que se celebran las ceremonias. "¡Esto es un desastre! Estamos apelotonados. Ni estás tranquilo ni estás con la familia. Podían habilitar un lugar más adecuado...". Mientras una lluvia de arroz lo invade todo, la señora de Bargueño afirma que a partir de ahora se dedicará a sus labores.

El tráfico por los pasillos, en torno a la sala del juzgado, prosigue sin detenerse un momento. Sergio Castellano, de 20 años, ha aprovechado el permiso que le han concedido en el Ejército tras la jura de bandera en Córdoba, donde está realizando la mili, para casarse y conseguir más fácilmente el traslado a Madrid. A su novia, Pepi Carrón, de 21 años, el ceremonial no le quita el sueño y lo que menos le gusta es que no van a poder cumplir con el otro rito, el del viaje de novios, porque "él tiene que reincorporarse en breve al Ejército".

Una anciana, toda vestida de negro y surcada de arrugas, se apoya en el brazo de su hija para trasladarse por las dependencias del juzgado después de la última boda. A Lucía Sánchez, de 81 años, ya se le han casado dos nietos en un juzgado. "A mí me da igual. Yo ya he visto de todo", musita. "Cuando a mi marido lo fusilaron después de la guerra, me quedé con ocho hijos y lo que venía en la barriga. La gente joven de ahora sí que tiene suerte. Éstos son otros tiempos. Lo importante no es cómo se casen, sino que sean felices, aunque estaría mejor que lo hicieran por la Iglesia. !Ojalá viera casarse a mis 25 nietos!".

El juez, Antonio Albasanz Gallán, de 64 años, compañero de promoción de Enrique Tierno en la facultad de Derecho de Madrid, califica la ceremonia como de un laconismo absoluto. "Y eso que yo la alargo un poco y les digo a las parejas que se besen", comenta. "Ahora, gracias a la Constitución, se ha cambiado uno de los artículos. Antes se decía a la mujer que tenía que obedecer al marido, y a éste, que tenía que proteger a la mujer. Ese párrafo se ha cambiado por el de respetarse y ayudarse". Albasanz agradece las visitas de la Prensa. "La última vez que se pasaron por aquí unos periodistas y denunciaron cómo estaba esto, el titular del Ministerio de Justicia, que entonces era Pío Cabanillas, anunció el inicio de negociaciones para conseguir un local adecuado para la celebración de bodas".

10 kilómetros para casarse

Pese al alejamiento geográfico, el juzgado de María de Molina, situado en el barrio de Salamanca, es el que corresponde al populoso distrito de Carabanchel. El local asignado en Carabanchel como Registro Civil disponía sólo de un cuarto, diminuto y en absoluto adecuado para celebrar las bodas. Por ello, todos los contrayentes de esta zona periférica de Madrid se ven obligados a desplazarse, al menos, 10 kilómetros para casarse. Y más frecuentemente en esta época, porque las bodas proliferan entre mayo y septiembre. La única explicación lógica que el juez, la fiscal y el secretario del juzgado encuentran para el hecho es que muchos habitantes de la ciudad mantienen la tradición rural y campesina. En estos meses se recogen las cosechas y se realizan las fiestas en la mayoría de los pueblos. Es la época adecuada para un feliz acontecimiento.

El juez, que ejerce su cargo desde 1949, asegura con orgullo que él ha casado prácticamente a la totalidad del distrito de Carabanchel, incluidos los presos de la cárcel. Aunque el número de matrimonios civiles ha aumentado en los últimos años, la relación es todavía de una boda en el juzgado por cada 13 matrimonios canónicos. "Y es que el 98% de los españoles es católico", asegura el juez. "Lo que pasa es que no vamos a misa porque se nos olvida".

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