Tribuna:

Iberismo e iberoamericanismo

En el transcurso de unos meses, diversas instituciones portuguesas y españolas -entre ellas, la universidad internacional Menéndez Pelayo- han acrecentado la organización de seminarios y coloquios, en Lisboa y otras ciudades lusas, con participación de expertos, escritores, académicos y políticos. De una u otra forma, el iberismo, en su sentido lato, explícito o encubierto, estaba presente como problema cultural, actual o histórico. Y, en efecto, no se pueden entender las relaciones - hispano-portuguesas, a nivel cultural o político, sin referirse a este ismo ideológico, que atrae y rep...

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En el transcurso de unos meses, diversas instituciones portuguesas y españolas -entre ellas, la universidad internacional Menéndez Pelayo- han acrecentado la organización de seminarios y coloquios, en Lisboa y otras ciudades lusas, con participación de expertos, escritores, académicos y políticos. De una u otra forma, el iberismo, en su sentido lato, explícito o encubierto, estaba presente como problema cultural, actual o histórico. Y, en efecto, no se pueden entender las relaciones - hispano-portuguesas, a nivel cultural o político, sin referirse a este ismo ideológico, que atrae y repele, que concita adhesiones y rechazos. El iberismo y su ideologización es una constante en nuestra común y diferenciada historia peninsular, muy especialmente en nuestro último siglo. Si en escritores portugueses -Almeida Garrett, Oliveira Martins, Sardinha, Pessoa o Antonio Sergio- las diferencias de enfoque son claras, también lo están en Pi y Margall, en Unamuno, Ortega o Azaña. Pero todos asientan, con coincidencias o discrepancias, el problema peninsular ibérico como un problema de revisión cultural previo a una eventual revisión política.Históricamente, el iberismo es equívoco. No hay una doctrina iberista homogénea y estructurada: hay iberismo como una pretensión estatal unitaria, con jefatura unipersonal o bicéfala; iberismo como confederación peninsular, en la mejor tradición ácrata; iberismo como multirregionalización ibérica: los ensayos y pensamientos de Fernando Pessoa exigirán, sobre todo en este punto, un estudio cuidado. Y hay también un iberismo como hegemonismo castellano-español e iberismo como sistema de defensa de este intento, real o ficticio, de expansionismo español. Ha habido, en fin, políticamente, un iberismo de las dictaduras franquista- salaz arista que -conscientemente- coincide con el período de mayor distanciamiento entre los dos pueblos y culturas: el pacto ibérico fue, sobre todo, un simple pacto de no agresión, no de concertación política o acercamiento cultural.

Una revision en las relaciones hispano-portuguesas en la actualidad, con dos sistemas políticos homogéneos, de democracia pluralista, e incluso con dos Gobiernos progresistas, permitirá, sin duda, un replanteamiento cultural y, en definitiva, una profundización de nuestros datos comunes y diferenciados, es decir, de un iberismo reactualizado demo-

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Iberismo e iberoamericanismo

Viene de la página 7cráticamente, sin sebastianismos ni hegemonismos mágicos. A mi juicio, hay cuatro supuestos sobre los que, entre otros, se podría reflexionar.

En primer lugar, que, culturalmente, España y Portugal han estado distanciados de una manera artificial; más aún, de forma consciente, por sectores conservadores y autoritarios. El nacionalismo conservador -manteniendo el mito como evasión: nuevo imperio o los modelos elitistas francés o británico- se traducía en la creación y divulgación de una cultura anticastellana y, por extensión, antiespañola. España sería así el antimodelo: como expresión de incapacidad desarrollista y como símbolo decadente, imperialista y anexionista.

En segundo lugar, revisar un tópico que se, ha instrumentado demagógicamente: el sentimiento popular antiespañol. Analizar si, en efecto, la diferenciación/ antagonismo es un resultado de una conciencia popular generalizada o una construcción elitista. Leo en estos días en el Expresso de Lisboa que, en una encuesta piloto, un porcentaje alto de portugueses -el 26%- es partidario de una unión política con España, y, precisamente, en las clases populares -no en las altas- se manifiesta esta actitud. ¿Hay realmente un cambio de actitud o se está produciendo una nueva mentalidad de acercamiento?

En tercer lugar, las diversas situaciones políticas -en Portugal. Y España, con sistemas constitucionales democráticos- llevarán a replanteamientos cultural/ políticos que, sin duda, incidirán en la interrelación luso-española. Y este neoiberismo democrático no necesariamente tiene que dar como resultado una alteración de las propias y específicas soberanías tradicionales, pero sí podrá replantear a fondo unas nuevas relaciones culturales, hoy prácticamente nulas.

En cuarto lugar, este inicial neoiberismo democrático -de acercamiento sin suspicacias, de conocimiento mutuo, de revitalización cultural y política será, necesariamente, un iberoamericanismo. Nuestra proyección efectiva a Iberoamérica pasa por un entendimiento y concertación ibéricos. Lo que, de alguna forma, tanto Mario Soares como Felipe González han señalado recientemente: el nuevo trato peninsular. La modernización, desarrollo y asentamiento democrático de nuestras sociedades constituye un objetivo común a conseguir, y, dentro de este objetivo, la cooperación, la más amplia posible, entre España y Portugal significará también un factor de aceleración progresista de la comunidad iberoamericana.

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