Tribuna:

Una Roca en el camino

En los próximos meses, esperemos que no años, España tiene que elegir entre una serie de posibilidades de acción con respecto a la OTAN: Integrarse militarmente de forma plena en la Alianza Atlántica; proceder a esa integración estableciendo salvedades a la manera de Francia o a la de Grecia; y abandonar el instituto armado de Occidente.Los años ochenta no son los de fines de los cuarenta, cuando se creó la Alianza Atlántica, y, por lo tanto, integrarse en la organización plantea problemas distintos en la medida en que la amenaza soviética es también diferente; política, sin duda; psico...

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En los próximos meses, esperemos que no años, España tiene que elegir entre una serie de posibilidades de acción con respecto a la OTAN: Integrarse militarmente de forma plena en la Alianza Atlántica; proceder a esa integración estableciendo salvedades a la manera de Francia o a la de Grecia; y abandonar el instituto armado de Occidente.Los años ochenta no son los de fines de los cuarenta, cuando se creó la Alianza Atlántica, y, por lo tanto, integrarse en la organización plantea problemas distintos en la medida en que la amenaza soviética es también diferente; política, sin duda; psicológica, también, pero escasamente ominosa en lo militar.

A la España de Franco le hubiera interesado entrar en la OTAN en la medida en que le habría dado alguna respetabilidad democrática al régimen, especialmente en los años sesenta. En el momento actual España no necesita ese barniz de respetabilidad porque toda la democracia que no se ate en España no quedará atada y bien atada por mucho que se esté en la OTAN. Por ello no puede ser motivo suficiente para salir o quedarse en la Alianza el que tengamos una marina bastante profesional, un buen Ejército del Aire y tres o cuatro divisiones de tierra que, debidamente modernizadas, interesarían en cualquier fuerza militar conjunta; ni tampoco que la OTAN sea una especie de escuela de rehabilitación democrática para ejércitos con malos pensamientos. Al mismo tiempo, hay que decir que la cooperación militar de España con la Alianza se venía ya produciendo desde hace años de tal manera que, en caso de guerra generalizada, no sería exagerado decir que España estaría en condiciones de ser una fuerza más en la defensa de las posiciones occidentales. Todo ello equivale a decir que militarmente España tiene ya desde hace años un pie en la OTAN, por lo que su aportación estratégica en caso de integración plena no haría que variara sustancialmente el equilibrio mundial. De ello se deduce que el ingreso de España en la organización es un tema político mucho más que militar. Si la OTAN necesitara tanto militarmente a España, como se dice, la integración se habría producido ya en vida de Franco, gustara o no a los escandinavos. Por el contrario, el interés de la OTAN en el ingreso de España es fundamentalmente político. Es el interés de combatir la tentación del neutralismo en un caso extremo, y el del sentimiento de independencia a la francesa, en un caso mínimo.

Es el deseo de que Europa no se busque a sí misma fuera de la Alianza Atlántica.

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Por todo lo anterior, si la permanencia de España en la OTAN tiene un valor político para nuestros anfitriones, y el mero hecho de la integración plena no significa un contravalor político para España, que sea suficiente en sí mismo, puede concluirse que es preciso obtener de la OTAN o de las naciones que en ella se integran, esa compensación política para que interese la integración plena. Esa compensación sólo puede contabilizarse en la moneda de un principio de solución al problema de Gibraltar, y de la integración sin más dilaciones de España en la CEE.

Evidentemente, la posición estandar de los portavoces de la

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Una Roca en el camino

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OTAN es la de que tanto el problema del ingreso en la CEE, como el del contencioso gibraltareño, son cuestiones de índole bilateral entre España y la Comunidad, y España y el Reino Unido, en las que no puede entrar un organismo creado para otros fines. La OTAN, como Pilatos, tiene siempre una jofaina a mano. Sin embargo, nadie ignora que la OTAN es un foro político en el marco del cual puede haber cuestiones bilaterales que resolver, con respecto a las cuales la Alianza Atlántica como tal puede tener una posición siquiera oficiosa. No sería exagerado pensar que la OTAN pudiera desear a través de sus buenos oficios que se llegara a una solución satisfactoria para las partes en el doble contencioso que tiene con carácter prioritario la política exterior española. Que ese deseo fuera interpretado o no como una presión para el acuerdo sería únicamente un problema de qué nombre queremos darle a las cosas. Es, por lo tanto, muy diferente que la OTAN piense que el tema de la integración de España en la organización atlántica es una cuestión a tratar únicamente entre Madrid y Bruselas, a que entienda que hay más partes implicadas en el asunto. Recientemente, el almirante Small, jefe de las fuerzas navales de la Alianza en el Mediterráneo, admitió, no sin haber sido sometido antes a una tenaz aunque amable persecución dialéctica por un grupo de periodistas españoles, que la OTAN podía llegar a desempeñar algun papel en una futura negociación a varias bandas para la plena integración española en la organización.

España tiene, por añadidura, un argumento inmensamente sólido para tratar el problema de Gibraltar con el Reino Unido. Mucho más sólido que todos los títulos históricos, las vejaciones seculares, y la maldad intrínseca de la Pérfida Albión. Este argumento se llama Hong Kong. En 1997 toca a su fin el periodo por el cual China arrendó las sucesivas ampliaciones de la colonia insular, ocupada por los soldados de la Reina Victoria en los años cuarenta del siglo pasado. Londres ha venido sosteniendo durante años que lo único que hay que devolver a China son los Nuevos Territorios y la península de Kowloon, en tanto que la isla de Hong Kong debe seguir siendo británica mientras sus habitantes así lo deseen. Sin embargo, la evidente firmeza china y su no menos evidente capacidad para arrojar a los británicos al mar en el caso de que la señora Thatcher no quiera negociar la retrocesión de toda la colonia, excluyen una repetición de la operación Malvinas para demostrar que los viejos leones nunca mueren. De esta forma, cuando en 1997, según todas las previsiones, Londres se vea obligado a reconocer la soberanía china sobre su última posesión asiática, se vendrá abajo la conocida teoría de que el Reino Unido no puede transferir a los gibraltareños a España sin el consentimiento de éstos, puesto que parece más que dudoso que alguien vaya a preguntar a los chinos de la colonia si quieren su reintegración a la madre patria. Por esta razón, si la integración en la CEE es un tema de la máxima urgencia, la puesta en marcha de un mecanismo para la recuperación de Gibraltar tendría como fecha límite, para dar sus primeros frutos, la antes citada de la retirada británica del Río de las Perlas.

En los próximos años España puede encontrarse, con una gran probabilidad, formando parte a tiempo completo de la OTAN; puede seguir sin ver la luz en el tema gibraltareño; y continuar repicando a la puerta de la Comunidad. Lo que debería ser inaceptable es que todas esas posibilidades se reunieran en una sola. Si España ha de permanecer en la OTAN nuestros asociados en la Alianza Atlántica deberían entender que Madrid bien vale una misa.

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