Tribuna:

La acción católica

Una señal. Eso es lo que esta miserable cronista agnóstica estaba aguardando para abandonar las tinieblas y arrojarme en brazos de la luz. Y hete aquí que recibo no una, sino cuarenta millones de señales en dinero contante y sonante del Banco de España. Bendición.Debo reconocer que este Santo Padre es único y a ti te encontré junto a una linotipia. Discípulo indirecto pero fidelísimo de aquel extraordinario creador de actores polaco que fue Stanislawski, el Sumo Pontífice, con este sumo gesto que sume a La Editorial Católica, desde ya, en la tecnificada abundancia, no ha hecho sino sint...

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Una señal. Eso es lo que esta miserable cronista agnóstica estaba aguardando para abandonar las tinieblas y arrojarme en brazos de la luz. Y hete aquí que recibo no una, sino cuarenta millones de señales en dinero contante y sonante del Banco de España. Bendición.Debo reconocer que este Santo Padre es único y a ti te encontré junto a una linotipia. Discípulo indirecto pero fidelísimo de aquel extraordinario creador de actores polaco que fue Stanislawski, el Sumo Pontífice, con este sumo gesto que sume a La Editorial Católica, desde ya, en la tecnificada abundancia, no ha hecho sino sintetizar las enseñanzas del maestro de la interpretación. Al fin y al cabo, el famoso método que incorporaron, entre otros, Brando y Clift, no preconizaba otra cosa que meterse en la piel del personaje: si tienes que hacer de árbol, sé un árbol. En resumen, ponte en el lugar del otro.

Eso es lo que ha hecho Juan Pablo II: se ha puesto en el sitio de la apurada empresa periodística y, en un rapto de stanislawskitis, le ha echado una mano.

Me parece bien. Sobre todo porque la suprema astucia del Papa que llegó del frío pero se aclimató rápidamente no consiste en ofrecer ese regalo de cuarenta milloncejos que, a lo sumo, alcanzan para comprar un chalé con piscina en Ampuria Brava: la suprema astucia radica -y he aquí la señal- en involucrar a varios cientos de miles de españoles en la perpetración de determinados medios de comunicación, actualizando el término acción católica.

Y, por ende, convertirlos en lectores. ¿Cómo no van a leer lo que ellos mismos han contribuido a realizar con el sudor de su frente? ¿Cómo no van a abalanzarse como leones, todas las mañanitas, sobre las páginas de cuya pervivencia son responsables? Chapeau para el Papa y, en cuanto a mí, veinte incensariazos en la espalda como inicio de punición olímpica.

Sin embargo, desde mi nueva posición de recién conversa, me queda algo por pedir: la indulgencia plenaria para esos angelicales accionistas. Es lo mínimo que merecen. Y felicitaciones a los agraciados. Les han ahorrado pasar el cepillo.

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