Reportaje:

Las máquinas de la discordia

La recogida del algodón en el bajo Guadalquivir, marcada por la conflictividad

El problema que se plantea en principio es simple: ¿máquinas o jornaleros? Pero los partidarios de las máquinas no olvidan que la recogida del algodón supone prácticamente el único trabajo que permite a miles de familias, procedentes no sólo de los tres municipios de la zona (Los Palacios, Las Cabezas de San Juan y Lebrija), sino de muchos otros pueblos de Sevilla, Cádiz y Extremadura, obtener unos ahorros ante la escasez del invierno. "La mecanización ha de ser progresiva"', manifiesta Juan Rodríguez, secretario provincial de la Unión de Agricultores y Ganaderos Andaluces (UAGA) en Sevilla. "...

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El problema que se plantea en principio es simple: ¿máquinas o jornaleros? Pero los partidarios de las máquinas no olvidan que la recogida del algodón supone prácticamente el único trabajo que permite a miles de familias, procedentes no sólo de los tres municipios de la zona (Los Palacios, Las Cabezas de San Juan y Lebrija), sino de muchos otros pueblos de Sevilla, Cádiz y Extremadura, obtener unos ahorros ante la escasez del invierno. "La mecanización ha de ser progresiva"', manifiesta Juan Rodríguez, secretario provincial de la Unión de Agricultores y Ganaderos Andaluces (UAGA) en Sevilla. "De hecho, así la estamos haciendo. Si hay negociación con los sindicatos, la mecanización total tardará cuatro o cinco años, por lo que los jornales no se pierden de hoy a mañana".Para los sindlicatos, la cuestión no radica en oponerse a las máquinas, sino en la salida que se va a buscar para no dejar en el paro a los jornaleros. Según Manuel Alonso, responsable de CC OO en Sevilla para las relaciones unitarias, "mientras las máquinas no sean bien utilizadas para el conjunto de la sociedad, vamos a estar en contra y seguiremos luchando. Porque la máquina depende de cómo se utilice. Si es para bien de la persona, de acuerdo; pero si es, como en estos momentos, para arrinconar a una serie de trabajadores y tirarlos a las puertas de los ayuntamientos, mientras que los beneficios que se obtienen se los llevan unas pocas personas, entonces estamos en contra de ese tipo de mecanización".

"El problema se ha desvirtuado", nos dice el capataz agrícola de la Cooperativa de Jaén, una de las más fuertes en la comarca, "pues, si lo hacemos bien, hay algodón para todos. Los riesgos de la mecanización se han agigantado".

En la década de los setenta el cultivo del algodón sufrió un descenso alarmante: de 270.000 hectáreas en 1970 se pasó a 36.000 en 1978. Para paliar las consecuencias de este descenso, en 1979 las organizaciones agrarias y las centrales sindicales (CC OO y UGT) firmaron un plan quinquenal con la intención de aumentar la superficie cultivable de algodón e iniciar la mecanización. Los efectos de esta mecanización sobre los jornaleros, muchos de los cuales quedarían parados, se trataban de contrarrestar con la creación de cultivos sociales alternativos. Miguel Manaute, consejero de Agricultura del Gobierno andaluz, piensa que "el plan preveía un aumento del cultivo que se ha cumplido en su totalidad, salvo este año, que no había agua en los pantanos, mientras que la mecanización no se ha dado. Por tanto, esto no es un invento de nadie ni un plan nuevo. Cuando el algodón era el único cultivo pactado y ordenado a nivel nacíonal que ha habido en este país, no se trata de que, porque llegue un Gobierno socialista, vaya a cambiarlo. Sí, es cierto que el plan altemativo de cultivos no se ha cumplido, pero eso es culpa del Gobierno de UCD, ya que nosotros llevamos aquí pocos meses y no tenemos transferencias sobre el terna".

Al fallar el plan por el lado que más afectaba a los jornaleros, CC OO decide desvincularse de él, pues considera que no hay contrapartidas fiables por parte de la patronal, y además se prosigue con la mecanización, reduciéndose con ello las jornadas de trabajo. Pero en este punto discrepa Juan Rodríguez, de UAGA: "No es cierto", piensa, "que las jornadas se hayan reducido. Al no haber la mecanización prevista, aquéllas se han duplicado".

Negociaciones baldías

Los intentos de negociación, a veces propiciados desde la propia Consejería de Agricultura, no faltaron, aunque no dieron resultado alguno. La Unión de Agricultores quería pactar y planteó a los sindicatos el compromiso de aumentar el cultivo, mecanizando progresivamente cada año, a la vez que se creaban cultivos sociales. "Nosotros", comenta Manuel Alonso, de CC OO, "no podíamos aceptar que recogiera algodón un número determinado de máquinas para que luego se metieran más, sobre todo en las grandes fábricas".

Según otras fuentes, CC OO llegó a proponer, en una negociación con UAGA, ASAGA y algunas de las grandes fincas, que la recogida se efectuara al 50% entre máquinas y jornaleros. Pero el decidido apoyo de las asociaciones agrarias a la mecanización y la actitud del SOC, contrario a cualquier negociación y dispuesto a emprender acciones de protesta, arrastraron a Comisiones hacia actitudes más beligerantes.

Entre los pequeños agricultores existe una gran confusión, pero la mayoría ve como única posibilidad de mantener el cultivo la mecanización. La necesidad de reducir costes es imperiosa para todos

Algunos, como José Ruiz, piensan que es inevitable: "Aqui todos vamos a salvar el pellejo", nos dice, "pero no podemos sembrar en este plan. El algodón se paga a noventa pesetas el kilo en la fábrica, cuando debe pagarse a cien o 125 pesetas. Aunque los jornaleros tienen derecho a vivir, hay que meter máquinas". Otros lo ven beneficioso, como Manuel Gámez: "La máquina es mucho más barata. El algodón cogido a mano supone que dé cuatro partes, tres son de gastos y una de beneficio; con máquinas, una parte es de gastos y tres de beneficio".

Las facilidades para adquirir máquinas son muchas como para no tentar a, la mayoría de los agricultores. La subvención del Gobierno supone un 30% o un 40%, según sea el comprador un particular o una cooperativa, de los aproximadamente nueve millones que cuesta. El resto se puede pagar hasta en ocho años.

La posibilidad de que estas subvenciones se dirijan al, pequeño agricultor directamente para pagar la mano de obra es una solución apuntada por algunos agricultores. "Pero éste no es su esquema", dice Manuel Alonso, de CC OO, "porque entra en contradicción con sus intereses. ¿A quién van a subvencionar, al algodón recogido a mano, que se convierte así en un cultivo social? No; ellos tienen que hacerlo todo al revés". Pero este planteamiento es absurdo desde la óptica de Manuel Manaute, consejero de Agricultura, pues "es como si, en vez de subvencionar la compra de un tractor, le diéramos dinero al agricultor para que comprara mulas y yuntas. Esa no es la salida".

Tanto las asociaciones agrarias como Manaute ("es contradictorio pelear por la remolacha, que da veintidós jornales por hectárea, cuando despreciamos el algodón mecanizado, que da treinta") reprochan a los sindicatos que sólo defiendan el jornal de la recolección, donde trabajan familias enteras, incluso niños, durante un mes, y no tengan en cuenta los jornales que produce la mecanicación. "Además", explica el capataz agrícola de la Cooperativa de Jaén, "esta mecanización permitiría sembrar más algodón y habría más trabajo".

El clima de tensión social que se respira en la comarca produce miedo en los agricultores que utilizan aunque éstas han estado protegidas día y noche por la Guardia Civil, y amenazan con no sembrar más algodón si se les impide utilizarlas. Entonces, el problema se agravaría, pues el girasol, el trigo o la remolacha dan muchos menos jornales; tienen menos complicaciones, pero la producción de la tierra es mucho menor.

"Donde llega el algodón, la comarca se enriquece", nos dicen en la Cooperativa de Jaén. "El algodón crea riqueza por la productividad de la tierra y el número de peonadas que conlleva. Si no se apoya este cultivo...". Concepción Gómez plantea el problema con mayor crudeza: "Para quitar el algodón tienen que echar a los jornaleros de este mundo, porque de esto es de lo que comen".

La posibilidad de no sembrar este cultivo es, sin embargo, harto dilfícil para los propios agricultores, pues la productividad de las diez o doce hectáreas que poseen en propiedad no les permitirían sobrevivir. "Con mucha suerte, y potenciando el cultivo", explica Paco Casero, líder del SOC, "el trigo o el girasol les dejaría un margen de 600.000 a 700.000 pesetas. ¿Qué hace con ese dinero, después de pagar intereses en el banco, los herbicidas, la letra del tractor y dar de comer a la familia? O siembras algodón o es que no comes".

Cuando a un jornalero se le habla del invierno que se aproxima, su rostro se contrae, mira al suelo y calla. Es el miedo a cinco largos meses (de noviembre a marzo) donde los jornales son mínimos y hay que subsistir como se pueda con el dinero del empleo comunitario. Porque sólo la recogida de algodón permite ahorrar para que la escasez repercuta mínimamente sobre las necesidades primarias Este ahorro oscila según los componentes de la familia y el número de kilos que recojan, pero se puede estimar entre las 150.000 y las 300.000 pesetas, cantidades que este año se verán reducidas por la mecanización y la reducción de la campaña. "Porque cuando los jornaleros", dice Paco Casero, "cobran el paro, pueden tirar ayuda dos por lo que tienen en el banco pero al llegar junio, o antes, ya no les queda nada".

El consejero de Agricultura del Gobierno andaluz recoge el sentimiento de los agricultores, quienes piensan que este problema debe solucionarlo el Gobierno, y razona que la cuestión del paro debe atacarse con un programa global donde entre también la industria. "El empleo comunitario", nos dice, "es una situación coyuntural que hay que hacer más digna y rentabilizar".

Pero Rosa, que se niega a darnos su apellido ("a mí no me gustan estas cosas", dice), no entiende esas palabras. Ella vive con su familia, unos quince, en dos barracones de cuarenta metros cuadrados; mientras las mujeres y los hombres recogen algodón, cuida a los niños más pequeños. Vienen de Lora del Río (Sevilla) a trabajar durante un mes, "porque hay que estar donde se gane dinero; por eso ahora queremos irnos a la aceituna. En Lora sólo tenemos el paro, nos dan cuatro días a la semana, cuando los hay, que son 16.000 pesetas al mes. Así no se puede vivir".

Entre los agricultores con pocas posibilidades económicas también se dan estos casos. José Ruiz trabaja durante todo el año con sus once hijos, durmiendo en un barracón sobre colchones, para poder regar y preparar el cultivo. "Es un crimen", comenta, "estar con los niños trabajando, quitados de la escuela, sin poder dar trabajo a otros porque no compensaría".

Las esperanzas de solucionar estos problemas sociales, junto a las incidencias de la mecanización sobre los jomaleros, quedan por el momento lejos, como una utopía, que los mismos partidos políticos reconocen imposible. Ante tal situación, la pregunta de los sindicatos es un disparo a bocajarro: "¿Qué hace usted con los 500.000 jornaleros que hay en Andalucía? ¿Hay una alternativa real a estas máquinas que están sustituyendo a unas familias necesitadas? Nadie la ha dado".

Niños trabajadores

Al pasar por una parcela, una niña de nueve años, nos dice que recoge diez, catorce o veinte kilos de algodón al día, que, a veintisiete pesetas, son... Miles de niños trabajan o corretean por las marismas del bajo Guadalquivir, unos por necesidad y otros porque no existen guarderías en los pueblos de la zona; tampoco tienen fuerza para echar una mano a sus familias. Este problema ha sido denunciado por todos los organismos, asociaciones agrarias y sindicatos, pero sus apreciaciones son distintas.

En Las Cabezas de San Juan y Lebrija muchas clases están vacías durante la temporada de recolección. Los colegios funcionan al 30%, y éstos son niños prácticamente irrecuperables, en opinión de los maestros. En el segundo pueblo mencionado, el año pasado recuperé el curso en verano casi la mitad de la población escolar.

El día 15 se encerraban en el Ayuntamiento de Las Cabezas de San Juan veinte personas. Era la acción que culminaba las múltiples movilizaciones organizadas por CC OO y el SOC conjuntamente. Desde el principio de la recogida del algodón, una vez rotas las negociaciones, las concentraciones y asambleas han sido frecuentes en los pueblos de la comarca. La presencia, en ocasiones masiva, de miembros de la Guardia Civil, vigilando el funcionamiento y traslado de las máquinas, ha incrementado la tensión social.

Una moción presentada por los sindicatos en contra de las máquinas es aprobada por los ayuntamientos de la zona. La presión popular es tan fuerte, que en Lebrija el PSOE vota en contra de la mecanización, cuando la dirección del partido está a favor; en Los Palacios, de los dos concejales socialistas presentes en la votación, uno vota a favor y otro en contra; en Las Cabezas de San Juan, incluso un miembro de UCD se une a la moción.

Brotes de violencia

Aunque el gobernador civil, apoyado por la Consejería de Agricultura, dijo que pondría todos los medios legales a su alcance para que el algodón se pudiera coger con máquinas, los jornaleros, tras un día de huelga general, han conseguido impedir que éstas trabajaran en varias ocasiones. Además, los sindicatos consideran un éxito la respuesta popular, pues de las 160 máquinas que se pensaba introducir este año, sólo hay unas 35 (setenta, según UAGA).

Para las asociaciones agrarias estas actitudes sólo consiguen per judicar al cultivo y atemorizar los agricultores, a quienes piensar defender con "uñas y dientes".

"¡Que quemen las máquinas!", es el murmullo de muchos jornaleros y un ejemplo del aire que se respira en la zona. Los sindicatos no siempre pueden controlar las acciones de los grupos más exaltados, por lo que las reacciones violentas no han sido ajenas a esta lucha reivindicativa. "Nosotros las, hemos denunciado", nos dice Juan Rodríguez, de UAGA, "porque nos parece un método muy negativo para solucionar los problemas. Tenemos un espíritu negociador y pensamos que la violencia social depende de la posibilidad de llegar a un acuerdo entre ambas partes".

Hasta ahora, las acciones radicales han consistido en la explosión de dos bombas caseras en dos máquinas, el incendio de otra y de un almacén donde se perdieron 400.000 kilos de algodón. Pero lo que aún es más grave es que entre los jornaleros existe un sentimiento de solidaridad hacia actitudes de ese tipo, pues consideran que "las máquinas son como si entran en tu casa y te roban todo el dinero". Y no están dispuestos a consentirlo: "Antes de que mis hijos pasen hambre, hago cualquier cosa", son los pensamientos de miles de jornaleros anónimos.

Al preguntar por las posibles salidas a la situación planteada, todo son buenos deseos. pero en el fondo late la sensación de que no hay soluciones a corto y medio plazo. Según Juan Rodríguez, de UAGA, "si antes ha habido acuerdo y el plan funcionó en parte, podemos volver a negociar si hay voluntad política". La Consejería de Agricultura apoya esta opinión y piensa que cuando el Gobierno andaluz tenga más transferencias podrán potenciar los cultivos alternativos, aumentar el del algodón y continuar la mecanización sin graves perjuicios para los jornaleros.

Pero los sindicatos desconfían de estas pretensiones. Para ellos el problema no radica sólo en el algodón, sino en el conjunto de la agricultura andaluza. "El Estatuto de Autonomía", dice Gonzalo Sánchez, del SOC, "es muy ambiguo al hablar de la reforma agraria, se refiere a ella como 'la transformación de las estructuras agrarias'; pues bien, los sindicatos proponemos que se haga esa transformación, que se aumente la productividad de las tierras, que se comercialicen los productos, que se creen industrias transformadoras, etcétera".

Con este panorama, y ojeada la economía nacional y mundial, es más realista pensar que el bajo Guadalquivir continuará siendo un polvorín, que el nuevo Gobierno tendrá que desactivar por el bien del país, que imaginar una salida beneficiosa para todos de este callejón.

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