Tribuna:TRIBUNA LIBRE

Los intelectuales, los políticos y el Ejército

Establecido que la sociedad humana es una organización polisistémica en la que intervienen fuerzas políticas de diverso signo, progresistas y conservadoras, mediante sus acciones y reacciones podemos definir la organización por "la disposición de relaciones entre los componentes de una unidad compleja para unirlos, solidarizarlos y solidificar la organización".De acuerdo con este sencillo planteamiento, los distintos componentes de la unidad compleja que es un Estado y desde sus respectivas posiciones deberían colaborar en lo fundamental y ceñir sus diferenci...

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Establecido que la sociedad humana es una organización polisistémica en la que intervienen fuerzas políticas de diverso signo, progresistas y conservadoras, mediante sus acciones y reacciones podemos definir la organización por "la disposición de relaciones entre los componentes de una unidad compleja para unirlos, solidarizarlos y solidificar la organización".De acuerdo con este sencillo planteamiento, los distintos componentes de la unidad compleja que es un Estado y desde sus respectivas posiciones deberían colaborar en lo fundamental y ceñir sus diferencias a lo accesorio. Ahora bien, mientras el acto de gobierno es comúnmente comprensivo (de integrar o incluir), el acto político es expansivo o diluyente, y como al propio tiempo los actos de gobierno son actos políticos, la colaboración encuentra graves dificultades y no se propicia por los gobernantes o no se corresponde a sus esfuerzos por los opositores, cerrándose ambas tendencias en sus respectivos ámbitos partidistas y distanciándose, sin producirse con la necesaria empatía para la colaboración, lo que equivale a negar o resistirse a la evidencia del carácter polisistémico de la organización política.

En consecuencia, la responsabilidad de los actos recae aparentemente en exclusiva sobre la minoría o minorías que están al frente del poder y la, oposición se ocupa preferentemente en urgir la transformación del sistema que rige a la organización.

La génesis de la tendencia conservadora procede de haber ocupado tradicionalmente el poder; como todo cambio representa un riesgo, se considera que no debe realizarse la transformación del sistema hasta, tener asegurado el éxito conservando los recursos vigentes hasta su agotamiento; por el contrario, la tendencia progresista se ha formado en la oposición, e influida por la crítica intelectual urge cambios y reformas que pueden afectar a la propia esencia del sistema. Aunque una vez en el poder se truequen los papeles, pues del mismo modo que por haber ocupado el poder tradicionalmente se originó la tendencia conservadora, cuando se establecen los progresistas, intentan conservarse, si bien sin dar tanta importancia a los riesgos del cambio.

Los elementos más radicales de la oposición, que salvo casos extremos no llegaron al poder, dada su inclinación natural hacia la utopía, concluirán, con inobjetable lógica, que si los males de la organización provienen del sistema, con la desaparición de éste y la implantación de una organizacion asistemática (anarquía) concurrirán espontáneamente bienes, bondades y provechos para la sociedad.

Todo Estado necesita de un Ejército

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Todo sistema o proyecto de sistema, todo Estado o proyecto de Estado necesitan de defensa, de un Ejército capaz y disciplinado para oponerse a un enemigo exterior o a la coacción intimidativa de un potencial adversario. La idea de la defensa nacional es profundamente democrática, pero requiere inexcusablemente de la observancia disciplinada de unas normas o reglas universales, del código o texto que rige la profesión militar y que tanto mortificaba a Baroja por considerarlo generador de un inexistente sentimiento de superioridad de los militares respecto a los civiles o paisanos y que se ha ido afirmando en la mente del oficial mediante tres procesos coincidentes:

a) Por vocación.

b) Por reflexión.

c) Por vivencia.

Al propio tiempo, el oficial se ha ido compenetrando con la idiosincrasia o carácter nacional, con todas sus variantes, por el contacto con la juventud que cada año debe instruir; ha estudiado la historia, fundamentalmente la de los hechos, asumiendo éxitos y fracasos, y comparte la inquietud general ante los problemas vigentes. No podría ser de otro modo: solamente un Ejército que tiene idea de lo que es la nación puede servir a la nación.

Mientras el equilibrio sociopolítico se mantiene sin graves contingencias, la misión del oficial queda favorecida sin importarle se discuta sobre cuestiones que no afecten a lo esencial, que no es otra cosa para el militar que el bien público en todas sus manifestaciones, sin ser opuestos a que se imponga una mayor dinámica en la vida política o se cercenen ciertos privilegios. No hay causa para que gente de suyo sobria y sacrificada lo vea con desagrado, y mucho menos que trate de oponerse a un proyecto innovador que haga más eficaz u honesta a la Administración o más justa la distribución de la riqueza, que hará más solidarios a los ciudadanos.

Oficiales conservadores

En consecuencia, no existen razones para considerar a los miembros del cuerpo de oficiales inclinados hacia tendencias conservadoras o progresistas. En todo caso puede que algunos de sus miembros estuvieran motivados por la denuncia conservadora de que el orden social está a punto de quebrarse y el Estado se halla en riesgo de desintegración, o la progresista, de que ante la paralización y atonía del sistema político conservador vigente, o la palpable injusticia social, se requiere una sustancial y profunda reforma.

No será fácil, sin embargo, salvo excepciones muy señaladas, que los oficiales, sea cual sea su formación cultural, fieles a la llamada vocacional y preparados para cumplir una específica e importante misión, sean capaces de adaptar su mente protocolizada con criterios de integración organizada a las extrañas y cambiantes fórmulas de desintegración dispersiva de uso común en determinados sectores intelectuales críticos, que van rectificándose a través del tiempo; pero este posible antagonismo no tiene que reproducirse necesariamente con los políticos gobernantes, salvo que, mimetizados éstos con extrañas teorías por influencia de ciertas elites intelectuales, o cediendo ante la demagogia, no acierten a distinguir entre lo que puede ser una honesta posición crítica y la ineludible toma de conciencia de la responsabilidad que les incumbe para desarrollar un programa político viable y eficaz. Todo lo contrario. El militar es de suyo disciplinado ante lo instituido, inclinado por naturaleza al acatamiento de la ley, respetuoso con quien ocupa el poder dentro del orden establecido, sin prejuicios, salvo en el fundado caso de los que se manifiestan adversos al estamento o mantienen un inexplicable antimilitarismo, y muy bien dotado para la colaboración.

Las relaciones entre la sociedad y el Ejército se asemejan a la comparación entre el organismo o agente y el mecanismo o artefacto. El organismo, compuesto por materia viva metabolizable y capaz de reproducirse, dotado de voluntad independiente, diseña sus propios objetivos, que suelen ser de gran amplitud y ambigüedad, alcanzando hasta la facultad de autodestruirse. Por el contrario, el mecanismo, integrado por piezas fijas que no regeneran al deteriorarse por el uso, está sometido a la voluntad del agente, que, sin embargo, no puede utilizarlo para fines distintos de los del programa para que fue creado o excedan a su capacidad.

El riesgo, la trampa, consiste en ofrecer, ante los atónitos espectadores, la parodia de que el artefacto se subjetiviza y adquiere voluntad propia distinta y hasta contrapuesta a la del agente, y parece perseguir fines sedicentes respecto a los del programa de su creación, como en las absurdas historias de la ciencia-ficción, en las que los robós, y tomando imprevistamente autonomía, imponen su voluntad a los hombres que los crearon, o los destruyen. En todo caso, le, que sucede es que los ejércitos bien constituidos son una cosa demasiado hecha y consistente, mudos pero incómodos testigos, que con su sola presencia dificultan y resisten al ejercicio de extrañas piruetas, dejando girones de su eficacia cuando se emplean indebidamente o se manipulan por manos inexpertas. "Jamás permitiremos que el fusil mande al partido", anunció Mao bizarramente ante sus seguidores en 1938, tratando de darles la seguridad de que habían creado un poderoso e inamovible mecanismo capaz por sí solo de garantizar su revolución para siempre, imponiéndose a la voluntad de los que quisieron removerla en el futuro. En 1982, el Ejército chino está siendo renovado a toda prisa porque ha quedado obsoleto ante sus posibles contendientes, consumiéndose en el inútil empeño de mantener la voluntad política de Mao.

El ejemplo de Israel

Cuando un pueblo está dirigido por manos competentes y prudentes y sus dirigentes tienen una clara idea de lo que les conviene, todos los ciudadanos, y naturalmente los militares, los asisten, y el artefacto o mecanismo bélico será una pieza más que funcione con eficacia llegado el caso, activado en su momento y bien dirigido por el experto político dentro, del estricto ámbito de su función. Véase el testimonio de Israel. Mas, para que no pueda aducirse que esta cita recuerda al mismo tiempo hasta qué punto de violencia pueden llegar unos políticos ambiciosos y belicistas cuando utilizan un mecanismo militar muy perfeccionado, fijémonos en otros: Suiza o Suecia, por ejemplo, en las que dentro de la mayor pulcritud democrática y escasísima belicosidad de sus respectivas sociedades, los oficiales no andan preocupados más que por los asuntos de la defensa, y en un momento dado sus cuadros de instrucción constituyen la base de la movilización general y se convierten en eficacísimos ejércitos capaces de disuadir o hacer frente a potenciales y poderosos enemigos, tomando la mayor dimensión de pueblo en armas.

Rafael Hitos Amaro es general interventor de la IV Región Militar. La primera parte de este artículo se publicó en EL PAIS del pasado 5 de octubre.

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