Editorial:

Un partido para el duque

EL MANIFIESTO del Centro Democrático y Social (CDS), publicado ayer en dos páginas de publicidad de este periódico, y unas declaraciones en conferencia de Prensa marcan formalmente el regreso a la política activa de Adolfo Suárez. Es también la rotura de un silencio que ha durado año y medio, y el lanzamiento de un partido político que concurrirá a las próximas elecciones generales a la búsqueda de los votos de la derecha moderada y el reformismo burgués.El manifiesto está dividido en cuatro puntos, dedicados los dos primeros a analizar la transición política y las amenazas presentes,, al régi...

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EL MANIFIESTO del Centro Democrático y Social (CDS), publicado ayer en dos páginas de publicidad de este periódico, y unas declaraciones en conferencia de Prensa marcan formalmente el regreso a la política activa de Adolfo Suárez. Es también la rotura de un silencio que ha durado año y medio, y el lanzamiento de un partido político que concurrirá a las próximas elecciones generales a la búsqueda de los votos de la derecha moderada y el reformismo burgués.El manifiesto está dividido en cuatro puntos, dedicados los dos primeros a analizar la transición política y las amenazas presentes,, al régimen democrático, y los dos últimos, al proyecto político y a la fundamentación ideológica del nuevo partido. La parte inicial del documento, aun redactada desde el protagonismo casi exclusivo de Suárez y en la suposición de que su gestión como presidente del Gobierno reunió casi todos los méritos de la transición, apenas merece rechazo. Aunque la transición misma no sea un capital político que pertenezca a nadie en exclusiva, qué duda cabe de que el papel de Suárez como primer ministro fue esencial en el desmontaje urgente y eficaz de las instituciones de la dictadura y facilitó sobremanera el paso a las libertades públicas sin que se produjera trauma social alguno en nuestro país.

El capítulo del manifiesto destinado a hacer visibles los peligros que amenazan hoy a la Monarquía parlamentaria (La democracia amenazada) constituye también un buen análisis de la situación. Se olvidan sin embargo sus redactores de que uno de los factores esenciales del actual riesgo político es la ausencia de una reforma administrativa con profundidad y rigor, que no quiso o no pudo ser emprendida por Suárez durante su etapa de gobernante. Este, y no otro, parece el cáncer fundamental de nuestra vida política, acosado como está el régimen desde su interior por individuos y grupos que consideran el Estado como un bien patrimonial propio y no como algo al servicio de todos los ciudadanos. La alusión que se hace en el manifiesto del CDS respecto a quienes pretenden utilizar estructuras económicas e incluso poderes institucionales para influir decisivamente en el poder civil, hasta tergiversar el libre ejercicio de la soberanía nacional, olvida el hecho de que estos empeños fueron detectados -y apenas combatidos- ya durante el mandato. del propio Suárez, que no actuó entonces con el rigor ni con la claridad con que verbalmente se expresó en la conferencia de Prensa del pasado sábado. Pero hay que reconocer que una explicación de los hechos tal como la comentamos, realizada por quien durante más de cuatro años ostentó las responsabilidades de primer ministro, y por tanto tiene y ha tenido a su alcance información inequívoca sobre los entrebastidores del Estado y las intrigas que lo mueven, resulta al tiempo un admirable ejercicio de sinceridad política y un material de reflexión de primera mano.

En la valoración de los logros de su gestión política durante la transición y en el reconocimiento de la amenaza que se cierne sobre el régimen basan ahora los promotores del CDS su decisión de romper con el partido del Gobierno y lanzarse en solitario a la arena electoral. La acción no es sólo legítima y respetable, sino que resulta absolutamente explicable si se tiene en cuenta el proceso de acoso y derribo que Suárez sufrió desde el interior de su propio partido, sometido a toda clase de miserias de poder, luchas intestinas y ambiciones caciquiles. Pero, por lo mismo, no resulta convincente la explicación de Suárez de que no habría tomado decisión semejante en un país con una democracia consolidada, donde no hubiera causado escándalo un enfrentamiento suyo con los líderes de UCD desde el seno de la propia formación que ampara al Gobierno. Suárez se va porque en UCD tenía y tiene la batalla perdida a partir del día mismo en que abandonó la presidencia del Gobierno, en un acto sobre el que todavía se ciernen nubarrones interrogantes en tomo a sus verdaderos motivos. Y lo hace en un momen to en que UCD se aleja más y más de lo que el propio Suárez parecía entender como función del centro, y le aleja también a él de la posibilidad de tener acceso en un corto plazo a las tareas de liderazgo en el seno del partido. El resultado es este Centro Democrático y Social, que apenas encubre en sus siglas el deseo de Suárez de poner freno a la progresiva derechización de UCD -comenzada ya bajo su mandato- y las dudas razonables sobre la oportunidad de que sea la izquierda, con la colaboración de la burguesía moderada y progresista, quien tome el relevo en las próximas elecciones generales. Los fundamentos ideológicos sobre los que pretende basar su nuevo partido se resumen en una definición absolutamente: detestable desde cualquier punto de vista que se la mire: el personalismo comunitario, pero no más detestable tampoco que cuantas otras fórmulas estereotipadas circulan por el universo político español. Es evidente que, detrás de esa proclama, lo que Suárez propone es un partido fiel a las tradiciones y al modelo social de Occidente, tanto en lo que se refiere a la vida económica como en el mantenimiento del sistema de valores vigente. Pero parece que pretende hacerlo con una vocación no dogmática y de convocatoria al diálogo e incluso a la colaboración con la izquierda, en un intento de frenar la bipolarización que él mismo denuncia, y de resistirse a la penetración de los poderes fácticos en las estructuras de la derecha. La voluntad declarada de continuar adelante con reformas no sólo políticas, sino también sociales y económicas, se enmarca claramente en los límites del más genuino populismo, tan bien utilizado por Suárez durante toda su carrera. En política exterior, el especial hincapié que hace sobre las relaciones con los países de América Latina parece destinado a teñir de un suave tercermundismo sus opciones en este terreno. La declaración final de que en la democracia sólo son aliados antinaturales quienes conspiran contra la supervivencia de la democracia misma anuncia la posibilidad de que el CDS busque alianzas en sectores vecinos al socialismo, toda vez que las discrepancias ideológicas en torno a la conducción socioeconómica del país deben supeditarse al reto de la modernización económica española dentro del marco constitucional.

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Es lícito pensar, y no es difícil hacerlo, que lo que Suárez prepara en realidad es el auténtico partido bisagra, contra el que tanto él mismo luchó desde el poder, que dé la oportunidad segura al PSOE de gobernar tras la próximas elecciones genérales. De confirmarse esta estrategia, y de vencer, Adolfo Suárez pasaría a la historia no sólo como el hombre de la transición política, sino como el eje de un cambio de enorme envergadura: el de que la izquierda socialista intente abordar desde el poder la transformación democrática del Estado y la modernización de nuestro modelo de crecimiento económico, que Suárez fue incapaz -por su culpa, pero también por las ajenas- de emprender, salvo con la balbuciente y cada día más deteriorada reforma fiscal. Para jugar un papel así, no se necesita ni mucho dinero ni demasiados diputados. Y ni siquiera hace falta lanzarse con el spray a pintar en las paredes. Negar los ribetes de aventura juvenil y de oportunismo político que el lanzamiento de este CDS presentan desde ese punto de vista sería absurdo. Pero hay que reconocer que, aun en la peor de las consideraciones, estos calificativos cobran el carácter de elogio si quien emprende la aventura y juega la ocasión es un hombre cuyo nombramiento de duque parecía la jubilación forzosa de sus ambiciones, y cuya ejecutoria anterior podría haberle deparado versiones menos vergonzantes, aunque menos excitantes, de su retorno a la política. Ahí residen sin duda los mayores encantos electorales de la propuesta Suárez, ahí residirán también las más acerbas críticas que se le dirijan y quizá la base de sus más pertinaces errores. Pero ¿quién duda de que la foto de Adolfo todavía enamora a un buen número de votantes?

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