El voto de Andalucía

El triunfo socialista ha sido tal y como los más confiados y soñadores en él podían esperar, y el hundimiento de UCD ha sido tal y como sus seguidores no podían creer, no querían creer o no han sido capaces de imaginar, pese a todas las inequívocas señales de ello, y entre ella, como la más importante, el rechazo del señor Suárez a mezclarse en una campaña como la andaluza.UCD ha olvidado por qué está en el poder: gracias al señor Suárez y al vaporoso, pero a la vez sentimentalmente muy claro, programa o actitud que éste ofreció a los españoles, algo que como, se ve, ha sido muy peligroso olvi...

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El triunfo socialista ha sido tal y como los más confiados y soñadores en él podían esperar, y el hundimiento de UCD ha sido tal y como sus seguidores no podían creer, no querían creer o no han sido capaces de imaginar, pese a todas las inequívocas señales de ello, y entre ella, como la más importante, el rechazo del señor Suárez a mezclarse en una campaña como la andaluza.UCD ha olvidado por qué está en el poder: gracias al señor Suárez y al vaporoso, pero a la vez sentimentalmente muy claro, programa o actitud que éste ofreció a los españoles, algo que como, se ve, ha sido muy peligroso olvidar. Y para reconocerlo no hace falta tener la mínima simpatía por el señor Suárez y ni siquiera coincidir con él en sus planteamientos. Sólo hace falta no dejar de lado el más elemental realismo: el cambio operado en UCD después del señor Suárez no ha hecho más que incitar a abandonar militancia, votos y simpatías desde el partido gubernamental hacia el partido del señor Fraga o los socialistas. Los números cantan en este sentido en Andalucía, y mucho tienen que cambiar las cosas para que no se repitan esos o parecidos resultados a nivel general.

Se comprende perfectamente la posición obtenida por Alianza Popular, que presenta un programa neto y habla netamente, y de algún modo resulta un vencedor moral en estas elecciones, configurándose de más sólida manera como un partido conservador y, desde luego, el mayor contrincante para el partido gubernamental, al que desde ahora mismo amenaza con engullir. Como se comprende perfectamente que, de modo más o menos intuitivo, los andaluces hayan decidido, con una finura y entendimiento de las cosas perfectamente modernos de 1982, que la solución de sus problemas sólo puede venir de los partidos implantados a escala nacional y no de partidos nacionalistas más bien artificiales y siempre con la mirada corta. Es decir, han votado por la autonomía, sin duda, pero totalmente lejos de cualquier sentimiento nacionalista estrecho, que es el que el PSA se ha dedicado a agitar. El irrealismo de sus supuestos ha quedado bien demostrado con los escasos votos obtenidos. Y los andaluces han mostrado su sentido de la realidad igualmente tanto como el de la moderación política al haber rechazado igualmente la oferta comunista, incluso desde situaciones socioeconómicas que en análisis puramente intelectuales y abstractos se diría que la propiciaban.

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