Cartas al director

La universidad española

Me permitiré esbozar brevemente la parcela de la universidad que mejor conozco: la facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad Complutense.Se trata de una facultad en la que, en lo que va de curso académico, sólo se han celebrado dos Juntas. Una dedicada, como plato fuerte, al palpitante problema de la posible solicitud al rectorado de la Complutense de la concesión a santa Teresa de Jesús del doctorado honoris causa de la misma. La otra, a discutir y someter a votación un proyecto de resolución del rectorado, de acuerdo con el que los profesores de cualquier nive...

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Me permitiré esbozar brevemente la parcela de la universidad que mejor conozco: la facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad Complutense.Se trata de una facultad en la que, en lo que va de curso académico, sólo se han celebrado dos Juntas. Una dedicada, como plato fuerte, al palpitante problema de la posible solicitud al rectorado de la Complutense de la concesión a santa Teresa de Jesús del doctorado honoris causa de la misma. La otra, a discutir y someter a votación un proyecto de resolución del rectorado, de acuerdo con el que los profesores de cualquier nivel de la Universidad Complutense tendrían que someter su asistencia a sus clases a una forma concreta y específica de control, proyecto que fue -naturalmente- derrotado en la citada votación. Ante un dato como éste, el observador desprevenido podría pensar que no hay, efectivamente, más problemas, y que todo eso de la crisis universitaria es mera y venal retórica periodística. Y, sin embargo, quienes allí dentro desarrollamos -¡ay!- día a día nuestro trabajo, nos encontramos con lo siguiente: dicha facultad carece de todo reglamento de funcionamiento interno, lo que condena a sus miembros a una situación de anomia, agravada por la incertidumbre general acerca de la validez o no validez en ella de los estatutos provisionales de la Universidad Complutense. Un conocido catedrático de Historia de la Filosofía Española apenas aparece -como han hecho notar varias veces sus asombrados alumnos- por las clases que oficialmente imparte. La sobresaturación de alumnos es tal que resulta ya imposible conseguir aulas para los seminarios, y sólo con dificultades para los cursos regulares. El plan de estudios de la Sección de Filosofia es tan obsoleto que carece de asignaturas tan obvias como la filosofía de la ciencia o de la historia, aunque sí incluye la de teodicea. Y, desde luego, carece de cursos monográficos en abundancia y variedad comparables a las que muestran, a nivel de licenciatura, los planes de estudio, mucho menos rígidos, de la mayoría de las facultades de Filosofia españolas. En el Departamento de Lógica -que en épocas más felices para esa sección cobijó la sombra viva de Julián Besteiro- sigue recomendándose como libro de texto para los alumnos libres un manual en el que pueden leerse teoremas lógicos tan importantes como el siguiente: "Hoy, el servicio doméstico está en crisis y es de

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temer que, sin este último vestigio del vasallaje, perezca del todo la ufana civilización de nuestro tiempo, y que en vez de existir unos cuantos sirvientes, caigamos todos en universal servidumbre". (L. E. Palacios: Filosofía del saber, página 312. Gredos. Madrid, 1974.)

¿Para qué seguir? En semejante marco estructural no resulta fácil sentirse optimista sobre el futuro de la LAU. / Agregado de Historia de la Filosofía de la Universidad Complutense.

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