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Qué les pasa a los partidos

Es grave lo que está ocurriendo a los partidos políticos en nuestro país. Todos, enrinás o menos escala, y por diversas circunstancias, se han encontrado o se encuentran con serias dificultades internas. Luchas intestinas por el poder, fraccionalismos o disidencias, se suceden en todos y cada uno de los partidos políticos. La pregunta no es ociosa: ¿Qué pasa en los partidos políticos) Como una consecuencia, y posiblemente también como una causa, estarnos presenciando, simultáneamente, el descrédito de los partidos ante la opinión pública. Y todo unido -porque todo está entremezclado- se traduc...

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Es grave lo que está ocurriendo a los partidos políticos en nuestro país. Todos, enrinás o menos escala, y por diversas circunstancias, se han encontrado o se encuentran con serias dificultades internas. Luchas intestinas por el poder, fraccionalismos o disidencias, se suceden en todos y cada uno de los partidos políticos. La pregunta no es ociosa: ¿Qué pasa en los partidos políticos) Como una consecuencia, y posiblemente también como una causa, estarnos presenciando, simultáneamente, el descrédito de los partidos ante la opinión pública. Y todo unido -porque todo está entremezclado- se traduce en una pérdida de prestigio de la democracia, que para algunos sectores -cada día más numerosos- de nuestra sociedad se muestra incapaz de afrontar la solución de los problemas. Y esta conclusión es grave, no sólo porque es falsa, sino porque favorece actitudes golpistas.Salvar la democracia en nuestro país pasa hoy por una reconversión de los partidos políticos, para que cumplan efectivamente con su papel en la vida democrática. Y su papel en la vida política no consiste solamente en promocionar cargos públicos, ni en ser, exclusivamente, instrumentos de poder en la esfera institucional; sino en constituirse como cauce para los ciudadanos dé participación política, por un lado, y, por otro, ser medio para transformar la sociedad. Quizá todas las crisis que han sufrido y sufren los partidos políticos españoles en esta etapa de la transición sean debidas a que no han sabido, o no han podido, cumplir con su verdadera misión. De haberla realizado, nuestra incipiente democracia no viviría tan en precario, y los aventureros «salvadores de la patria» no estarían acechando detrás de la puerta. El terna es, por tanto, lo suficientemente importante y prioritario, como para que se le preste más atención de la que normalmente se le concede. Y merece la pena que nos detengamos, siquiera sea someramente, sobre la índole de esta reconversión que los partidos urgentemente necesitan.

Porque, ¿en qué han fallado los partidos políticos? Esquematizando, sin duda, en un afán de clarificación política, pienso que pudiéramos encajarlo en cuatro grandes apartados:

a) Los partidos se han desideologizado, les ha faltado elaboración teórica, se han desprendido del componente utópico.

b) Se han desinsertado de su base social, y convertido en aparatos burocráticos de poder; y éstos, en lucha de camarillas por controlarlos.

c) Se han limitado casi exclusivamente a la vida institucional, despreciando otras actividades sociales que son imprescindibles.

d) No ha funcionado en ellos la necesaria democracia interna.

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En definitiva, se ha jugado mucho a la intriga, al aventurerismo, a las maniobras en corto para aprisionar al contrario. Se ha actuado poco con la seria responsabilidad del que sabe de antemano el camino a recorrer.

Correcciones a los fallos

Frente a estos fallos se imponen las correspondientes correcciones.

a) Al partido hay que considerarlo como vehículo de una teoría. El partido es el lugar de fusión entre la teoría y el movimiento autónomo y espontáneo de las masas. Si no tiene teoría se convierte en una máquina de poder institucional, o en un aparato de captar votos, pero jamás podrá ser un instrumento de transformación del país. Habría, pues, que reideologizara los partidos políticos. En tanto en cuanto un partido político no tenga bien elaborada su teoría -lo que pretende, a dónde camina, cuáles son sus objetivos últimos, y de qué medios ha de valerse-, no puede definirse corno tal. Es decir, ,si no sabe exactamente cuáles son sus fines y por qué medios pretende conseguirlos: si no cuenta con una estrategia y unas tácticas que estén perfectamente claras y bien elaboradas, jamás podrá hablarse de que existe un partido, por lo menos de izquierdas.

Por otra parte, en toda estrategia hacia un nuevo modelo de sociedad es fundamental que el fin no sea pervertido por los medios. Hay un nexo estrechísimo entre los re sultados obtenidos y el procedi miento con que se pretenden. Unos procedimientos en sí mismos malos -como, por ejemplo - , la coacción autoritaria mediante la dictadura del partido, o bien el simple oportunismo coyuntural originan indefectiblemente unos resultados que no coinciden con los fines preestablecidos. En última instancia, lo que el partido debe captar son los fines u objetivos que cada sociedad a sí misma debe im ponerse.

De aquí el componente utópico -por no decir mesiánico- que todo partido de izquierdas debe portar. Es como un profetismo político, una denuncla crítica, corno preámbulo para aquel nuevo modelo de sociedad al que debe aspirar. No un utopismo abstracto, idealista, sino concreto, y bien anclado, en las realidades cotidianas que tenemos delante. Porque, como ha sefialado Garaudy, el propósito de eliminar la utopía lleva inevitablemente al conservadurismo.

b) Es fundamental, para todo partido, que se vincule verdaderamente con su base social, intente formar parte de ella y pueda sentirse solidario con sus aspiraciones. Despegarse de esta base social origina un sectarismo absolutamente ineficaz, en cuanto se- margina o aísla de la misma. O bien se reduce a ser un grupo testimonial, o bien se convierte en un aparato manipulador de sectores sociales. Un partido que se limite a la vida institucional -Parlamento, diputaciones, municipios- se convierte en un aparato de poder, más o menos burocratizado, pero al margen de la sociedad o viviendo a expensas de ella. En última instancia se transforma en una máquina electoralista, un aparato de fabricar votos. Con el riesgo de caer, fácilmente, en el semillero de camarillas personales, de luchas intestinas, de zancadillas y traspiés. ¿Acaso no es un riesgo al que, en mayor o menor escala, todos han sucumbido?

c) La limitación de la acción política a la esfera institucional ol vida una importante parcela de la misma, cual es la incidencia social. Resulta, por tanto, imprescindible la superación de la práctica política institucional, mediante la creación de unas nuevas formas de praxis política colectiva, más participati vas, en las que se promuevan y defiendan otros muchos aspectos de la vida comunitaria en el ambiente inmediato de las personas (barrios, comunidades de vecinos, etcétera), que además se abran a unas relaciones más creativas. Es decir, se trataría de crear estructuras de participación fuera de los propios par tidos políticos.

d) La falta de democracia interna es una crítica constante que manifiestan los sectores disidentes de todos los partidos. Por el contrario, el, poder del aparato cada día se hace más impermeable a la participación de los militantes. La esclerosis y la burocratización acaban por imponerse. Y si esto es así, se trataría, por el contrario, de impulsar al máximo la democratización interna del partido. Claro está que sin perder cohesión y eficacia en su acción política. Un difícil equilibrio, o mejor decir, una contradicción dialéctica, a la que no puede ni debe ningún partido sustraerse, y que obligadamente necesita asumir. Tarea importante, pues, de los partidos políticos es crear estructuras de participación dentro de su propio funcionamiento, para facilitar la presencia de los militantes en las tareas de decisión. ¿Cómo? He aquí el problema.

Conclusión

La única conclusión que quisiera extraer de todo esto es que se impone, pues, corno tarea prioritaria, esta de replantearse seriamente, cómo debieran ser y funcionar los partidos políticos para cumplir su papel de instrumentos de la democracia. Ya que -insisto- los partidos políticos deben representar los intereses de un bloque social, una clase o una fracción de clase, pero no convertirse en aparato de unas apetencias personales de poder. o en instrumento de acción para el aventurerismo de unos cuantos. Por otra parte, la función del partido es una función dirigente y organizativa, o sea, educativa, o, en una palabra, intelectual, como quería Gramsci. Para este autor, todos los miembros de un partido político deben ser considerados como intelectuales, ya que todo militante debe colaborar a descubrir e inventar formas de vida nuevas y oríginales. Hay que crear y transmitir ideología, como tarea inexcusable que ningún militante debe olvidar. En definitiva, es misión de cualquier partido definir las metas de la sociedad como un todo en una situación determinada; y, posteriormente, descubrir los medios para poder realizarlas. Si todas estas necesidades las satisficieran los partidos políticos, es indudable que nuestra precaria democracia no estarla expuesta a los múltiples peligros que hoy la acechan.

José Aumente es médico. Presidente de la Comisión Permanente del Congreso del PSA, partido andaluz.

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