Reportaje:Pobreza y aislamiento de 44 pueblos madrileños/ y 2

Los niños, una "rara especie" en la sierra norte de la provincia

En la sierra situada al norte de Madrid, a la derecha de la carretera general que une Madrid con Irún, todos los caminos llevan, inevitablemente, a Buitrago del Lozoya. Mientras las pantallas semiesféricas de la estación de seguimiento de satélites otean pitidos y movimientos espaciales, a cuarenta kilómetros escasos de este exvoto al superdesarrollo tecnológico que es la central, y a cien Kilómetros de la capital del décimo país industrial del mundo, Madrid, las ancianas de La Hiruela lavan puñados de judías, de unas judías normalmente enormes, recién sacadas de sus vainas, a la luz de un can...

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En la sierra situada al norte de Madrid, a la derecha de la carretera general que une Madrid con Irún, todos los caminos llevan, inevitablemente, a Buitrago del Lozoya. Mientras las pantallas semiesféricas de la estación de seguimiento de satélites otean pitidos y movimientos espaciales, a cuarenta kilómetros escasos de este exvoto al superdesarrollo tecnológico que es la central, y a cien Kilómetros de la capital del décimo país industrial del mundo, Madrid, las ancianas de La Hiruela lavan puñados de judías, de unas judías normalmente enormes, recién sacadas de sus vainas, a la luz de un candil de aceite.

"Por aquí pasó la guerra, ya lo creo", refunfuña un hombre de edad que trenza mimbres para darles forma de cesto y rememora la batalla de Somosierra, "pero no hemos sacado na de na después. Tos se han ido marchando". El grupo escolar abandonado de La Hiruela tiene las paredes desportilladas y el farolillo de la esquina pende de un cable. Jamás llegó a lucir, porque en La Hiruela la energía eléctrica es reciente y todavía existen casas sin paso de fluido. De fluido eléctrico, se entiende, porque lo que es el agua aún no llega a ninguna vivienda.Junto a la cabina telefónica del pueblo, exponente anacrónico aunque de máxima utilidad en medio de un barrizal, y único medio de comunicación con el exterior, además de una carretera estrecha, el vecino más joven de La Hiruela, un hombre de cuarenta años y aspecto enfermizo, no sabe responder a la pregunta de por qué se quedó en el pueblo. Su ocupación es, como también la del alcalde, la del cabreo. La mujer de éste explica que el cabreo consiste en mover las cabras de sitio dos veces por semana. A eso se dedican los hombres del pueblo. La Hiruela contaba en 1970 con 88 habitantes, de los que ya sólo quedan 35. El silencio es total en el pueblo: no hay ni una tasca, ni un zumbido de motor, ni una música más alta que otra, ni un solo niño. Hamelín en plena sierra madrileña.

La situación de La Hiruela es más o menos dramática, pero no exclusiva en la zona. Sustancialmente se repite en toda la "sierra pobre" de la provincia. En Horcajo también el grupo escolar, granítico, está desierto. En diez anos este pueblo ha perdido la mitad de sus habitantes y ahora sólo cuenta con 145, según las estadísticas. El cura párroco calcula que no pasan de sesenta. Sólo hay dos parejas jóvenes, de más de treinta años, y ocho niños en edad escolar. El cura dice que el único joven casadero tiene dieciocho años y ahora se va a la mili, con lo que es fácil que ya no vuelva.

Peligran hasta los retablos de las iglesias

El cura, que prefiere no ver su nombre en los periódicos, lamenta el sistemático incumplimiento dominical de sus feligreses y dice que son muy fríos. Pero esta frialdad no sólo proviene del clima. En invierno Horcajo se encuentra batido permanentemente por los intensos vientos serranos que no perdonan ni árboles ni antenas de televisión. En los dos años de ministerio que lleva en el pueblo tan sólo ha oficiado en un entierro. Y ha bautizado a dos niños que trajeron de Madrid. Nadie se ha casado en los últimos tiempos. Algo parecido ocurre en sus otras feligresías, en Madarcos -41 habitantes- y en Braojos -138-. En esta segunda aldea hay cuatro niños.

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"De aquí", dice el cura, "han emigrado todos los que podían emigrar". Hasta el retablo de la iglesia, un valioso exponente del siglo XVI. Un día se presento un camión enviado por el Arzobispado y se lo llevó para practicar una restauración. De esto hace va años. Que la operación no parece provisional puede deducirse si se contempla el cielo raso que se ha colocado a lo largo del templo y del que asoman dos extremos de columnas, resto del antiguo retablo. Los vecinos se organizaron en comisión y lograron rescatar del palacio arzobispal de Madrid una talla de san Pedro revestido de ornamentos pontificales, patrono de Horcajo.

Los horcajeños que se han quedado dicen vivir mejor que nunca. Todos tienen su pensión, sus gallinas y sus cuatro cabras o vacas. El problema es que no saben en qué gastar el dinero. En Horcajo se practica minuciosamente la teoría del "crecimiento cero". Pero para eso están los bancos y las cajas de ahorro, rurales y postales. No deja de ser curioso que mientras en el resto de la provincia de Madrid se contabilizan 2.030 habitantes por representación de instituto de crédito, en la "sierra pobre" hay una oficina bancaria o de cajas de ahorro por 498 habitantes.

En este pueblo, como en el resto de la sierra norte de Madrid, han fracasado los intentos de establecer una cooperativa lechera o cárnica, "por la tradicional desconfianza de los serranos". Ya hubo un estimable intento en El Paular, pero los cooperativistas fueron replegándose al no ver resultados inmediatos. Ahora en Horcajo se prefiere esperar la llegada del camión de recogida de leche que envía una central particular, o la aparición del tratante de Segovia que compra los terneros.

Peligroso transporte escolar

Montejo de la Sierra -198 habitantes, 73 menos que en 1970- ofrece, en cambio, aspectos esperanzadores, a pesar de su despoblación creciente. Icona, que antes fomentó la desaparición del ganado cabrío, ahora estimula su regreso con el fin de que estos animales ayuden a desbrozar el monte ya repoblado. Montejo recibe los fines de semana muchos madrileños, sobre todo niños en edad escolar, que quieren pasar un día de campo lejos de la gran ciudad. La agreste belleza de esta región lo merece. El Chaparral, un lugar pintoresco de la comarca poblado de hayas, es el lugar habitual de concentración de los forasteros. Incluso hay hijos del pueblo que se han comprado un rebaño de ovejas y se han vuelto a establecer en Montejo. El maestro, Francisco Méndez, calcula que Montejo pasa los domingos de doscientos a 3.000 habitantes. Pero no existe ni un solo restaurante. No lo hay en toda la comarca. Como tampoco existe un cine o una sala de baile. Es un problema común a toda la "sierra pobre": la carencia absoluta de infraestructura hostelera y la falta total de locales de esparcimiento. Curas y maestros se lamentan de que no existe posibilídad humana de crear algo con perspectivas de futuro, con afán de crecimiento. Todo está indeleblemente marcado por un preciso sentimiento de ruina, de vejez y de muerte. Los domingos por la noche Montejo ve partir a los visitantes del fin de semana y vuelve a la monotonía. Y eso que este pueblo puede mirar al futuro con esperanza. Una cuadrilla de albañiles venidos de otro pueblo van arreglando poco a poco la calle central, que también es carretera.

En Montejo no hay, a diferencia de la absoluta mayoría de los pueblos de la comarca, un grupo escolar desocupado: en total hay nueve niños de EGB en un aula instalada en los bajos del Ayuntamiento, mientras el resto, otros nueve, van diariamente a clase a un centro montado en La Cabrera. Francisco Méndez lamenta que se esté practicando una política educativa de concentración. Aparte lo que significa transportar a los niños diariamente a La Cabrera o a Buitrago, con un promedio de ochenta kilómetros diarios y a lo largo de carreteras deficientes y con muchas curvas, la desaparición de las escuelas en la "sierra pobre" significa también "prescindir de centros de irradiación cultural". La escuela no sólo sirve para estudiar: también es el lugar en que se ofrece una biblioteca para todos los vecinos. Al despoblamiento de la sierra se une así su plena desculturización, a la espera de que la especulación descubra las posibilidades que ofrece la comarca a la expansión de la capital. Según las estadísticas, cerca del 6% de los habitantes de la sierra norte de Madrid no sabe leer, y el 41,90% tan sólo inició el cielo de primaria y no llegó a terminarla. El índice de analfabetismo supera el 20% en los pueblos del interior.

Algunas empresas de transportes de línea, que mantienen un servicio diario de coches correo con algunos de los pueblos serranos, anunciaron recientemente que se proponían reducir a la mitad estos servicios. Los alcaldes se unieron, por esta vez, para impedir que el lucro alejase aún más la sierra madrileña de los centros urbanos más desarrollados. El problema de las escasas comunicaciones es grave: a efectos de asistencia médica, en los 48 pueblos de toda la sierra norte madrileña sólo hay trece dispensarios rurales y veinticinco médicos.

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