Editorial:

Voto de castigo en Bélgica

LA PERSERVERANCIA con que los socialcristianos han gobernado a los belgas desde hace un cuarto de siglo, bajo distintas formas y coaliciones, no parece haber merecido la recompensa que ellos esperaban en las elecciones del domingo. Han sufrido lo que en política se llama un voto de castigo. Una pérdida sustancial de escaños, a la que han arrastrado a sus circunstanciales compañeros los socialistas. No tantos como para arrojarles del Gobierno, quizá, pero probablemente lo suficiente como para hacerles buscar una alianza hacia la derecha, hacia los ascendentes liberales, que se nutren con...

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LA PERSERVERANCIA con que los socialcristianos han gobernado a los belgas desde hace un cuarto de siglo, bajo distintas formas y coaliciones, no parece haber merecido la recompensa que ellos esperaban en las elecciones del domingo. Han sufrido lo que en política se llama un voto de castigo. Una pérdida sustancial de escaños, a la que han arrastrado a sus circunstanciales compañeros los socialistas. No tantos como para arrojarles del Gobierno, quizá, pero probablemente lo suficiente como para hacerles buscar una alianza hacia la derecha, hacia los ascendentes liberales, que se nutren con nuevos escaños. Serán además unas negociaciones tan difíciles, como las acostumbradas: las elecciones parlamentarias de hace tres años necesitaron de un apéndice de tres meses y medio para que se llegara a formar una coalición gubernamental. Desde hace tiempo, en Bélgica se llega a los Gobiernos por resignación más que por, entusiasmo.¿Por qué han castigado así los belgas a los socialcristianos? En general, por lo que se está llamando, en todas las elecciones que varían las cifras parlamentarias de manera sustancial, la "voluntad de cambio": los pueblos europeos están cansados de mantener una misma postura. Según los liberales, vencedores relativos, los belgas han querido marcar así su censura a "la intervención estatal y a la socialización": pero esto no ha sido siquiera una tendencia. La realidad es que ha habido en Bélgica una especie de pereza mental para gobernar, una impotencia para salir de los viejos problemas -los autonómicos disfrazados de lingüismo- y los nuevos, derivados de los cambios en Europa y en la economía comunitaria. Es un problema de partido viejo y ambiguo. Un partido de posguerra (aunque tenga antecedentes importantes en los años anteriores) de los que han querido estar en todo. Van den Boyenants -varias veces primer ministro por ese partido- decía de él que era "un partido de centro, ni democristiano ni conservador": pero la verdad es que hay en sus filas democristianos y también conservadores. La Iglesia católica le ha inspirado siempre, y le ha suministrado, no sólo un buen número de electores, sino también de dirigentes: los católicos campesinos del Boerembond -una liga de cerca de medio millón de afiliados-, y los obreros de los sindicatos católicos, le han procurado siempre una buena base de electores y de afiliados; sobre ella se construía una pequeña pirámide de clases medias, propietarios, asociaciones familiares, industrias y capitalistas de los llamados civilizados. El denominador común era la devoción católica, y para gobernar todo esto, el partido socialcristiano ha hecho equilibrios, entre el capitalismo y el corporativismo, que no siempre han salido bien.

Probablemente este tipo de partidos, que menudeó,en la Europa de la posguerra como una reacción, bien vista y bien fomentada desde Washington, contra las luchas de clases y los enfrentamientos radicales, y que tendía a moderar las grandes ilusiones de la guerra ganada, va perdiendo su fondo. El centrismo como magia y como solución apacible va mostrando gradualmente un rostro mas viejo y mas agrietado. No hay que ir tan lejos como Bruselas: cualquier plácida excursión en bicicleta en una tarde otoñal, chascando con las llantas las hojas caídas en la Moncloa, nos permitirá ver la angustia y la confusión de los ilusionistas del centro que pierden su maquillaje.

En Bélgica la reacción frente a este centro excéntrico, decadente y hueco, ha llevado a los electores hacia la derecha. Los socialistas han perdido pie en la alianza, los comunistas -ya residuales en un país que dio algunos de los prohombres de la Internacional- han seguido la -mala- suerte de sus colegas europeos. Aparecen con una fuerza todavía pintoresca los ecologistas: descritos, como en otros países, como "partido de protesta" -es decir, el partido que recoge a los que repudian a los otros partidos-, y emerge la derecha, los liberales.

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Con todo ello, el rey de los Belgas va a iniciar inmediatamente las primeras consultas, a poner en marcha el mecanismo por el cual un nuevo Gobierno sustituya al que desaparece. No será un nuevo Gobierno: estará otra vez dominado por los socialcristianos, aunque castigados y dolidos; quizá tengan que ofrecer más de lo que quieren a los orgullosos liberales para formar coalición con ellos, dejando caer a los socialistas; quizá se haga un arco constitucional de socialcristianos -socialistas-liberales. En todo caso, algo efimero, poco representativo, indeciso. Política de nuestro tiempo.

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