Tribuna:

El bicentenario kantiano

En 1781 -es decir, justamente ahora hace dos siglos- aparecía al público una de las obras monumentales y básicas en la historia de la filosofía: la Crítica de la razón pura, de Kant. En esta obra culmina la gran corriente criticista de la filosofía occidental, uno de los hitos fundamentales de la trayectoria intelectual del hombre europeo. Con la Crítica de la razón pura se propuso Kant un vasto y hercúleo empeño: encontrar el fundamento universalmente válido del conocimiento humano, el camino seguro para el establecimiento riguroso y estricto de la verdad. Esta gigantesca empres...

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En 1781 -es decir, justamente ahora hace dos siglos- aparecía al público una de las obras monumentales y básicas en la historia de la filosofía: la Crítica de la razón pura, de Kant. En esta obra culmina la gran corriente criticista de la filosofía occidental, uno de los hitos fundamentales de la trayectoria intelectual del hombre europeo. Con la Crítica de la razón pura se propuso Kant un vasto y hercúleo empeño: encontrar el fundamento universalmente válido del conocimiento humano, el camino seguro para el establecimiento riguroso y estricto de la verdad. Esta gigantesca empresa teórica de Kant ha experimentado multitud de vicisitudes a lo largo de estos doscientos años, desde el frenetismo genial de Fichte ("A Kant no se le ha entendido bien; yo lo he entendido quizá que el propio Kant") hasta el fervor academicista de los llamados neokantianos, que ya desde finales del siglo pasado se comprometieron a fondo en la reactualización -mediante una nueva lectura- del pensamiento del gran filósofo germano. La tesis o actitud fundamental de los ncokantianos fue ésta: "Kant no era eso, era otra cosa que vamos a decir nosotros".Para la comprensión cabal de la reciente filosofía europea hay que ir de una vez ya por todas a una interpretación rigurosa de lo que efectivamente fue la filosofía de Kant y de las lecturas actuales que de su criticismo sea fecundo hacer en la hora presente. Pero es una faena teórica que excede del propósito de este trabajo, que sólo aspira a ofrecer una pincelada histórica de un momento fundamental de la cultura europea moderna.

Es de conocimiento generalizado entre el público culto que Kant no se preguntó propiamente por la realidad, por el mundo, sino sobre las condiciones de la posibilidad del conocimiento de la realidad, de las cosas, del mundo. En fórmula tantas veces repetida, a Kant no le importa primordialmente saber, sino saber si se sabe; más que saber parece importarle más no errar.

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Las cautelas filosóficas de Kant son culminación del proceso que se inicia con la duda metódica cartesiana. Descartes escribe formalmente: hay que poner en duda todas las cosas, siquiera una vez en la vida. No ha de admitirse ni una sola verdad de la que pueda dudarse. Más radicalmente: es menester que la duda no quepa ni aun como posibilidad. Descartes busca, en primer término, no errar. Como se ha señalado muchas veces, comienza la filosofía de la precaución.

Un nuevo tipo humano

La filosofía de Kant no es sólo un momento culminante del pensamiento europeo moderno, sino también -y al mismo tiempo- expresión paradigmática de un nuevo tipo humano, el burgués, que alcanza su prevalencia en Europa. En 1924 aparece un espléndido ensayo de Ortega sobre Kant, en el que se explicitan en forma insuperable secretos recónditos del fluir histórico de la intimidad europea. Escribió Ortega: "Cuando veo en la amplia perspectiva de la historia alzarse frente a frente, con sus perfiles contradictorios, la filosofía antigua-medieval y la filosofía moderna, me parecen dos magníficas emanaciones de dos tipos de hombres ejemplarmente opuestos. La filosofía antigua, fructificación de la confianza y la seguridad, nace del guerrero. En Grecia, en Roma, como en la Europa naciente, el centro de la sociedad es el hombre de guerra. Su temperamento, su gesto ante la vida, saturan, estilizan, la convivencia humana. La filosofía moderna, producto de la suspicacia y la cautela, nace del burgués. Es este el nuevo tipo de hombre que va a desalojar el temperamento bélico y va a hacerse prototipo Social. Precisamente porque el burgués es aquella especie de hombre que no confía en sí, que no se siente por sí mismo seguro, necesita preocuparse ante todo de conquistar la seguridad. Ante todo, evitar los peligros, defenderse, precaverse. El burgués es industrial y abogado. La economía y el derecho son dos disciplinas de cautela". Tras esta pulcra descripción de la fenomenología humana que Kant encarna, Ortega remata su descripción: "En el criticismo kantiano contemplamos la gigantesca proyección del alma burguesa que ha regido los destinos europeos con exclusivismo creciente desde el Renacimiento. Las etapas del capitalismo han sido, a la par, estadios de la evolución criticista. No es un azar que Kant recibiera los impulsos decisivos para su definitiva creación de los pensadores ingleses. Inglaterra había llegado antes que el continente a las formas superiores del capitalismo".

(Aviso para navegantes: al llegar aquí, Ortega se apresura a advertir lealmente que este punto de vista no implica adhesión a la doctrina del materialismo histórico, y precisa cuidadosamente: "No digo que la filosofía crítica sea un efecto del capitalismo, sino que ambas cosas son creaciones paralelas de un tipo humano donde la suspicacia predomina".)

Esta fue la atmósfera sociohistórica en que Kant fue posible y quizá necesario. Todos los indicios apuntan -sin embargo, por otra parte- a que el hombre europeo ha ingresado ya en otra época histórica. Asistimos a un formidable vuelco de civilización. Esto aparece claro en el interesante libro de Alvin Toffler La tercera ola. Hay un párrafo en la obra de Toffler que me parece absolutamente esclarecedor: "La desmasificación actual de los medios de comunicación presenta una deslumbrante diversidad de modelos y estilos de vida. Además, estos nuevos medios de comunicación no nos suministran trozos plenamente formados, sino quebrados fragmentos y destellos de imágenes. En vez de dársenos una selección de identidades coherentes entre las que elegir, se nos exige que ensamblemos nosotros una: un yo configurador o modular. Esto es mucho más difícil y explica por qué tantos millones buscan desesperadamente una identidad". Estamos en el comienzo de una revolución en los medios de comunicacion que puede modificar nuestra propia psique. Ha pasado ya la época de una conciencia monolítica en lo social inspirada en serie desde la Prensa, radio y televisión.

Nos encontramos ante una nueva configuración del yo personal de las gentes. Precisamente, la doctrina kantiana gira alrededor de lo que desde entonces se llama en filosofía "determinación del yo". Ortega vio con claridad que, aunque el hombre tiene un momento de yoidad, no es veraz identificar el hombre y el yo. La vida humana -que es la realidad radical en la que se dan o aparecen todas las realidades- no se agota tampoco en el yo.

En esta hora de tránsito de la condición humana, el bicentenario de Kant ha de suscitarnos el imperativo de poner en claro qué es lo que ha significado históricamente Kant, qué es lo que de él es aprovechable y qué parte de su doctrina es ya irreversiblemente caduca. Que yo sepa, en España ha habido en lo que va de siglo dos esfuerzos destacados por trascender a Kant incorporando lo que de validez actual pudiera anidar en el pensamiento del filósofo de Kónisberg. Uno de ests empeños lo protagonizó Ortega con su teoría de la razón vital, de alguna manera depuración y puesta al día de la razón práctica kantiana. El otro esfuerzo lo ha movilizado Zubiri -ahí está su reciente Inteligencia sentiente-, que ya en un texto de 1940 preconizaba formalmente la reforma de la inteligencia. Y añadía entonces en 1940 Zubiri: "Al tratar de reformarse (la inteligencia) reservará seguramente para el futuro nuevas formas de intelectualidad. Como todas las precedentes, serán asimismo defectuosas; mejor aún limitadas lo cual no las descalifica, porque el hombre siempre es lo que es gracias a sus limitaciones, que le dan a elegir lo que puede ser".

Kant es ya pretérito, la situación que lo hizo posible ya ha pasado. Pero el hombre occidental lo lleva dentro, está grávido de kantismo. La historia es precisamente eso: una situación siempre implica otra pasada, que, como algo real, está posibilitando nuestra propia situación. Dicho en términos kantianos, Kant es una de las condiciones de la posibilidad de nuestro auténtico destino humano aquí y ahora, en Occidente y en 1981.

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