El chivo de la ultraderecha

Desde hace mucho tiempo el juego favorito de los españoles es «etiquetar» las cosas. Antes incluso de conocer el alcance de una noticia nos importa saber a quién se la cargamos, a quién nombramos responsable de ella.Ha vuelto a ocurrir en estos días: cuando aún apenas sabíamos el nombre del agresor del Papa, un diario de cuyo nombre preferimos olvidarnos se precitaba a cargarlo en gruesos titulares sobre las espaldas de la ultraderecha. Las bases para la atribución eran mínimas y aparecían contradichas por las, declaraciones del propio agresor; pero hay quienes saben que «el que da primero, da...

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Desde hace mucho tiempo el juego favorito de los españoles es «etiquetar» las cosas. Antes incluso de conocer el alcance de una noticia nos importa saber a quién se la cargamos, a quién nombramos responsable de ella.Ha vuelto a ocurrir en estos días: cuando aún apenas sabíamos el nombre del agresor del Papa, un diario de cuyo nombre preferimos olvidarnos se precitaba a cargarlo en gruesos titulares sobre las espaldas de la ultraderecha. Las bases para la atribución eran mínimas y aparecían contradichas por las, declaraciones del propio agresor; pero hay quienes saben que «el que da primero, da dos veces» y se precipitan a poner al crimen el cartelito que les apetece, sabiendo que, aunque luego la verdad sea otra, ya siempre en la opinión pública quedará clavado ese cartelito o se difundirá la duda.

La táctica es torpe. Y vieja. Antaño todo delito -viniera de donde viniera- se atribuía al comunismo o a la famosa conspiración judeomasónica. Y el tópico funcionaba. El nuevo tópico es la ultraderecha, que, ciertamente, no tiene sus manos limpias, pero sí tiene cuando menos derecho a no ser el chivo expiatorio de todo lo que no les plazca a sus adversarios.

16 de mayo

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