Editorial:

El Ulster

LA SITUACIÓN final de Robert Sands, elegido miembro del Parlamento británico mientras agonizaba por su huelga de hambre en una prisión británica, va a provocar nuevas situaciones de violencia en el Ulster; en consecuencia, a nuevas represiones. El círculo no se abre jamás. Hace casi treinta años de esta situación de ruptura y sangre -por no remontarnos a los conflictos generales con Irlanda o las expediciones de Cronwell, en cuya crueldad y persecución estaba ya el germen de lo que está pasando- y no se vislumbra ninguna salida. Es una lección de humildad para los demás: ni la policía con mayo...

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LA SITUACIÓN final de Robert Sands, elegido miembro del Parlamento británico mientras agonizaba por su huelga de hambre en una prisión británica, va a provocar nuevas situaciones de violencia en el Ulster; en consecuencia, a nuevas represiones. El círculo no se abre jamás. Hace casi treinta años de esta situación de ruptura y sangre -por no remontarnos a los conflictos generales con Irlanda o las expediciones de Cronwell, en cuya crueldad y persecución estaba ya el germen de lo que está pasando- y no se vislumbra ninguna salida. Es una lección de humildad para los demás: ni la policía con mayor leyenda de eficacia del mundo ni -la entrada del Ejército británico -de voluntarios- y las leyes de excepción, los campos de concentración, las prisiones especiales han conseguido extinguir las brutalidades, los asesinatos, las violencias de toda índole. Una situación real de discriminación de una parte de la población por otra -una antigua forma de colonialismo- se ha ido mezclando con una vieja mitología: la cuestión racial de celtas y sajones, la religiosa de católicos y protestantes. Dentro de cada bando se han producido divisiones: hay partidarios de la integración en Gran Bretaña, de diversas formas de autonomía, de constitución de un Estado independiente, de regreso a la República de Irlanda. Los círculos conservadores han acusado sucesivamente a una «conspiración papista», al «comunismo internacional» o al apoyo de los irlandeses emigrados en Estados Unidos. Se han realizado conferencias, negociaciones, aperturas de tregua, ocupaciones militares: nada ha servido de nada y nada parece que vaya a servir en el futuro. Más bien parece que, por el contrario, cada añadido a la situación ha servido para complicarla más y más.

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Londres no es capaz de abandonar a la extensa capa de población que desciende de una implantación antigua y que tiene el dominio de la región; pero tampoco es capaz de hacerte abandonar sus privilegios. Los católicos -los pobres- no tienen medios suficientes para invertir la situación de una manera definitiva; pero tienen los bastantes como para mantener continuamente el estado de violencia. Tampoco están en condiciones de ceder: un retraimiento de su combate significaría el regreso a condiciones de vida emparentadas con la miseria y con la explotación colonial de los otros.

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Ningún problema del mundo es simple y directamente homologable a otro. El problema del UIster es genuino y obedece a unas razones concretas, aunque se hayan ya perdido y mezclado con otros factores. Pero sí es demostrativo de que sólo una enorme amplitud de conceptos de realidad y de historia y una política concreta de reconocimiento de los hechos puede iniciar el camino hacia alguna salida, y que las soluciones falsas o de mero poder no consiguen más que prolongar hacia un futuro imprevisible el conflicto, y hasta añadirle cada vez mayores factores negativos.

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