Cartas al director

En lo que dice

la Iglesia católica sobre el divorcio se muestra cierta arrogancia arraigada en la historia de la misma. Basándose en una filosofía (Aristóteles, Tomás de Aquino, etcétera) se atreve (partiendo de un Dios del cual se presume que está a su disposición) a proclamar, una vez para siempre, cómo se ha de comportar toda una sociedad. No tomando en cuenta que eso ya puede implicar una blasfemia y que este Dios (el de los filósofos) ya ha muerto (Pascal, Nietzsche, Hegel, etcétera), hoy puede estar a la vista de todos que leen la Biblia que Jesús enfocaba las cosas de otra manera.En contra de una legi...

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la Iglesia católica sobre el divorcio se muestra cierta arrogancia arraigada en la historia de la misma. Basándose en una filosofía (Aristóteles, Tomás de Aquino, etcétera) se atreve (partiendo de un Dios del cual se presume que está a su disposición) a proclamar, una vez para siempre, cómo se ha de comportar toda una sociedad. No tomando en cuenta que eso ya puede implicar una blasfemia y que este Dios (el de los filósofos) ya ha muerto (Pascal, Nietzsche, Hegel, etcétera), hoy puede estar a la vista de todos que leen la Biblia que Jesús enfocaba las cosas de otra manera.En contra de una legislación general, Jesús se preocupaba por cada persona y de sus cada vez diferentes problemas frente a determinadas situaciones y leyes en vigor. Respecto al divorcio, traducidos al entendimiento moderno, se podría decir: cada sociedad tiene, según sus supuestas necesidades, también sus leyes respecto al divorcio. Es su cosa. Pero cada uno, cada individuo que siente responsabilidad en sus actos delante de Dios, no encaja en los reglamentos de esta sociedad. Cada cristiano que sabe «que no es de este mundo» no debe caer en la tentación de establecer ya en este mundo «un reino de Dios» (que está por venir), sino tiene que conformarse con observar y arreglar su propio comportamiento delante de. un Dios en que cree. Para él, pero solamente para él, por ejemplo, el matrimonio es algo que no debe disolver el hombre.

Que los muertos (todos los que se instalan en este mundo, que anhelan el poder: Estados, iglesias, etcétera) entierren sus muertos y que los cristianos, cada uno por su propia cuenta (es decir, en responsabilidad personal delante de Dios), esperen la segunda venida de Cristo (la cual, por lo menos, está tan inmediata como la propia muerte)./

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