Tribuna:

Pelo largo, pelo corto

Desde un principio, el rock fue movimiento y moda. Los uniformes sin galones implicaban posturas y la primera tal vez fuera la más potente: los rockers. Gente encuerada de negro y gafas oscuras, tipos torvos, adictos de rock and roll primítivo y asustadores de poblaciones campestres. Eran los duros, pero no los únicos, porque, al mismo tiempo, y recorriendo los colegios estadounidenses, había chicos con chaquetas de tartán escocés (o imitación), niñas de coleta saltona y calcetines altos, cuyas faldas tableadas se abrían o elevaban cuando en frenesí contenido bailab...

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Desde un principio, el rock fue movimiento y moda. Los uniformes sin galones implicaban posturas y la primera tal vez fuera la más potente: los rockers. Gente encuerada de negro y gafas oscuras, tipos torvos, adictos de rock and roll primítivo y asustadores de poblaciones campestres. Eran los duros, pero no los únicos, porque, al mismo tiempo, y recorriendo los colegios estadounidenses, había chicos con chaquetas de tartán escocés (o imitación), niñas de coleta saltona y calcetines altos, cuyas faldas tableadas se abrían o elevaban cuando en frenesí contenido bailaban el mismo rock, sólo que más blando. Eran las bandas de Baby Sockers, la degeneración fofa del rock.

Cuando a principios de los sesenta Inglaterra despertó de su modorra posbélica, también por allí surgieron nuevas formas. La más afortunada era, sin duda, aquella de los flequillos, de las chaquetas cerradas hasta el cuello camisero, que solía ser perkins. Pero éstos no tenían nombre; eran sólo beatlemaniacos. Los estupendos eran aquellos que se hacían chaquetas con banderas inglesas, pantalones a rayas y peinados a la francesa, es decir: los mods. Gente que se peleaba tan guapamente con los rockers que mantenían la llama yanqui en el Reino Unido. Y dentro de los mods, o a su lado algo más brutal: los shinheads. Señores con el pelo rapado y cuyo mayor empeño se cifraba en alardear de falta de cultura: un movimiento sin ideología. Había otros muy finos vestidos como de la belle époque o del siglo pasado, los dandis, admiradores de un señor que se hacía llamar Beau Brummel: todo un símbolo.

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Luego, de vuelta a EE U U, y allí, como herederos de los beatniks, jóvenes floreados que en la fría Inglaterra portaban kaftanes y casacas de la guerra franco-prusiana. .Eran los hippies y tenía los pelos larguísimos. Su correlato violento iba en moto, utilizaba cazadoras vaqueras claveteadas y llevaban un letrero en la espalda: Hell Angels, decía.

Casi al mismo tiempo, y en la Europa de 1968, había especímenes emparentados con los anteriores, pero con ideología (china, ácrata o trotskista, da igual) fáciles de reconocer en todo el continente por sus barbas, sus botas de piel vuelta. Los más locos de la época se daban al glamour (hortera), y los más señores, al gay power, que era lo mismo, pero con cierta elegancia.

Luego vinieron los punks, que crecieron sobre los cadáveres de los viejos hippies, y sus compadres proletarios y desflorados los metalpesados. Los punks eran feísmo. Ahora toca belleza.

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