Editorial:

Vísperas de un viaje

CASI AL mismo tiempo que se anunciaba, de forma oficiosa, el viaje del Rey a Euskadi, ese turbio conglomerado que se autodenomina Batallón Vasco Español perpetró en un bar del pueblo vizcaíno de Bérriz una nueva fechoría, que no terminó en una espantosa carnicería por puro azar. Aun así, los siete heridos en el atentado se suman a las víctimas de la ya larga lista de delitos realizados por la ultraderecha en Euskadi, correlato cuantitativamente menor pero cualitativamente idéntico al de los crímenes cometidos por las diversas ramas de ETA a lo largo de su actuación.No deja de llamar la atenció...

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CASI AL mismo tiempo que se anunciaba, de forma oficiosa, el viaje del Rey a Euskadi, ese turbio conglomerado que se autodenomina Batallón Vasco Español perpetró en un bar del pueblo vizcaíno de Bérriz una nueva fechoría, que no terminó en una espantosa carnicería por puro azar. Aun así, los siete heridos en el atentado se suman a las víctimas de la ya larga lista de delitos realizados por la ultraderecha en Euskadi, correlato cuantitativamente menor pero cualitativamente idéntico al de los crímenes cometidos por las diversas ramas de ETA a lo largo de su actuación.No deja de llamar la atención que esta reaparición de la criminalidad ultraderechista se produzca precisamente cuando, por las razones que sean, los etarras han detenido la feroz escalada iniciada en el pasado mes de noviembre contra la seguridad ciudadana. Nadie en su sano juicio podría extraer grandes esperanzas de la relativa contención de las. bandas armadas del abertzalismo violento durante las últimas semanas, entre otras cosas porque se ignoran las claves que gobiernan esos ciclos de ofensiva y de repliegue. A ciencia cierta resulta imposible saber si el pesado silencio -roto, no obstante, por algunos asesinatos- de los etarras desde finales de diciembre es la pesada calma dentro del ojo del huracán, vísperas seguras de una nueva oleada de terror y de muerte, o posee algún significado político. Pero, tanto si asistimos a una tregua o a un simple repliegue táctico para reagrupar fuerzas y preparar la traca final con siete toneladas de Goma 2, es evidente que provocaciones como la bomba de Bérriz o los atentados en el País Vasco francés no hacen sino contribuir a frenar el ocaso de los apoyos populares a los etarras. La defensa de los derechos humanos y la condena del bandolerismo político, sea cual sea su signo, constituyen cuestiones de principio. Poca duda cabe de que los instigadores, cómplices y encubridores del Batallón Vasco Español están tan interesados como los etarras en que la paz no llegue a Euskadi, en que las instituciones vascas de autogobierno no se consoliden y en que resulte imposible cualquier mediación en ese desgarrador conflicto. El atentado de Bérriz y las emboscadas en el País Vasco francés se inscriben por eso en una operación desestabilizadora contra la Monarquía parlamentaria y contra la Constitución.

El viaje del Rey posee, por esa razón, una importancia no sólo política, sino también histórica. Sobran los testimonios de que don Juan Carlos ha deseado visitar el País Vasco desde el comienzo mismo de su reinado y que sólo razones de prudencia, todavía más que de seguridad, han aplazado ese proyecto. El Estatuto, de Guernica, primero, las elecciones al Parlamento vasco y la formación del Gobierno de Vitoria, después, y la negociación de los conciertos económicos y la policía autónoma, finalmente, han creado el clima que hace posible y deseable el viaje del Rey. Que los conciertos econ5micos no hayan sido aprobados todavía por las Cortes Generales es asunto de importancia secundaria, dado que UCD, el PSOE y el PNV están de acuerdo con este tema.

Y a la vez que se ha de exigir al Ministerio del Interior la más enérgica y eficaz actuación contra los bandoleros del Batallón Vasco Español y la adopción de las máximas seguridades para que el viaje del Rey se halle a cubierto de eventuales atentados etarras, cabe esperar que el Parlamento vasco, el Gobierno de Vitoria, los dirigentes del PNV y todas las fuerzas que sinceramente desean la paz para Euskadi dispensen al Rey la amistosa acogida que merece. Juan Carlos I ha sido -los hechos lo demuestran- un convencido defensor de la idea de que Cualquier salida al conflicto vasco pasa necesariamente por la reconciliación, la paz y la democracia.

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