Editorial:

Paso atrás en Gibraltar

SIR lAN Gilmour, secretario de Estado para Asuntos Europeos del Gobierno de su Graciosa Majestad, se encuentra en Madrid para debatir, por enésima vez, un problema que de no ser por el nivel de civilización de ambos reinos y las relaciones e intereses comunes que unen a sus pueblos, no parece tener una solución inmediata. En plena democracia española, la persistencia de Gibraltar como la última colonia en Europa constituye un pésimo ejemplo de intrasigencia del ex imperio británico, que no ahorra excusas, ni pretextos para conservar simplemente la posesión en territorio español de una base mi...

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SIR lAN Gilmour, secretario de Estado para Asuntos Europeos del Gobierno de su Graciosa Majestad, se encuentra en Madrid para debatir, por enésima vez, un problema que de no ser por el nivel de civilización de ambos reinos y las relaciones e intereses comunes que unen a sus pueblos, no parece tener una solución inmediata. En plena democracia española, la persistencia de Gibraltar como la última colonia en Europa constituye un pésimo ejemplo de intrasigencia del ex imperio británico, que no ahorra excusas, ni pretextos para conservar simplemente la posesión en territorio español de una base militar que incluso podría ser uülizada en,algunos casos por buques británicos y de la OTAN dotados con armamento nuclear.En abril del pasado año, ante la perspectiva entonces prometedora (Giscard aún no impuso su veto) de la buena marcha del proceso de integración en la CEE, y contando con el pragmatismo que lord Carrington lució en la crisis rodesiana, se estableció en Lisboa un acuerdo de principio hispano-británico en el que, por primera vez, Londres aceptaba entrar en una negociación, aunque con matices, sobre Gibraltar. Mientras, España se comprometía, también y para ello, a hacer concesiones en el ámbito del bloqueo al Peñón impuesto por Madrid en una celosa aplicación del articulado del tratado de Utrecht, que nunca llegó a ser tan estricta por parte española como para exigir a Londres la devolución del aeropuerto anexionado a la Roca al margen de dicho documento.

Los acuerdos de la capital lusitana no han conseguido progreso alguno a lo largo y ancho de los últimos ocho meses, a causa de las distintas interpretaciones que ambas partes hicieron del punto tercero del acuerdo de Lisboa. En este párrafo, Londres se comprometía a otorgar «reciprocidad de derechos» a los ciudadanos españoles que trabajen en Gibraltar, mientras que España anunciaba su decisión de suspender las restricciones de comunicación impuestas a la Roca. Lo que el documento nunca dijo, con precisión era el cómo y cuándo se aplicarían ambas medidas para que la negociación fuera posible. Madrid pidió simultaneidad y Londres, con la ayuda y muy posiblemente en colaboración con los gibraltareños, dijeron que, por el momento, los derechos pedidos por parte hispana no se podían conceder. Y aquí surgió el bloqueo.

Posteriormente, el Gobiemo de Madrid pidió para los españoles que circulen por Gibraltar los mismos derechos que Londres concede en el Peñón a los ciudadanos de la CEE, desde la entrada en vigor del Tratado de Adhesión de Gran Bretaña a las Comunidades Europeas. Una petición lógica y no excesiva, porque a nadie se le escapa que resulta grotesco el hecho de que un danés, por ejemplo, tenga en la tierra hispana del Peñón más derechos que un español. Esta petición española no ha progresado hasta el momento, es el centro de las discusiones de Gilmour en Madrid y ha sido objeto de un debáte y resolución del Parlamento gibraltareño en el que, para colmo, se adoptó -quizá por consejo o con consentimiento del Foreign Office- una actitud aún más dura. Dicho orga mismo acordó no conceder a los ciudadanos españoles los derechos que ostentan los comunitarios hasta que España no ingrese en la CEE.

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Pues bien, a este endurecimiento de las posiciones de la Roca se ha sumado el propio Ian Gilmour en sus últimas intervenciones sobre el tema ante la Cámara de los Comunes y en declaraciones a la Prensa, en un tono intransigente que recuerda los viejos tiempos del ex ministro Fernando Castiella. El señor Gilmour puede que no tenga que mencionar el nombre de su sastre para demos trar su elegancia -como escribía el Times londinense hace tres años-, pero quizá debería irecordar que ocupa responsabilidades diplomáticas en el momento actual, y no relativas a la defensa, como ya la hizo con anterioridad. Asimismo, Ian Gilmour no debe olvidar que Gibraltar fue negociado en Utrecht entre Madrid y Londres, y nunca vía el Peñón, de la misma manera que la presenéia de la Roca en territorio de la CEE fue cuestión negociada por la capital británica, auténtica metrópolis de la última colonia. Por todo ello, las referencias de Gilmour sobre la «no negociación de la soberanía» o «haremos lo que desean los gibraltareños», amén de romper el cuidadoso equilibrio diplomático establecido en Lisboa, no hacen otra cosa que dar un paso atrás en este proceso de desco lonización ya ampliamente sancionado por las Naciones Unidas.

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