Tribuna:TRIBUNA LIBRE

Crisis de la sociedad y reflexión sobre los partidos políticos/ 2

El pretendido liberalismo vive de mitos. Como el de la necesidad de disminuir los salarios reales; a pesar de que la experiencia demuestra que la mayor desigualdad en la distribución de la renta no favorece precisamente el crecimiento, sino más bien lo contrario.4. Las recetas del falso liberalismo



Por otra parte, tampoco puede conseguirse un desarrollo más rápido a base simplemente de disminuir la intervención del sector público. También en este caso la experiencia indica con claridad que el crecimiento fue mayor con más intervención; al menos en países como Estados Unid...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El pretendido liberalismo vive de mitos. Como el de la necesidad de disminuir los salarios reales; a pesar de que la experiencia demuestra que la mayor desigualdad en la distribución de la renta no favorece precisamente el crecimiento, sino más bien lo contrario.4. Las recetas del falso liberalismo

Por otra parte, tampoco puede conseguirse un desarrollo más rápido a base simplemente de disminuir la intervención del sector público. También en este caso la experiencia indica con claridad que el crecimiento fue mayor con más intervención; al menos en países como Estados Unidos durante la segunda guerra mundial. Y en el Reino Unido, a pesar de la mayor intervención pública desde 1945, el crecimiento también resultó más veloz que en los años veinte y treinta, de menor presencia del Estado en la economía. Desde luego que la tecnología y el ciclo, también contribuyen a esas variaciones, pero parece suficientemente claro que no cabe aceptar, sin más, como una relación causa/efecto irrefutable la de mayor intervención pública/ tendencia al declive económico. Sin ir más lejos, Japón es un ejemplo de actividad del Estado en íntima conexión con la empresa privada.

También los nuevos y falsos liberales pretenden que el sistema económico ha adquirido una excesiva rigidez a causa del gran número de reglamentaciones económicas y laborales. Pero suprimir todas esas regulaciones resulta literalmente imposible, porque los problemas técnicos van haciéndose más y más complejos en materia de contaminación, energía, alimentación, etcétera. Realmente, al final, podemos apreciar cómo el sueño liberal no es una aspiración romántica, de simplificar la vida para simplificar las intervenciones; más bien es un propósito disfrazado de suprimir las intervenciones más molestas para los fuertes, al tiempo que se pretende lograr más protección para los de siempre.

5. «La defensa del territorio»

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Con un menor peligro de guerra -o por lo menos esa es la apariencia-, con un mayor desarrollo del sindicalismo y de los movimientos de liberación, las decisiones son más difíciles de adoptar en el mundo de hoy. Nos hallamos en una sociedad donde existe la conciencia de que la mejora de cualquier grupo social implica el deterioro relativo de otro u otros grupos. Es la sociedad de suma cero a la que se ha referido Lester C. Turow. En esa sociedad, cada uno se defiende para impedir que disminuya su nivel relativo, de la forma que aproximadamente Robert Audrey ha sabido describir en su estudio antropológico sobre El instinto del cazador, al referirse a la defensa que cada grupo social hace de su propio territorio, para evitar la entrada de cualquier intruso que pueda pcner en peligro su grado de bienestar.

La «defensa del territorio», se exacerba con la crisis. En el caso de las relaciones de trabajo, con la segmentación del mercado se agudiza el gremialismo, los planteamientos insolidarios por parte de una considerable proporción de trabajadores que a toda costa pretenden mejorar, en tanto que el conjunto empeora. Y, análogamente sucede con el corporativismo de los cuerpos de funcionarios, que en medio de la crisis pretenden mantener sus privilegios, y a ser posible incluso aumentarlos. Así, el gremialismo y el corporativismo -y no digamos, el crónico egoismo social de la oligarquía- introducen una gran rigidez en el sistema, dificultan el pacto para redistribuir el trabajo y la renta, y acaban -a menos que haya un Gobierno de amplia base popular decidido a arrostrar la impopularidad- por hacer sumamente dificil o imposible una verdadera planificación democrática.

6. Balcanización del poder

Hay, además, una balcanización del poder. En el período de entreguerras (1918-1939), o incluso antes de la primera guerra mundial, se hablaba de los Balcanes como del «avispero de Europa», por el mosaico de nacionalidades existentes en una multiplicidad de Estados de reciente creación y sumamente inestables. Cualquier problema en los Balcanes se convertía en conflicto, por la falta de verdaderos poderes constituidos para superar las contradicciones pacíficamente. Esto es lo que comienza a pasar también hoy en el interior de casi todos los Estados.

Y España no es ninguna excepción. El poder del Estado ya no es reconocido como un excelso dirimente de conflictos. Las nacionalidades, regiones y municipios, los grupos sociales más diversos, las asociaciones -por no hablar de los sempiternos grupos de presiónquieren intervenir en cualquier decisión, participar en la elaboración de cualquier norma, vigilar su aplicación cuando afecte a su problema, a «su territorio». Por ejemplo, la localización de las plantas energéticas o industriales, las explotaciones mineras, el reparto de los impuestos, las competencias de educación, las facilidades financieras, etcétera. Incluso llega a verse amenazada la propia integridad del mercado nacional, tan costosamente construido a lo largo de mucho tiempo.

Y en cualquier caso, lo que está claro es que por la balcanización, las decisiones tardan mucho en adoptarse, y cuando se logran, las soluciones no siempre son las mejores para los intereses generales de la comunidad, sino el resultado de una dificil transación en la cual los intereses más fuertes (aunque no sean los mayoritarios) son los que acaban por pesar más.

7. Electoralismo y seguridad

A las anteriores dificultades ha de agregarse que el breve plazo entre elecciones no favorecen precisamente los proyectos de inversión a largo plazo, que resultan muy costosos, que son cada vez de más difícil decisión, y que a la postre se revelan como de pequeño rendimiento electoral. Se prefieren los proyectos a corto plazo, de más clara rentabilidad electorera. Así, la previsión económica y la planificación, quedan sustituidas por las medidas semidiariamente ímprovisadas por las perentorias circunstancias; corno la planificación acaba por presentarse como si se tratara de una quimera inalcanzable, sobre la que además está de moda -entre los pseudoliberales- hacer bromas de más o menos mal gusto.

Hay, incluso, aspectos de psicología social insuficientemente valorados. Quiero decir que como consecuencia de la experiencia histórica de las últimas décadas de crecimiento, existía y aún existe la expectativa de una continua mejora en el nivel de vida. Y parar en esa senda que parecía iba a ser siempre ascendente, origina frustraciones, hace insufrible la sensación de póbreza simplemente por crecer más lentamente de lo que cada uno esperaba.

Por lo demás, en la situación anterior, el crecimiento acelerado representaba un efecto de lubricación, se admitían transitoriamente algunas pérdidas comparativas, en la seguridad de que en poco tiempo se recuperaría la distancia perdida. Pero esto es mucho más difícil o termina por hacerse imposible en una fase de estancamiento como la que ahora atravesamos.

Otro factor que influye en la rigidez del sistema es el deseo de obtener un mayor grado de seguridad. El riesgo al que tanto se alaba todavía por los empresarios en los discursos, se evita siempre que se puede, y para ello se recurre al Gobierno. Aunque a veces la «salvación» no sea otra cosa que prolongar su agonía, sin una verdadera re conversión. De esta forma se gana en seguridad, pero se pierde en competencia, y el progreso -entendido como antes- no puede por menos de ralentizarse. Lo cual no sería ninguna tragedia si se hiciese racional y voluntariamente, como se pretende por los partidarios del crecimiento cero.

Ramón Tamames es diputado del PCE por Madrid. La primera parte de este artículo se publicó en la edición de EL PAIS de ayer, día 25.

Archivado En