Editorial:

Entre la militancia y el gremialismo

LA ELECCIÓN de rector de la Universidad Complutense, fijada para dentro de pocos días, reviste una singular importancia, tanto por la responsabilidad que implica el gobierno de ese monstruoso centro académico -donde se apiñan más de 100.000 estudiantes- como por la proximidad de la discusión de la ley de Autonomía Universitaria por las Cortes Generales. Las elecciones para rector de la Universidad Complutense han suscitado un saludable revuelo. La gestión de Vián Ortuño pecó de un autoritarismo excesivo. Su navegación entre dos aguas en el bochornoso veto a Carlos Castilla del Pino y Manuel Sa...

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LA ELECCIÓN de rector de la Universidad Complutense, fijada para dentro de pocos días, reviste una singular importancia, tanto por la responsabilidad que implica el gobierno de ese monstruoso centro académico -donde se apiñan más de 100.000 estudiantes- como por la proximidad de la discusión de la ley de Autonomía Universitaria por las Cortes Generales. Las elecciones para rector de la Universidad Complutense han suscitado un saludable revuelo. La gestión de Vián Ortuño pecó de un autoritarismo excesivo. Su navegación entre dos aguas en el bochornoso veto a Carlos Castilla del Pino y Manuel Sacristán como catedráticos extraordinarios debe ahora ser recordada. Las tentativas de Vián de continuar como rector tal vez hayan contribuido a que no aparezca entre los candidatos ninguna figura capaz de reunir en su persona las condiciones de representatividad académica y de dimensión pública independiente de los partidos que la Universidad Complutense merecería. En este sentido resulta entristecedor que Joaquín Ruiz-Giménez, a quien tanto debe la democracia española, y cuya vinculación con la universidad proviene de muy antigua fecha, no haya sido convencido por un número suficiente de sus colegas de la Complutense para presentarse a las elecciones. Se diría que la vida pública de este país es un coto cerrado para militantes de partidos o para profesionales apolíticos a los que aquéllos toleran o apoyan, tal vez con la esperanza de teledirigirlos, mientras las personas sin adscripción partidista, pero con dimensión pública propia, quedan condenadas al ostracismo.

Aparte de algunas candidaturas casi graciosas -como la de Pedro Orive o la de José Ramón del Sol, responsable éste de la paralización de la Universidad de Valladolid cuando era su rector-, los aspirantes presentan méritos o perfiles fundamentalmente profesionales, sin más excepción que la de Francisco Bustelo, senador del PSOE por Madrid y uno de los dirigentes del sector crítico socialista.

Francisco Bustelo, conocido por su honestidad personal y por el vigor de sus convicciones ideológicas, es un recién llegado a la Universidad Complutense y ha sido -al menos hasta ahora- la actividad política, y no el trabajo académico, su principal seña de identidad. No parece, por lo demás, deseable que los conflictos entre los partidos, o dentro de un partido, hipotequen el trabajo del rector y condicionen la vida universitaria, cuya autonomía no debería ser sólo administrativa. A falta de una figura indiscutible que reuniera las ejemplares condiciones de Joaquín Ruiz-Giménez, las candidaturas de Sergio Rábade o Mateo Díaz Peña seguramente recibirán los votos no militantes de quienes desean una profunda reforma de nuestra desfalleciente y empobrecida universidad. La renovación de los planes de estudio, la incorporación de todos los estamentos universitarios al autogobierno y el desarrollo de la investigación son tareas que tal vez puedan llevarse a cabo dentro de una concepción puramente gremialista de la vida académica. Pero la apertura de la universidad a la vida social, la contratación de catedráticos fuera del escalafón y la lucha contra la picaresca y el absentismo de aquellos numerarios vitalicios que deterioran insolidariamente la imagen pública de sus colegas (pero se benefician de la solidaridad mal .entendida y gremialista de éstos) son objetivos que sólo una visión alejada de la estrechez corporativista podría permitir alcanzar.

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