Tribuna:SPLEEN DE MADRID

El divorcio feliz

Paco Fernández-Ordóñez, quizá por la experiencia de su anterior aventura ministerial, en que hizo una ley tributaria despacio y se la recortaron deprisa, ha decidido ahora hacer coléricamente lo del divorcio, antes de topar con tapias que ya topaba Don Quijote o con la roca Tarpeya, toledana y fundacional de don Marcelo. Así, está agilizando mucho lo del divorcio por mutuo acuerdo, que es cosa irracional en la que veía mejor la ultranza:-Que estamos de acuerdo en todo para divorciarnos y venimos a por el papel.

-Pues si están ustedes de acuerdo en todo, pueden seguir v...

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Paco Fernández-Ordóñez, quizá por la experiencia de su anterior aventura ministerial, en que hizo una ley tributaria despacio y se la recortaron deprisa, ha decidido ahora hacer coléricamente lo del divorcio, antes de topar con tapias que ya topaba Don Quijote o con la roca Tarpeya, toledana y fundacional de don Marcelo. Así, está agilizando mucho lo del divorcio por mutuo acuerdo, que es cosa irracional en la que veía mejor la ultranza:-Que estamos de acuerdo en todo para divorciarnos y venimos a por el papel.

-Pues si están ustedes de acuerdo en todo, pueden seguir viviendo juntos. No hay papel.

Aquí se plantea el matrimonio, desde lo eclesial y desde lo social, como «la divina pelea», que decía don José María Pemán, siempre fino para estas cosas de la ingle, y el planteamiento es misteriosamente exacto. Lo que define plásticamente al matrimonio español no es la vajilla de boda, sino el tirarse la vajilla a la cabeza.

-¿Cuántas vajillas se han arrojado ustedes últimamente y con qué tanteo?

-Ninguna, señor. Nosotros somos racionales, modernos, dialécticos, y resolvemos lo nuestro con juegos de palabras, no con juegos de té.

No puede ser. Los tribunales de-uno-u-otro-signo no querían parejas dialogantes, sino enemigos a muerte. Dice la vieja señorita del Paraíso en la última obra de Gala:

-Si se ha casado usted por la Iglesia, a mí como si se ha casado por el Ejército.

Llevándose la contraria a si misma, la sociedad española sólo veía bien que un matrimonio se separase cuando ya habían acabado con las vajillas y los juegos de té y de café. En el fondo, aquí siempre se ha entendido el matrimonio como una divina pelea pemaniana en la que hay que procurar atizarle al adversario cuando está distraído leyendo el Financial Times o el Diez Minutos. Se lo oí a Edgar Neville:

-La sociedad española acepta una primera y única querida, amante extramatrimonial, como mal menor o irremediable. Pero en cuanto pasa usted a la segunda, le retiran el crédito los bancos y ya es usted un golfo impresentable.

Lo que los enemigos parlamentarios y extraparlamentarios del divorcio por Fernández-Ordóñez no acaban de entender es que la gente sea racional, razonable, dialogante, consecuente y que, en vez de jugar eternamente la hipocresía de la sopa unida, dialectice sus problemas sin crispaciones ni cachiza de porcelanas por medio. Lo que se condena aquí por inmoral es el uso de la razón. El más acreditado procedimiento divorcista es naturalmente español y consiste en bajar a por tabaco y no volver jamás. Rafael Azcona, el gran escritor y guionista, tenía una novia paliza en su adolescencia:

-Nunca le dije que era un rollo. Una tarde cogí el primer tranvía que pasaba por delante de nosotros, en marcha, y hasta hoy.

Estos castizos y raciales procedimientos parece que gustan más a las autoridades autoritarias que el raciocinio, la pormenorización o el divorcio por mutuo acuerdo. Paco Ordóñez, seguramente, va a traer el divorcio, pero aún va a conseguir algo más importante: que los dos sexos aprendan a dialogar entre sí, en nuestro país, donde la dialéctica hombre/mujer ha consistido siempre en el ataque de histeria con chichos, por parte de ella, y el ataque de violencia con movida de porcelanas, por parte de él. El divorcio feliz les parece un escándalo a los fanáticos de «matrimonio o muerte». Doña Rosita, de Lorca; aquella señorita de Mihura que se paseaba la novia, de blanco, por la calle Mayor, años y años; la señorita de Trevélez, de Arniches, actualizada por Bardem; la vieja señorita del Paraíso, de Gala, son estatutas de sal nacionales, monumentos a la espera matrimonial. Paco Ordóñez va a hacer que las estatuas se muevan, vivan.

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