Una alpargatería, el comercio más antiguo de Madrid

Hace unos días se cumplió el 117º aniversario de la apertura, en la calle del Divino Pastor, 29 de Casa Crespo, fundada en 1863 por la familia de Martín Garbayo, que todavía mantiene abiertas sus puertas a los miles de clientes que durante el verano llegan a hacer colas para comprar sus alpargatas, objeto este que ha distinguido al comercio desde el momento en que se abrió.

El padre de la familia, que es quien ahora lleva el negocio, nos comentaba que «la tienda ha sido siempre una empresa familiar, sin excesivo ánimo de lucro, pues si no ya nos habríamos marchado. El comercio no ha cam...

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Hace unos días se cumplió el 117º aniversario de la apertura, en la calle del Divino Pastor, 29 de Casa Crespo, fundada en 1863 por la familia de Martín Garbayo, que todavía mantiene abiertas sus puertas a los miles de clientes que durante el verano llegan a hacer colas para comprar sus alpargatas, objeto este que ha distinguido al comercio desde el momento en que se abrió.

El padre de la familia, que es quien ahora lleva el negocio, nos comentaba que «la tienda ha sido siempre una empresa familiar, sin excesivo ánimo de lucro, pues si no ya nos habríamos marchado. El comercio no ha cambiado nada en absoluto. Como la ve ahora estaba hace más de cien años; solamente hemos cambiado las personas, que nos hemos ido adaptando a los nuevos tiempos, aunque le aseguro que me gustaba más el Madrid de hace cincuenta años».El comercio sigue vendiendo lo mismo que al principio: espartería, alpargatería, tejidos de caña, cestos, sogas, astiles, lámparas de mimbre, etcétera. Toda la familia ha trabajado en la tienda, y hasta ellos mismos fabricaban buena parte de los productos que venden, «aunque», nos dice María José, una de las cinco hijas de Martín, «ahora casi todo nos llega de Andalucía y Navarra, pero todavía mi padre hace algunas sillas y cestos, más por afición que por otra cosa».

Casa Crespo está abierta unas doce horas diarias y en ella se preparan muchas tertulias con los clientes, que ya conocen a toda la familia. «Aquí», sigue Martín, «hay trabajo para dar y tomar. Nos pasamos muchas horas aquí, y, además, como nuestra casa está encima del comercio, a veces se nos hace un mundo llegar aquí una hora más tarde, ya que nos gusta vivir más en la tienda que en nuestra propia casa».

Cuando se le pregunta si ya se había hecho rico vendiendo sus alpargatas, Martín responde que «si hubiera buscado eso ya me habría marchado. Simplemente me gusta este trabajo, y es una cuestión de familia, ya que el comercio lleva muchos años abierto y nos da pena cerrar, porque es como si nos quitaran el apellido».

«Hasta hace seis años», continúa Martín, «no teníamos ni televisor, ni coche, ni lavadora, y, además, ni nos lo planteábamos. La televisión es una forma de incomunicar a la familia. A nosotros nos gusta vivir entre estas cuatro paredes y charlar. A veces salimos a tomar un chato con los clientes».

Un clan familiar

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En el barrio de Malasaña, como en algunos pocos más del Madrid antiguo, todavía se mantiene esa vida de barrio, que hace de la capital un cúmulo de pequeños pueblos. Las casas son muy antiguas, y se habló sobre el peligro de que fueran derrumbadas, pero el alcalde Tierno Galván tranquilizó a los vecinos y les aseguró que, de momento, no se derribaría ningún edificio. Las familias que habitan estas casas son generalmente modestas, y una política de derribo dejaría en la calle a gran parte de ellas.Cuando se comenta la enorme subida de los precios que existe ahora, el padre de la familia cuenta que en su tienda no han variado prácticamente. «Claro que hace cien años unas alpargatas costaban diez céntimos y ahora valen 250 pesetas; pero, si se tiene en cuenta el tiempo que ha pasado, las subidas han sido mínimas, y si va a cualquier otra tienda notará la diferencia». Todos los productos que allí se venden están hechos a mano, y esto supone muchas horas de trabajo; sin embargo, los precios están por debajo de lo habitual.

Casa Crespo está pasando a manos del hijo de Martín José Mari, quien dejó la carrera de Farmacia para dedicarse por completo al trabajo del comercio. Todas sus hijas trabajan en distintos puntos de España, y el padre parece que siente que el negocio puede perderse. Cuando se le habla sobre si el negocio puede desaparecer, Martín responde, entre optimista y melancólico, que «espero que alguien continúe la tradición familiar, porque merece la pena seguir con ello, ¡caramba!».

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