Tribuna:TRIBUNA LIBRE

Las delicias del atlantismo

En recientes declaraciones (EL PAIS, 15 de junio), Marcelino Oreja ha roto el espectral mutismo mantenido a lo largo del debate de la moción de censura e incluso ante la Comisión de Exteriores del Congreso. Aparte, el recurrir a la Prensa, con notorio olvido del legislativo, las declaraciones en cuestión tienen un mérito incuestionable y digno de reconocimiento. A partir de ahora no podrá afirmarse que el partido que nos gobierna carece de política exterior: la tiene, concreta y bien coherente; la que corresponde exactamente a la ideología de UCD, un partido conservador y de la derecha más tra...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

En recientes declaraciones (EL PAIS, 15 de junio), Marcelino Oreja ha roto el espectral mutismo mantenido a lo largo del debate de la moción de censura e incluso ante la Comisión de Exteriores del Congreso. Aparte, el recurrir a la Prensa, con notorio olvido del legislativo, las declaraciones en cuestión tienen un mérito incuestionable y digno de reconocimiento. A partir de ahora no podrá afirmarse que el partido que nos gobierna carece de política exterior: la tiene, concreta y bien coherente; la que corresponde exactamente a la ideología de UCD, un partido conservador y de la derecha más tradicional; que, en su fluctuante trayectoria, se aleja cada vez más del supuesto centro para aproximarse, cuando no identificarse, con su aliado natural llamado Coalición Democrática.Esta coherencia quizá sorprenda a más de un incauto observador que, en la fragilidad de su memoria, sepultase en su subconsciente el discurso de investidura de Suárez y su proclamación atlantista. Sólo han sido capaces de ilusión los ilusos que infravaloraron la ideología del partido reinante. Pero, por el momento, nos ceñiremos sólo a dos temas: la oportunidad de las declaraciones y la valoración que les confiere el propio titular de Exteriores.

Estas declaraciones se producen inmediatamente después del mencionado debate, en año electoral norteamericano, en psicosis de guerra fría no superada, en vísperas de la Conferencia de Seguridad y Cooperación y como de las negociaciones para la renovación -no hay dudas al respecto- del tratado bilateral con Estados Unidos. En tal contexto, Oreja anuncia que antes de 1983 España se incorporará a la OTAN, y, además, mediante la simple mayoría parlamentaria, a la que ciertamente se sumarán los votos entusiasta s de CD. Sistema constitucionalmente válido, como también lo es recordar el artículo 92/ 1: «Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos». Posiblemente, UCD tras los descalabros autonómicos no tenga excesiva confianza en la opinión pública. Por otra parte, está claro que UCD quiere contraer el compromiso atlantista antes de 1983, año en el que cabe la hipótesis de que perdiese su actual raquítica mayoría parlamentaria. Cierto que con estas previsiones poco importan ya los iniciales entusiasmos centrados en la Conferencia de Seguridad y Cooperación, quizá entibiados por presiones foráneas nada partidarias de la celebración del encuentro. Todo sistema de vasallaje tiene un precio. No cabe duda de que, entre otras cosas, se ha roto la baraja del consenso, todavía invocado por el ministro Oreja, en declaraciones al diario Ya (20 de julio de 1979), cuando afirmaba sobre el tema OTAN: «Está en juego la seguridad de España, y sería deseable que pudiera llegarse a un amplio consenso en cuestión de tanta envergadura». Y, en última instancia internacional, tampoco es mal obsequio para el presidente Carter, en año electoral y ante su anunciada visita a Madrid.

La segunda cuestión es la valoración que el ministro Oreja hace de nuestra indefectible adscripción atlantista, por lo demás escasamente definida. Su presentación hace recordar las virtudes taumatúrgicas de bálsamos medievales. En primer jugar, nos abrirá de par en par las puertas de la CEÉ, curiosa extrapolación que mezcla los cañones con la mantequilla. En segundo lugar acelerará el proceso de devolución de Gibraltar; lógicamente con la base de la OTAN incorporada. En tercer lugar, completará nuestra relación con EE UU Posiblemente, esta sea la única afirmación indiscutible. Porque no supone, como ya se ha escrito, el abandono de una cierta neutralidad que nos preservó de las dos grandes guerras de este siglo; tal neutralidad fue aniquilada en, septiembre de 1953. Ante estas afirmaciones, no estaría de más insistir, una vez más, en la miopía de nuestra izquierda parlamentaria que supuso que, al dar su aval a la renovación del tratado bilateral en 1981, demoraba hasta 1986 la opción atlantista. La hipótesis se ha derrumbado por su propio peso. Ahora no habrá que reclamar solamente el desmantelamiento de las bases norteamericanas, sino también y al mismo tiempo luchar contra el compromiso atlantista. Evidentemente, nos referimos a la opción de una izquierda no utópica, ni tampoco consensuada. Se necesita una izquierda imaginativa para contrarrestar el pragmatismo de UCD

Tras insistir nuevamente en las calidades esclarecedoras de las declaraciones de Oreja que, ciertamente, suscitarán más de una polémica y despertarán alguna' que otra inquietud, dos observaciones finales. Una, la absoluta indefinición frente a la problemática que nos envuelve entre Argel, Marruecos y el Frente Polisario, la torpe reiteración en el apoyo a los Acuerdos de Madrid y la carencia de soluciones ante la problemática ya iniciada con las plazas de Ceuta y Melilla. Otra, y Dios nos libre de desviaciones tercermundistas, sugerida por la justificación ministerial de nuestra presencia en la cumbre de no alineados de La Habana por «celebrarse en un país latinoamericano ».

Roberto Mesa es profesor de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En